Cenicienta, gran ópera bufa en el teatro Bicentenario

 

León, Gto. El teatro del Bicentenario ofreció este fin de semana una función excepcional al poner en escena la famosa Cenenterola (Cenicienta), la ópera bufa de Gioachino Rossini, inspirada en la versión del francés Perrault. La obra fue una prueba para todos los participantes. Primero porque Rossini se consagró con ella como uno de los maestros de la ópera italiana, en la estética del bel canto, que realza la belleza de la línea melódica vocal sin descuidar los aspectos musicales complementarios.

Además, porque el nivel de dificultad vocal de la ópera rossiniana es tal que, desde el siglo XIX hasta la década de 1970, muchas de sus obras eran prácticamente imposibles de cantar, lo que fue resuelto por el esfuerzo y disciplina de verdaderas figuras de la ópera.

De manera que, ataviada con la parafernalia debida, me encontraba nuevamente entre la leonité conocedora del género. El teatro prácticamente lleno, público de todas las edades, familias completas llenaban al recinto, en espera de las tres llamadas para que el telón se abriera a una Cenicienta en dos actos.

Hay que anotar que el maestro Rossini, a los veinticuatro años, ya autor de diecinueve de sus treinta y nueve óperas, escribió el libreto de esta variación de la tradicional Cenicienta. La malvada madrastra es sustituida por un padrastro, Don Magnifico. La zapatilla de cristal, reemplazada por brazaletes. El hecho de que la prima donna, al probarse la zapatilla de cristal tuviese que mostrar el tobillo y pie descalzo al público, era considerado de mal gusto, inadmisible en un teatro de prestigio como era el Teatro Valle, donde se estrenó. Ese lugar, hoy Valley Theater, sigue como teatro y es la más antigua casa de la ópera de Roma. En el libreto también salen de escena la calabaza-carroza, los ratones-caballos, las lagartijas-lacayos, la rata-cochero, y especialmente el Hada Madrina, que cede su papel a un anciano filósofo, maestro del príncipe de Salerno.

A la segunda llamada, con la expectación in crescendo, nos preparábamos para disfrutar esta obra lírica de casi tres horas, delicioso divertimento de la tierna historia que todos conocimos cuando niños, aderezado sabiamente con gran sentido de humor y toques de romanticismo, todo en un montaje que buscó y consiguió cautivar al público leonés.

En el escenario llamaba la atención un gran cuadro dorado como marco de la escena, lo que prometía una gran mise-en-scene. A la tercera llamada apareció la orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (llamada así para honrar la memoria de este maestro, personalidad clave de la cultura nacional, forjador de generaciones de músicos y amantes de la música y figura emblemática de nuestra cultura).

El director de orquesta Sebastien Rouland estuvo muy en su papel dirigiendo una ópera de Rossini, al dar muestra de su gran calidad interpretativa. Impresionó al respetable por su batir intenso de la batuta, cuyos movimientos salían de lo formal, pero su pulso firme y atento enlazó la escena y el foso con sapiencia.

La primera escena se encendió con un juego de fuertes contrastes de color sobre el ruinoso castillo del Barón de Montefiascone, en la estupenda escenografía de Jesús Hernández –con licencia de arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán, coautor de más de 50 proyectos de teatro y ópera.

Aparecen las hijastras Zaira Soria, soprano, en el papel de Clorinda –a quien solo se le pediría cuidar cierto exceso de los portamentos en ciertos pasajes, que no aportan musicalidad y ponen en riesgo su interpretación- y Araceli Fernández del Campo –mezzosoprano de fuerte presencia escénica-. Ambas de gran calidad y prometedoras figuras operísticas, lograrán dibujar sus coreografías y adueñarse del espacio escénico. Lucían magnífico vestuario de época, caracterizadas como dos nefandas, grotescas e insoportables hermanas, al lado de una cautivadora Angelina en el papel de Cenicienta, a cargo de Guadalupe Paz, mezzosoprano de Baja california, graduada en el conservatorio Arrigo Pedorllo de Vicenza, Italia. También ella fue ganando el aprecio del público con su voz, simpatía y frescura, de timbre aterciopelado, volumen generoso y una gran paleta de expresividad vocal.

