ENCUADRE
Ecos de un Dos maldecido
Excusas hay hasta para aventar al cielo, pero lo real y tangible es que la mayor parte de la efectividad en el encubrimiento sobre lo acontecido en la masacre del 2 de octubre, se debió a un discurso demonizante por parte de un gobierno antidemocrático y que caló hondo en una sociedad mayoritariamente conservadora, dispuesta a creerse las mentiras y de manera inconsciente, legitimar una acción sobre los esfuerzos de los estudiantes que, a su parecer, merecían un escarmiento.
Y hasta se puede decir que gran parte del “tejido social” se convirtió en cómplice por omisión, gracias a la puesta en marcha de una amnesia colectiva muy conveniente, lo cual abonó para que el establishment se las arreglara e intentara desmentir un suceso que transformó a nuestro país, a pesar que sus voceros oficiosos hayan expresado con cinismo, el cálido y soleado amanecer del día siguiente.
La documentación por la cruenta represión del movimiento estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas de la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco, contra lo que muchos pudieran opinar, ha estado al alcance de la mano. Baste traer a colación el libro La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska. Pero en el cine, las cosas han sido bien diferentes. Sabedores del poder de la imagen cinematográfica y del impacto contundente que suele tener en los espectadores, el régimen, a través de la etapa más negra que se recuerde de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía, adscrita a la Secretaría de Gobernación y ente todopoderoso de censura oficial, convirtió este asunto en un tema tabú y prohibió cualquier alusión en el imaginario fílmico autóctono… hasta hace poco.
Con una política de negación histórica por parte de “las instituciones”, el cine estatal o el emanado de cooperativas debió hacer frente a la prohibición tácita, buscando alternativas expresivas para tocar un cisma en lo social y lo político, que aún lastima y divide a la opinión pública, ya sea por vía de la paráfrasis rural (Canoa. 1976. Felipe Cazals), la hipérbole histórica (Rojo Amanecer. 1990. Jorge Fons) o la evocación contemporánea desde el ángulo del halconazo, suceso ocurrido el jueves de corpus de 1971 (El Bulto. 1992. Gabriel Retes).
Si bien timorata por un buen tiempo, la filmografía toca asuntos turbios y más concretamente, el ambiente enrarecido previo y posterior a la represión gubernamental del 2 de octubre, y hasta alcanzó para mencionarla a través de recreaciones en un tono de corrección política, dada la cantidad de mesías que reclaman la autoridad moral del conflicto. Entre otros filmes está el del sueño rupturista de varios jóvenes de clase media con ínfulas revolucionarias inmersos en la clandestinidad, dando como resultado la instauración de la guerra sucia (Bandera Rota, Gabriel Retes. 1978). O, para evidenciar la mirada contemporánea, paralizada por la imposibilidad de decir las cosas por su nombre, existe ¿De qué lado estás? (2002) de Eva López-Sánchez, ubicada tangencialmente en la convulsa atmósfera urbana posterior a la masacre, y en la descripción de cacicazgos de la selva chiapaneca.
Para sorpresa de quien esto escribe, en tiempos más recientes se han elaborado otras dramatizaciones sobre la tensa atmósfera estudiantil: el relato melodramático con acento a nostalgia de Tlatelolco, Verano del 68 (2012) de Carlos Bolado, que tiene a su favor la frescura del par protagonistas, dos idealistas separados por la clase social y cuyo romance se verá obstaculizado por las caricaturas tenebrosas con que se identifica tanto a Luis Echeverría y como a un Gustavo Díaz Ordaz (Roberto Sosa) de voz impostada y dentadura prominente. Digamos que al prescindir de la mesura se alienta el enfoque ficticio, que termina por oponerse a las efectivas secuencias de los desmanes que desembocaron en la matanza. Muy pocos la pelaron en su estreno en nuestra ciudad, quizá por su inclinación a lo cursi.
Borrar de la Memoria (2012), por el contrario, se adhiere a las reglas del thriller político y a la estética de Alarma. Firmado por el veterano Alfredo Gurrola y escrita por Rafael Aviña, el filme posee una extraña textura como de telefilme, que distancia al espectador sobre una intriga interesante, la historia de Diana Inés “la empaquetada”, un crimen en principio de nota roja y que tiene ligas con la masacre del 2 de octubre. Además recupera al occiso veterano de mil batallas Jorge Luke, dando vida a un paramilitar vicioso y degenerado como pocas veces se ha recreado en la pantalla. Gurrola confiere a esta película un claro acento de denuncia, que remite al cine de pensamiento izquierdista como si se tratara de un Costa-Gavras de petatiux. Sobresalen las recreaciones y el material de stock shot sobre la represión; lástima que su resolución convencional diluya el entorno enfermizo y la podredumbre política de gran parte del relato.
También existe el que debería ser un material de revisión obligatoria, el desconocido registro documental Ni Olvido, Ni Perdón (2004), realizado por el documentalista suizo Richard Dindo, trabajo del que apenas se consiguen pocas imágenes, a pesar de los supuestos aires democráticos de nuestros días.
En una filmografía más vasta de lo esperado, sobresale la mirada cercana de El Grito (1968) de Leobardo López Aretche, un documento que sigue manteniendo su aura comprometida y militante, erigiéndose como el fiel reflejo de las manifestaciones y tensiones entre el universo estudiantil y el gradual proceso de envilecimiento de la postura gubernamental.
De estética chilapastrosa y desaseada, emparentada por fuerza en el amplio registro del cinema verité, el trabajo es una puntillosa crónica de la huelga que marcó el inicio del declive del régimen autoritario priista. En realidad creación de corte colectivo, no obstante la evidente artesanía provocada por el bajo presupuesto, los realizadores –muchos de ellos estudiantes del CUEC- manifestaron una mirada privilegiada al ser partícipes y observadores del clima enrarecido, que desembocó en una masacre sobre la que aún se desconoce el real número de muertos y desaparecidos provocados por la irracionalidad totalitaria de un estado tiránico.
Por su espontaneidad, por su registro fidedigno, y por ser una denuncia valiente en un momento álgido, vale la pena que este asunto no se borre de la memoria. Es una película incómoda y maldita para los estamentos de poder, como evidencia de que 2 de octubre no se olvida.
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