Entre sierras y montañas y al sonoro rugir del cañón, resurge la fiesta de indios tejocoteros
Santa Rosa de Lima representa la escenificación exhibida ante Maximiliano

Guanajuato, Gto. Retumbaron los cañones y el estruendo de la pólvora mezclaba sus olores con tacos de maíz negro con carnitas. Los de gran sombrero portaban la bandera de un país que aún no existía en 1810 y los de chechia, gorro zuavo, que representaban a los realistas españoles, poco a poco cedieron ante la turba de indios con collares y cananas de tejocotes.
Segundo domingo de octubre. Los indios tejocoteros viven y reviven. Asoman con la fuerza nuevas generaciones que suplen a los que se han ido, en especial en los últimos dos años, cuando una pandemia interrumpió la representación del inicio de la independencia y la toma de la ciudad de Guanajuato que, acorde con la tradición, los residentes del poblado, ubicado al norte de la Real de Minas y Capital Cervantina de América, hicieron a Maximiliano de Habsburgo.
El alma del indio mayor, Tomás Ulloa García, fallecido en 2008, recibió a Raymundo Herrera, que hacía papel de sacerdote realista; Javier Hernández, Víctor Rangel y Wikas Fernández, que hacían de realistas; Simón Flores, generoso patrocinador, quienes se nos adelantaron en estos dos años de mundial azote coronavirulento. Un minuto de silencio los recordó.
El antecedente
Con la tradición oral popular como única fuente, se cuenta que, en 1864, cuando el emperador Maximiliano fue a Dolores Hidalgo a conocer donde se inició el movimiento de independencia, siguió a Guanajuato y pasó por Santa Rosa de Lima, en plena sierra homónima, a ocho kilómetros de la magna ciudad.
Ahí los pobladores, que se jactaban de que fue el lugar donde vivió Juan José de los Reyes Martínez. El Pípila, y le mostraron con una representación cómo fue la toma de la ciudad en 1810.
Se armaron con rifles con salvas y los zuavos, tropa mercenaria de élite, que acompañaba al austríaco, representó a los realistas españoles, asesorados por el cura del lugar.
Desde entonces, cada segundo domingo de octubre, la comunidad recreó ese momento. La festividad se suspendió en 1910 por la Revolución Mexicana, se volvió a suspender en 1927 por la Guerra de los Cristeros. En 1934, cuando tenía 24 años de edad, la retomó quien contaba lo anterior: don Tomas Ulloa García. “El Indio Mayor”.
Hijo de minero y de madre dolorense otomí, nació en el Mineral de Santa Rosa de Lima, Guanajuato, el 7 de septiembre de 1910. Con Maclovia Robles Campos, su esposa, legó a una familia tejocotera: Salomé, Rosa Juana, María Buenaventura, Tomás Xicoténcatl, Juana Gavina (en honor a la esposa del Pìpila), Martin Nezahualcóyotl e Ildefonso Cuauhtémoc. Los Ulloa Robles que de uno u otra manera tomaron su bandera tras su deceso en 2008.
Don Tomás amaba e investigaba la historia de México. Estudiaba primaria cuando lo escondieron debido al riesgo de leva por la Guerra Cristera y comenzó a estudiaren escuela nocturna a los 37 años y terminó su instrucción primaria a los 40 años.
Tras su muerte, la representación continuó hasta ser nuevamente interrumpida en 2020 y 2021 por la pandemia de covid 19.
La fiesta cívica
Este año, las Fiestas Patrias de Santa Rosa comenzaron el viernes 14 por la noche con la presentación de una obra de teatro alusiva al movimiento de independencia. El sábado 14 se hizo la solemne lectura del Acta de Independencia, hubo pirotecnia y el presidente municipal Alejandro Navarro, dio el Grito de Independencia.
La parte fuerte viene el domingo, esta vez fue el 16. Arranca con un desfile en el que participan estudiantes de escuelas primarias, secundarias y hasta de nivel medio superior de la zona. En este año las y los niños de primaria desfilaron con atuendos de tejocoteros. En esta edición tuvieron como invitados especiales a la Banda de Guerra de Dragones de la Reina, de San Miguel de Allende.
La fiesta antisolemne
Tras concluir el desfile, desde la parte alta del poblado inicia el proceso de batalla con el fondo musical de la Banda Santa Cecilia, de Dolores Hidalgo, Guanajuato, con más de 20 años participando.
La clásica Pávido Návido dio el ambiente para guardar silencio en el emotivo momento en que Adrián Herrera se despojó de su atavío de soldado zuavo realista y se colocó sotana, se fajó con el cíngulo y se colocó la estola. Cubrió la cabeza con su bonete y tras un momento de llanto en un minuto de silencio que se convirtió en recuerdos, se fue hacia el bando realista, para ofrecer agua bendita con sabor a licor de membrillo, depositada en un guaje, para el perdón de los pecados.
Se repitió la rutina tradicional: hay una avanzada de ambos bandos, se encuentran y un representante de los insurgentes acude con los realistas, quienes indican que los rebeldes no tienen posibilidad de triunfo y que digan a Hidalgo que ceje en su afán.
Los insurgentes respondían con un solemne “nel, pastel” e Iban con el chisme con los hermanos Aguilera, que representan a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende y simulaban una carga de caballería con charros de la región.
Sonaron los cañonazos, tronaron las cargas de pólvora en las escopetas y aquello se convirtió en un zumbar de oídos antes de ver la simulación de combates previos a la entrada a “Guanajuato”, unas ganadas por los gachupines azuavados y otras por los insurgentes con ropajes de 100 años después.
En el Altar Cívico, ubicado junto al templo de la comunidad, rindieron homenaje a los que se fueron, para continuar camino abajo, donde siguieron los guamazos, que se soportaban gracias a las caguamazas, bien frías, no sin previamente avituallarse con tortas y tacos de carnitas, gorditas con guisado, quesadilla con nopales, enchiladas mineras y demás tesoros culinarios.
Ya cuando atardece, se representa la toma de la Alhóndiga de Granaditas, con su Pípila valiente, pero piromaniático, queman pirotecnia y concluyen con el fusilamiento a los españoles, que en la historia fueron masacrados con odio jarocho.
“El Pípila” no siempre ha sido representado, pero sí su mujer, Juana Gavina. Son papeles que por lo general representan integrantes de la familia Ulloa. Se dice que Juana Gavina nació en la comunidad.
El rasgo distintivo
La Fiesta Tejocotera tuvo este año un distintivo: niños por doquier. Los había como espectadores, soportando el estruendo; los había ataviados de indios y gachupines; los había en las bandas de guerra y de música de viento. Los había en el pentatlón que cuidaba el orden, los había con su celular, muchas veces contenidos para no participar en ese mundo real de explosiones, caballos a galope.
Acuden visitantes de múltiples lugares, que aprovechan su rol cervantino de octubre por la ciudad de Guanajuato. Por eso por ahí sonaba el Corrido de Monterrey, a petición de un codomontano (era gratuita, como parte de la chamba de la banda).
Don Tomás Ulloa falleció el 15 de abril de 2008, a los 97 años de edad, en la Sierra de Santa Rosa de Lima. Su herencia está en sus hijos, que mantienen la identidad y orgullo de una comunidad enclavada en la sierra pisada por José Alfredo Jiménez, una lomita antes de mirar el caserío y las torres de Dolores Hidalgo, su pueblo adorado.
