Cuento por entregas

Antigua emoción (5)

 

Llegamos a filmar treinta y nueve capítulos de “Antigua emoción”. El día que realizamos el capítulo cuarenta todo terminó.

El último episodio de la serie se tituló “El modelo de Pickman” y estaba basado en un relato de H.P. Lovecraft. A mi juicio, es el mejor cuento del escritor. Trata sobre Pickman, un pintor que realiza cuadros demasiado realistas. Le gusta plasmar imágenes de monstruos realizando actos inefables –a Lovecraft le encantaba esa palabra-. Al final del relato, el narrador de la historia se da cuenta que los modelos son monstruos auténticos. Comenzamos la dramatización con las primeras líneas del relato, narradas en voz en off:

No necesitas pensar que estoy loco, Elliot: muchas personas tienen prejuicios más raros que éste. ¿Por qué te ríes del abuelo de Oliver, que no monta nunca en un vehículo a motor?

Los zombis hicieron un excelente papel. Nos dimos un descanso de veinte minutos para tomar café… bueno, yo fui quien se dio el descanso, porque los muertos vivientes ya no se agotan.

Miré mi estudio de tonos chillones y figuras geométricas básicas. Bazphemir se apareció ante mí. No me saludó ni me hizo plática. Se limitó a decir:

-La maldición de Poltergeist.

Siempre hacía eso. Alguna referencia a la cultura pop muy vaga y simple. Me obligaba a preguntarle, y era cuando daba una explicación detallada que aplicaba a la vida real.

-Poltergeist, la película de la familia que llega a vivir a una casa construida sobre un cementerio y las almas en pena quieren a la niña. Es de 1982. El asunto es que la película está maldita. Todos los actores murieron o fracasaron de forma irremediable en sus carreras profesionales. Las vidas –tanto físicas como profesionales- de Dominique Dunne, Heather O'Rourke, Julian Beck y Will Sampson se fueron a la chingada. Hay películas malditas, como el caso de “El Exorcista”, también. O incluso, series.

Sonrió. En la medida que una boca sin labios ni dientes pueda hacerlo.

Seguimos filmando. Puse especial énfasis en la escena más impactante del cuento, cuando Lovecraft escribe:

Había un cuadro llamado La Lección... ¡Santo Cielo! ¿Puedes imaginar un agazapado círculo de seres de aspecto semicanino, en un cementerio, enseñando a un niño a alimentarse como ellos? El precio de un trueque, supongo... Ya conoces el antiguo mito acerca de los cambios que efectúan los seres sobrenaturales, los cuales dejan a sus propias crías en las cunas y se llevan a los niños que reposan en ellas. Pickman mostraba en su cuadro lo que les ocurre a aquellos niños robados, cómo crecen..., y a partir de aquel momento empecé a ver una espantosa afinidad en los rostros de las figuras humanas y no humanas. Pickman estaba estableciendo, en todas sus gradaciones de morbosidad entre lo francamente humano y lo degradadamente humano, un sardónico nexo evolutivo. ¡Los seres caninos se desarrollaban partiendo de seres humanos!

Terminamos la filmación. Se transmitió por arte de magia (negra) en todo el país. Como siempre, fue un éxito rotundo.

-Bueno, con éste se cumplen cuarenta episodios, transmitidos de forma ininterrumpida de forma semanal –dijo Bazphemir.

Un silencio de velorio cubrió el estudio.

–Tienes qué ser muy cauto cuando invocas demonios y les pides algo. En general, cuando pides cualquier cosa con magia, ya sea blanca o negra, debes ser específico a la exageración –dijo Bazphemir, como queriendo justificarse.

Me encogí de hombros. No entendía qué me quería decir, o quizá sí, pero no quería asumirlo.

-Dijiste cuarenta episodios, basados en tus relatos de terror favoritos. No más ni menos.

Entonces suspiré. Sentí el flujo de adrenalina por todo mi cuerpo. Se nubló la vista y se me cerró la garganta.

-Lo siento, chico Cruz. Me caías bien.

Los zombis me empezaron a rodear, formando un círculo. Extendieron sus manos y abrieron la boca. Se acercaron cada vez más y más hasta cerrar el círculo. La muchacha me mordió el codo. Otro muerto andante, la mejilla. Otro más el tobillo. Caí al suelo y cada uno de ellos se repartió mi cuerpo. Fue una agonía que duró varias horas. No recuerdo cuándo morí.

Desperté –si se le puede llamar de esa forma- sintiéndome demasiado ligero e intangible. Podía desplazarme en el aire y mover objetos con la mente.

Mi familia me reportó como desaparecido y se llevaron una sorpresa cuando encontraron mis restos repletos de mordidas en la bodega de mi padre, rodeado de inertes cadáveres. La noticia apareció en todos los periódicos de la nota roja del estado de Guanajuato. Las especulaciones de los reporteros y el Ministerio Público fueron variadas: desde convertirme en asesino serial que profanaba tumbas hasta asegurar que fui víctima de secuestro a manos del Negro Durazo y Caro Quintero.

La leyenda de “Antigua emoción” siguió como un mito urbano, y con el tiempo, la gente me olvidó.

Sin darme cuenta, terminé como un personaje más de un capítulo de “Dimensión desconocida” o de “La Hora Marcada”.

 

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