FIC 2023: Marie Chouinard y la traducción • Carlos Ulises Mata
En 1951, el poeta y artista visual Henri Michaux publicó Mouvements (Gallimard), el primero de sus libros en donde las palabras conviven con los signos visuales, declaración prodigiosa mediante la cual el chamán francés descubrió la permeable frontera que separa al universo del habla y la escritura respecto del universo de la expresión pictórica.
Treinta años después, Marie Chouinard, la excelsa coreógrafa quebecoise abrió Mouvements y supo ver en sus páginas (64 ocupadas por dibujos a tinta china, más 15 por un largo poema) una “partitura coreográfica” en espera de ser llevada a la escena, un libro literario factible de ser traducido “á la lettre”, o sea palabra a palabra y signo a signo, leyendo de izquierda a derecha, página a página, tal como en 2016 coreografió en 70 minutos “El Jardín de las Delicias”, del Bosco. Entonces un cuadro y ahora un poema “encarnado” en danza (el verbo es de Chouinard), cuya ejecución dura unos delirantes 35 minutos, y se vio aquí como parte del FIC 2023, en cuyo programa se recordará como una de sus joyas.
Ese milagro de la traducción entre sistemas expresivos, antes que dedicado al traslado de palabras y frases, tuvo que ocurrir en tres o cuatro etapas más o menos nítidas, las cuales imagino así.
En un punto primero, Henri Michaux, su ser verbal y visual en partes exactas dividido, inventó un alfabeto, un escalón más allá del silencio: un alfabeto sin articulación sonora posible, gesto de su mano dibujante y grito plástico mudo.
Luego, en 1981, Marie Chouinard descubrió que aquel conjunto de signos cifrados —nunca cerrado, por definición inconcluso— compensaba su carencia de voz con su exceso de movimiento, de actividad vibrante en el centro de la página. Aquel alfabeto danzaba. Abrió de nuevo el libro en página azarosa y observó que los signos aislados dibujados por Michaux se asociaban en familias de formas afines, en un conmovedor intento de articulación primordial: el grito que antecede a la palabra, la interjección que guarda la semilla del verbo.
Tuvo que ser en otro momento (el primer esbozo de la pieza se estrenó en 2005) cuando Chouinard descubrió que su realización coreográfica no podría seguir el camino de la representación escultórica (en la que el bailarín repite el signo trazado en el papel y de nuevo lo fija), sino el de la activación vital (en la que el bailarín emula la mano de Michaux, la mano que dibuja y sueña), a la que tanto contribuye la música frenética de Louis Dufort.
Al concebir ese deslinde, en la cámara mágica de su imaginación, Chouinard debió ver pasar en un instante lo que un puñado de privilegiados vimos transcurrir sobre el escenario del Auditorio del Estado: el paso de los signos arcaicos trazados por Michaux a la sílaba paleolítica y la palabra tribal del baile; el tránsito de los tectiformes grabados en la caverna cerebral del poeta a la ilación de frases coreográficas que se pronuncian y adquieren sentido al traducirse en movimientos y gestos corporales. La evolución del signo en sílaba y luego en vocabulario, en sintaxis y al fin en discurso.
La experiencia se extiende durante poco más de media hora y es fascinante, incluso (me cuido de no exagerar) incantatoria. Tanto que sale uno de la sala y cuesta trabajo recordar la primera parte del espectáculo, saludar a los amigos, decidir en qué fonda o puesto de tacos se aplacará esa hambre y esa sed que no recordábamos que podíamos experimentar.
Carlos Ulises Mata