LOS 11 CENTROS PENITENCIARIOS DE GUANAJUATO REÚNEN MÁS DE 6 MIL 200 PERSONAS EN RECLUSIÓN
Ser madre privada de la libertad en Guanajuato: un amor que resiste
Cuatro mujeres viven con sus bebés en centros penitenciarios del estado

Guanajuato, Gto. Cada día, en los Centros Estatales de Prevención y Reinserción Social (Cepreresos) de Guanajuato, hay una madre que canta bajito una canción de cuna, que acaricia la frente de su hija dormida o espera, con la mirada puesta en la reja, una visita que a veces no llega.
La maternidad en prisión existe, aunque con otras formas, otras rutinas y otras heridas. En Guanajuato, las mujeres privadas de la libertad no dejan de ser madres. Algunas viven con sus hijas e hijos menores de tres años en los centros penitenciarios. Otras mantienen el vínculo a la distancia a través de cartas, llamadas telefónicas o mensajes que viajan con sus familiares. Todas enfrentan el mismo reto: seguir presentes aunque no puedan estar cerca.
Actualmente cuatro mujeres viven con sus hijas e hijos en los Centros Penitenciarios del estado, en espacios especialmente acondicionados con estancias infantiles y atención integral para su desarrollo, y bajo atención de personal capacitado en crianza positiva y desarrollo psicomotor.
"La instrucción de la señora gobernadora es humanizar todos los centros penitenciarios del estado", señala Julio César Pérez Ramírez, director general del Sistema Penitenciario del Estado de Guanajuato. "No somos quiénes para decir: eres buena o mala. Nuestra tarea es darles herramientas para que cuando salgan puedan empezar de nuevo, sin resentimiento."
Mayra N, por ejemplo, es madre de una pequeña de un año que vive con ella en el Ceprereso de Guanajuato capital. En su testimonio, reconoce con emoción que sus compañeras han sido una red de apoyo: “La mayoría, todas, la verdad son buenas personas con ella. La quieren mucho, la consienten.”
Al momento de platicar con ella, sostuvo a su hija en brazos sin soltarla ni un instante. Ella se ha vuelto su centro, su salvación, su ancla. La abraza con fuerza, con ternura, con algo de culpa. La sostiene como quien cuida un milagro que no sabe si merece.
"Ser madre aquí adentro es muy difícil... para mí es muy difícil querer algo para mi hija y saber que no lo puede tener por el lugar en el que estoy. No poder darle una vida normal, sí es difícil", comparte Mayra.
Ella tiene un consuelo. Tal vez en libertad no podría estar tanto tiempo con su bebé. Tal vez, allá afuera, la rutina o el trabajo las habrían separado. Aquí, se tienen todo el tiempo. Eso es lo que Mayra rescata. Eso, y el deseo constante de cambiar.
“Desde que estoy aquí, he cambiado como persona... ya no quiero darle todo lo material a mis hijos, solamente quiero estar con ellos”, comparte con una voz que ha aprendido, a fuerza de ausencia, qué es lo verdaderamente esencial.
Mayra también tiene un hijo adolescente que vive fuera. La última vez que lo abrazó fue en una visita. Pero ella espera hacerlo de nuevo en libertad y piensa en ese abrazo pendiente como una promesa que guarda en su corazón, como un horizonte que no deja de mirar.
Otra historia es la de Luisa N, quien aprendió a tejer muñecos de crochet dentro del penal. En enero sus productos fueron vendidos en la Feria Estatal de León, la más grande de la entidad. Cuando supo cuánto había ganado, no pudo contener las lágrimas por haber superado sus expectativas. “Yo dije, ya voy a tener dinero para que mi niño entre a la prepa.”
Confiesa que antes solo pensaba en generar dinero, incluso de formas incorrectas. Ahora envía sus productos a ferias de varios municipios de Guanajuato; cada peso que gana tiene un significado distinto y se entusiasma al imaginarse fuera, trabajando, recuperando el tiempo perdido. "Si recibo 100 pesos, son los mismos que sé que son de mi trabajo. Tengo muchas ganas de salir de este lugar, pero porque sé que puedo ser una mejor madre, una mejor hija."
