Nanas suenan, nanas susurrando en las venas (Obituario para R.H. Giger)
Este 12 de mayo ha muerto R.H. Giger. Sucedió debido a una caída. La mayoría de las personas sólo recuerdan que realizó piezas para el cine como Alien, el octavo pasajero o Poltergeist II. Sin embargo, con él cae otro de los héroes de quienes alguna vez moríamos por la cultura cyberpunk.
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Toda transgresión al cuerpo nos transforma en ciborgs. Yo deseaba ser un ciborg, por ello consumía porno. Quería un sexo que no implicara mi cuerpo. Giger me lo enseñó.
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Ese objeto biomecánico es el sueño de las ovejas electrónicas. Aquéllas que cuenta el Necronom V mientras dormita en el cuerpo de otro ser.
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Las visiones de Giger son las de un primate observando sus miedos, sus deseos… su ideal femenino: la vagina dentada que devora lo que nos queda de aquel primate. Pornografía hiperrealista con máquinas.
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Hay quien duerme soñando con la mujer de sus sueños. Otros preferimos ver nuestros sueños transcurriendo en una máquina, sentir antes la interfaz que el sudor humano. Giger me lo enseñó.
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Si los primeros ciborgs eran biomecánicos a partir de implantes, muy pronto aprendimos a usar extensiones. Interfaces que son tan ridículas como nuestras funciones; por ello nos rayamos la piel con tinta: mostrar la máquina simbólica que nos gusta pensar que somos.
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El uso de máquinas simbólicas (la computadora) nos demuestra qué tipo de simio somos.
Giger lo demostró.
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El simio trata de alcanzar las bananas de sus sueños. Por ello las dibuja para llevarlas en el pecho, en el brazo, en la pierna: sustitución del deseo por el símbolo. La máquina (femenino) nos complementa; entiendo por qué los talibanes la odian: una vagina dentada que absorbe al hombre a un sueño horripilante de placer onanista.
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Ahora el simio puede usar implantes. No para ser más inteligente o más apto en la naturaleza, no. Simple y llanamente para verse a sí mismo más bello y llamativo. Para soñar que es el placer de otro. Giger, se ve tu trazo en la mujer con nuevos pechos.
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Giger nos mostró al otro que deseamos ser dentro de otro. James Cameron fue su apóstol que nos confirmó que ese otro tan deseado saldría de nuestras entrañas para disfrutarnos; seríamos en él porque nos devoró.
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Para el hombre moderno era importante ser otro dislocando los sentidos. Los ciborgs nos conformamos con ser todos iguales.
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Soy igual porque repito al unísono: soy original y diferente a ellos. Se nos nota el código bidimensional en nuestra lengua. Ya no necesito un nazi que tiña mi piel. Pago porque alguien lo haga; por ello soy original.
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Mi esperanza ha sido que el enfoque siempre oblicuo y a veces perverso facilitara revisiones de narrativas occidentales fundamentales y persistentes acerca de la diferencia, especialmente la diferencia sexual y racial; acerca de la reproducción, especialmente en términos de las multiplicidades de generadores y crías; y acerca de la supervivencia, especialmente acerca de la supervivencia imaginada en las condiciones límite, tanto de los orígenes como del fin de la historia, tal y como se cuenta en las tradiciones occidentales de ese complejo género. Donna Haraway.
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Soy una criatura de ficción. Mi vida es una narrativa. Finjo que soy parte del reino funji. Pernocto liberándome en la red. En el poco tiempo que me queda libre acumulo información, que no es más que nuevas herramientas narrativas para desdibujarme el simio que me refleja la cámara de la pantalla. Pedazos de mí que se construyen en la interfaz.
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Soy una tecnología lo-fi. Mi entorno es de grandes computadoras con muchas luces. Un pobre ciborg región 4 y pirata de Tepito. Aún funciono con cintas magnéticas: diesel punk, para no sentirme marginado.
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Y el simio que llevó dentro llora. El padre del sueño amado ha demostrado que también es un simio: falleció.