El segundo día
León, Gto. Llego al Poliforum, pido mi gafete de prensa. El encargado de comunicación me saluda con un abrazo. Me pide pasar a escuchar al Doctor Maturana. No sé mucho de él, sólo lo que aparece en Wikipedia y algunos foros. Desarrolló en la década de los setenta el concepto de autopoiesis, el que da cuenta de la organización de los sistemas vivos como redes cerradas de autoproducción de los componentes que las constituyen. Además, sentó las bases de la biología del conocer, disciplina que se hace cargo de explicar el operar de los seres vivos en tanto sistemas cerrados y determinados en su estructura, dice la Wiki sobre el hombre en cuestión.
Tomo mi lugar, se están resolviendo dudas del día anterior. Lo escucho. Por alguna razón, una de sus respuestas la relaciono con las teorías de Sloterdijk: Las esferas, las esferas de lo humano y de la naturaleza. Sin embargo están decantadas, simplificadas, vacías de cualquier discurso que no sean una receta para tomar decisiones de índole pragmática. Todas son similares, atrae un maremágnum de múltiples teoría que pueden sonar desordenadas: desde fragmentos de constelaciones familiares, zurcidos con teoría epistemológica, a una fuerte carga de conciencia post/industrial.
Creo que el uso contante de la palabra amar en diferentes vertientes me comienza a chocar: amar/amoroso/amable/amante. Puede ser que yo no entienda, que estoy con argumentos en contra y sin un lugar donde ponerlos. Divago un poco y comienzo a dudar primero de mí.
Está bien. Si el cambio de conciencia comienza en el amor, ¿por qué la gente amorosa es la que muere? ¿Si el amor es la explicación final de mi expresión y comunicación, qué debo entender cuando leo a Sade, a Batallie, a Ángel Ortuño? No sé, algo no me cuadra. Todo es un discurso demasiado posmoderno de derecha, de acción, de reacción. Sin embargo hay un grado de cinismo de mi parte, cinismo de manual. Calculado y poco dado a la interacción humana… salgo del ensimismamiento, hay un receso.
Comienzo a platicar con los asistentes. Los primeros son un grupo de fans del doctor. Todos son halagos, se sienten comprometidos y buscan causas para rescatar, liberar, comunicar. Las tres señoras y dos señores me comentan que está siendo maravilloso, que muchas de las cosas que habla el ponente son extraordinarias; los ejercicios del día anterior fueron un balde de agua fría en sus almas y en sus cuerpos. Maturana los ha conectado con un mundo nuevo, con su mundo biológico no violento. Saben que deben amar. Me despido de ellos y camino hacia otro corrillo.
Los saludo y al ver mi carnet de periodista me evaden como a la viruela. Sigo caminando hacía los churros, algo he de comer. La fila de los churros y la del café son inmensas. Desisto. Reencuentro al chavo de comunicación social; le hago un par de preguntas. Me confirma que la asistencia es de más de mil personas. Yo juraba que eran unas cien menos, hasta que volteo y todo está saturado. Me despido nuevamente.
Encuentro a un corrillo de gente más joven. Algunos de ellos traen un botón con la palabra FURA (Fundación Rescate Arbóreo), los saludo y son ellos lo que me preguntan. Buscan que confirme lo que ellos han sentido. Les digo que yo desconozco todo sobre esto, que llegué hoy en la mañana. Se sienten en una clase de superación personal, que no hay concreción, que no hay una relación entre experiencia y comunicación, y que los ejercicios del día anterior fueron los mismos que realizaban en la primaria para dormirse, más coordinados porque fueron coordinados por Ximena Davila Yáñez.
Mientras seguiré aquí. Igual y me enamoro. O termino con un botón de FURA en la camisa.