Luisa no niega su error, pero tampoco ha permitido que la defina. "Me considero una persona trabajadora ahorita en estos momentos de mi vida, honesta. Si no hubiera llegado a este centro, mi manera de pensar no hubiera cambiado nunca. Si lo hice aquí adentro, también puedo salir adelante afuera", afirma.
Guanajuato cuenta con 11 centros penitenciarios, que albergan a más de 6 mil 200 personas privadas de la libertad. De las mujeres en reclusión que ahí se encuentran, la mayoría son también madres.
Algunas han sido abandonadas por sus familias; otras siguen presentes en la vida de sus hijos con lo poco que tienen. Para todas ellas, la Secretaría de Seguridad y Paz impulsa estrategias de reinserción con enfoque humano, que incluyen talleres de autoempleo, acompañamiento emocional, programas de educación y esquemas de apoyo en colaboración con otras dependencias.
Desde la experiencia de la privación de la libertad, mujeres como Mayra envían un mensaje a las madres y familias del exterior.
“Que piensen más en pasar tiempo con sus hijos… porque al final todo lo material queda afuera cuando no puedes estar cerca de ellos. Lo importante son ellos, nuestras hijas e hijos.”
En el mismo sentido, el director del sistema penitenciario, Julio César Pérez Ramírez, compartió una reflexión dirigida especialmente a las familias:
“Como padre, mi consejo es que tengamos cuidado, tanto hijas como hijos, de con quién nos juntamos, de qué nos piden, de los riesgos… porque nada vale la pena si la consecuencia es estar en prisión.”
Con motivo del Día de las Madres, el Sistema Penitenciario del Estado de Guanajuato ha preparado diversas actividades especiales en todos los centros, tanto femeniles como varoniles. Estos eventos buscan reconocer el valor de la maternidad, incluso en contextos de privación de libertad, y fortalecer los vínculos familiares durante las visitas.
El director también subrayó una dura realidad que suele pasar desapercibida: las mujeres privadas de la libertad, madres en su mayoría, son quienes reciben menos visitas, a pesar de que, en muchos casos, su situación legal se originó por vínculos afectivos o actos de personas cercanas.
"Muchas mujeres están aquí por acompañar al novio, al amigo, a alguien que les prometió algo... y al final, son las que menos visitas tienen."
Esa es la doble condena que enfrentan muchas madres en prisión: la sentencia legal y el juicio tanto de sus propias familias como de la sociedad. Algunas enfrentan el silencio y olvido de quienes un día prometieron acompañarlas; otras, se preparan para entregar a sus hijas o hijos al cruzar el umbral de los tres años.
Frente a esta situación, el Sistema Estatal Penitenciario trabaja en fortalecer el enfoque diferenciado hacia las mujeres, con acciones que van desde el acompañamiento psicosocial hasta apoyos específicos para madres, los cuales están en fase avanzada de gestión.
"Ya tenemos algo bien avanzado para dar un apoyo extraordinario para ellas. A la par, se continúa impulsando el autoempleo, la capacitación y la educación. Ya les estamos dando todas las herramientas para que no haya retrocesos", aseveró el director Julio César Pérez Ramírez.
Y mientras eso ocurre, mientras los días se cuentan entre turnos, visitas, pañales o lágrimas, hay madres que siguen. Que resisten. Que esperan.
Porque hay algo que ni el encierro, ni el tiempo, ni el arrepentimiento pueden borrar: el amor que resiste todo, la promesa que se repite con esperanza, la certeza de que hay un reencuentro esperando afuera.
Así lo dice Mayra mientras su hija se acurruca en su pecho: “Cuando salga y pueda abrazar a mi hijo y a mi hija sin ningún obstáculo, les diría que pase lo que pase, ahí voy a estar con ellos, siempre.”