UN OUTSIDER EN LA MÚSICA
Sixto Rodríguez, profeta desde los márgenes
Fernando Cuevas
El reconocimiento masivo tiene de pronto lógicas extrañas de operación, así como la industria de la música: uno pensaría que tal o cual disco o canción nunca llegaría a las audiencias y de pronto ahí está, encabezando las listas; en el otro sentido, se escuchan obras que parecieran tenerlo todo para instalarse en las orejas del respetable: melodías accesibles, letras inteligentes, instrumentaciones armónicas y producción cuidada. Pero no. Por alguna razón, el cantante en cuestión no termina de sonar en las radiodifusoras y locales de su entorno y pasa desapercibido, al menos en su contexto próximo, acaso por razones temáticas de su poesía o de estereotipo.
Puede darse el caso, sin embargo, que en otras tierras lejanas sí se le valore y resulte ser todo un éxito radial y un fenómeno incluso de culto, dado su estatus de hombre misterioso del que no se sabe gran cosa, más allá de su virtuosismo compositivo y poético: no sucede a menudo pero de que pasa, pasa. En la línea de cantautores que alcanzaron los reflectores como Tim Hardin, Donovan, John Martyn, Tim Buckley y Nick Drake, pero sobre todo de algunos más que se quedaron más tras bambalinas como Jeff Moon, Joe Becoat y Paul Martin, se encuentra Jesús Sixto Díaz Rodríguez (Detroit, 1942 - 2023), el misterioso hombre de origen mexicano que tras abandonar la escuela a los 16 años, se interesó por la música y empezó a componer para entregar dos discos a principios de los setenta y desaparecer de la escena.
Firmando simplemente como Rodriguez, debutó con Cold Fact (1970), álbum integrado por doce contundentes, redondas y breves canciones que rondan el folk barnizado de psicodelia y el rock urbano, notablemente producidas con instrumentaciones que se nutren de algunos metales y cuerdas ocasionales, una versátil guitarra que se combina con un bajo saltarín y una puntual batería, empezando por el clásico Sugar Man para aventarse a la electrificación rockera de Only Good for Conversation y reflexionar entre los entresijos de la partida con la recitación de Crucify Your Mind, buscando la liberación no exenta de sacrificio.
El disco transcurre de manera concisa y maciza a través de cortes que juegan con una poética entre denunciatoria, rabiosa y críptica, como se va escuchando en la dylaniana This is not a Song, it’s an Outburst: Or, the Establishment Blues, de directa crítica política; Forget It como un apacible agradecimiento a pesar de haber llegado al final de la relación; Inner City Blues, homónima del clásico de Marvin Gaye y capturada después en vivo durante una presentación en París en el 2009, y I Wonder, en la que plantea cuestionamientos que van de la esfera personal a la social sobre un piso de teclados.
El tono callejero aparece en Hate Street Dialogue, mientras que Like Janis cuestiona la superficialidad y el mundo de las apariencias; Gomorrah (Nursery Rhyme), retrata la decadencia y corrupción urbana; Rich Folks Hoax describe las desigualdades económicas a la vista con su receptivo raspón a los curas y a los intentos por ocultar el evidente contraste social, para cerrar con la soledad pesimista de Jane S. Piddy. Un álbum que, en efecto, termina siendo todo un hecho concreto.
Para su segundo y último disco en estudio, Coming from Reality (1971), viajó a Londres y se puso bajo las órdenes del productor Steve Rowland, contando con el apoyo de oficiosos músicos de sesión. El álbum abrió con la santanesca Climb Up On My Music, seguida por A Most Distinguin Song, en clave de spoken word para narrar las tocadas en diversos tugurios y lugares marginales; por la románticamente acústica I Think of You y por la rebelde Heikki’s Suburban Bus Tour, recordando sus tiempos de protesta y de activismo en campo.
Silver Words? remite al estilo de Jim Croce y sus juegos de cuerdas al fondo, extendidas a la brillante Sandrevan Lullaby - Lifestyles, entonada con la necesaria gravedad, mientras que To Whom It May Concern, guiada por un piano en vertiente pop para cuestionar el nivel de importancia otorgada a los sucesos.El disco entronca en su parte final con en plan narrativo con It Started Out So Nice, viaje sideral que se va poniendo extraño, y Halfway Up the Stairs, abriendo con un piano eléctrico que da pie a una suave rítmica para señalar lo difícil que es quedarse a la mitad del camino con alguien como ella.
La cerradora Cause se volvió profética: el narrador es despedido de su trabajo dos semanas antes de navidad, ante la indiferencia generalizada, y a Sixto le pasó lo mismo con la disquera Sussex, que le dio las gracias ante las bajas ventas, si bien tronó en 1975. El disco tuvo un relanzamiento bajo el nombre de After de Fact (1976), que incluyó los cortes adicionales Can’t Get Away, I’ll Slip Away y Street Boy, que presumiblemente formarían parte de un tercer álbum, pero al final le pareció que su segunda obra ya no era posible de ser superada, según declaró en una entrevista.
La realidad después de los hechos
Rodríguez se presentó en Australia en 1979 y en 1981, mientras que sus discos fueron reeditados en la isla gigante, además de ser ampliamente reconocido en Sudáfrica, en donde el terreno resultó muy fértil para que germinaran sus canciones de protesta y crítica social, sobre todo entre los jóvenes blancos de clases económicas bajas que estaban en contra del apartheid. Se mantuvo fuera del ojo público la mayor parte del tiempo, salvo esporádicas presentaciones y reediciones de sus discos en diferentes formatos.
Tímido y de una sencillez apabullante, veía su labor en el ámbito de la construcción como un trabajo digno que lo mantenía en forma; tras sus conciertos en Sudáfrica en 1998, le daba el dinero a familiares, amigos y causas sociales, mientras que él seguía viviendo en la misma casa del centro de Detroit que hace cuarenta años. Participaba en manifestaciones e intentó entrar a la política para apoyar a los más desfavorecidos, pero no ganó ninguna elección. Como a buen cantante maldito, se le adjudicaban varios suicidios, desde volarse la tapa de los sesos hasta inmolarse en el escenario.
El (re)conocimiento mundial llegó con el multipremiado documental Searching for a Sugar Man (Bendjelloul, 2012), en el que se da cuenta de su particular condición de figura de culto a través de testimonios de sus productores que no entendían por qué sus discos no habían tenido el alcance merecido; de sus tres orgullosas hijas, así como de trabajadores de la construcción que lo veían como un poeta excepcional; un par de personas sudafricanas del mundo de la música que le trataban de seguir la pista, dándole un toque detectivesco al filme, y él mismo, siempre introvertido y dubitativo, declarando que alguna pregunta no sabía cómo responderla.
Entrelazando pasajes de animación y una fotografía que envuelve el misterio junto con los materiales de archivo puntualmente secuenciados, ahí está retratado todo el increíble trayecto desde sus grabaciones poco conocidas en Estados Unidos y su vida llevada con una apabullante normalidad, hasta el furor que causaron en el país africano, alcanzando el frenesí cuando se presentó para dar seis conciertos a finales del siglo pasado. Un profeta desde los márgenes que por fortuna pudo ser redescubierto para valorar sus canciones y la influencia que tuvieron en contextos impensados.