La dirección escénica es de Luis Martín Solís, de León Guanajuato, con amplia trayectoria teatral, coreográfica y operística. Hizo un trabajo limpio. Con gran conocimiento estético y ordenado, supo llevar cuidadosamente a los cantantes a la esencia de sus personajes sin perder calidad vocal, y armoniosamente los integró con la comparsa, el coro del Teatro Bicentenario, bajo el mando de su director coral, José Antonio Espinal, egresado del Conservatorio Nacional de Música, de la Escuela Nacional de Música de la UNAM y con posgrado en Carnegie Mellon University.

La coreografía es de Érika Torres, experta en la materia y notable investigadora en cuestiones de danza y sonoridad corporal, cultura interior y expresión humana. La eficiencia evidente en la expresividad, sobre todo gestual, de todo el elenco, incluidos los comparsas, llevó a que el aplauso reconociera su trabajo acucioso e innegable.

El tenor Ernesto Ramírez interpreta al príncipe de Salerno. A medida que la noche avanzó, logró darnos mucho de lo mejor que tiene: su voz de bello timbre, buenos agudos, un caudal muy estimable, buen gusto a la hora de matizar el canto. Durante los dos últimos actos logró sus mejores resultados, conmoviendo sin rodeos. Si logra que esos valores sean más seguros, el futuro de sus personajes será halagador.

La Cenicienta y El Príncipe, cantantes de gran valía, supieron imprimir el acento correcto a sus intervenciones, destacando la gran compenetración de los dúos. El gran Alidoro, interpretado por Arturo López Castillo, encargado de hacer lo necesario para asegurar la felicidad del príncipe, logró dar vida a un entrañable personaje, que me recordó muchísimo al actor de cine Gene Wilder en su personaje de Willy Wonka.

El gran Noé Colín hizo un Don Magnifico que, valga la redundancia, magníficamente representado a sus anchas, gozó su maldad, a la que sirvió con una voz que se avino a la perfección con las exigencias de la partitura. Lució bellísimo timbre, buen caudal, inteligente fraseo, buen estilo y ductilidad a la hora de mostrar, tanto vocal como escénicamente, los estados de ánimo del villano.

Josué Cerón mostró su ductilidad al encarnar el rol de camarero del príncipe con eficiencia, gracia, prestancia y estupenda voz. Combinó la nobleza del personaje con su irónica seducción de las hermanastras, muy efectivo a la hora de resolver situaciones dramático-grotescas.

Llegadas las transiciones, todo el escenario de grandes dimensiones se desprende en mitades y aparece la sala del gran palacio, de tapiz rojo y enormes candelabros, donde será la fiesta. Un tanto ruidosa la transición y muy notoria, dado que la transformación es silenciosa , haciendo un vacío eterno mientras se alista el escenario, muy bien resuelto en la siguiente escena, en la que Alidoro aparenta dirigir el movimiento de tramoyas.

Aparece estelarmente Cenicienta en la fiesta, con deslumbrante belleza y sencilla elegancia, con vestido color lavanda hermoso.

El segundo acto corre rápidamente. La comparsa se gana al público con su algarabía coral y precisión. Aunque debo decir que al final, Cenicienta pierde un poco de fuerza dramática y le dan jaque con horroroso ajuar de novia, evidentemente improvisado, que pierde unidad con los excelentes vestuarios previos. Ese atuendo final de Cenicienta debió ser mejor que todos, a menos que fuera deliberado, pero entonces habría quedado corto en fealdad.

Ocurrencia simpática y extravagante: al final de la obra aparecen jovencitas que lanzan flores al público, vestidas de novias.

Como describe Perrault, la moraleja de las hermanastras es casarse por interés económico, sin escrúpulos, ni valores morales ni éticos.

Se han preguntado, queridos lectores, ¿qué tanto ha cambiado eso de casarse por interés económico? ¿A qué está dispuesta la mujer actualmente por lograr status? El objetivo del director de escena es dar un giro de actualidad, que mostrara a la Cenicienta en chicas actuales. Buen punto.

Como siempre, un gran trabajo de equipo de la Compañía del teatro Bicentenario, en mancuerna con grandes personalidades de amplia trayectoria.

Aplausos.