Con vivas a Iturbide y a la virgen de Guadalupe, Navarro da el grito en la Alhóndiga
Guanajuato, Gto. Las calaveras de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, colocadas en jaulas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, no debieron estar muy contentas que digamos cuando el presidente municipal, Alejandro Navarro, echó loa a Agustín de Iturbide.
Verdad es que don Agustín fue uno de los consumadores de la Independencia (11 años después del que se considera fue grito de autonomía que se habría de convertir en deseo de independencia) y para un sector de la mexicanidad no es un traidor, sino otro Padre de la Patria, pero citar ante ellos al “Dragón Hierro”, el que les repelió en Valladolid, les derrotaba con crueldad para ganarse el mote, no fue grato.
El grito en la Alhóndiga sí dejó contento al que se hizo nombrar emperador. Su imperio gozó de efímera gloria hasta que esos mestizos republicanos llegaron a echar a perder a esa bonita patria trigarante de Religión, Independencia y Unión. Pura banda criolla al frente: Alejandro Navarro, su esposa Samantha Smith (en preprepereprecampaña por la presidencia municipal) y el diputado Víctor Manuel Zanella Huerta. Güeritos todos, pero chidos y buena onda, hasta eso. Y aunque no se apelliden Pérez, mexicanos también son.
Luego de dos años de soledad por culpa de la pandemia del covid 19, la Alhóndiga y sus alrededores volvieron a lucir sus glorias de sonido de silbatos, banderas tricolores, grandes sombreros, chicas con vestido charro y pestañas postizas, charros con bigotes postizos, puestos de fritangas, rolas de la revolución y el Huapango de Moncayo para los patriotas cultos; pero todos hechos chusma, apretujaditos, para juntar miles (doce mil, según reporte oficial).
Previamente, Alejandro Navarro, encabezó la ceremonia del Grito de Independencia en la comunidad San José de Llanos y, para conmemorar la liberación de los presos que Miguel Hidalgo hizo hace 212 años, dejó libres a nueve personas que se encontraban detenidas por cometer faltas administrativas menores.
Luego, El Grito, the scream, le criè. Ya se la saben (escondan sus celulares cuando escuchen esta frase): honores a la bandera, el presidente municipal recibió el lábaro patrio de manos de la escolta de la Policía Municipal y con voz que luego se le arrugaba por la emoción:
¡Vivan los Héroes que nos dieron patria y libertad! (y también puentes de asueto, nombres de calles, escuelas primarias y estaciones del metro y la oruga), ¡Viva Hidalgo! Y le siguió con Morelos, Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama.
Vendría el toque orgullo de la versión criolla de la historia: ¡Viva Iturbide! La banda ni se inmutó y siguió con los vivas: Galeana y Matamoros, Guerrero (no lo pusieron junto a don Agus y él también consumó la independencia; recibo su queja), Leona Vicario, El Pípila (está el cerro de San Miguel y cada vez más le tapan su vista hacia la ciudad, para los que dicen que no existe), ¡Viva la Independencia Nacional! ¡Viva la Virgen de Guadalupe (la cita a nuestra madrecita es para que dejemos de darnos en la ídem) y el remate:
¡Viva México, viva Guanajuato, viva México!
Después del espectáculo de fuegos artificiales en la zona de la Alhóndiga, la banda pudo gritar ¡oooooh!, declarar la independencia a la dieta con comedera rica en calorías y a echar narcogritos con del grupo Indezzizo y del cantante norteño Pepe Linares.
Al fin, invocado, con sus cuatro enemigos arrinconados en la parte alta de la alhóndiga, Iturbide (su majestad, gato igualado), se dirigía a la turba que por 200 años ha sido educada para ignorarlo:
“Ah, bellacos, podéis decir lo que deseen, pero os recuerdo que, pese a todo, junté a mestizos, criollos y nobles españoles para forjar vuestra Patria”.
Nel, dijeron las calaveras insurgentes: te agandallaste para hacerte nombrar emperador. Se quedaron discutiendo. Yo me fui por un pozole, unas enchiladas mineras y un café de olla.
Alejandro Navarro tampoco los escuchó: se fue a la Santa Fe a dar un rol con su cuate Ángel Quesada, quien lo recibió tranquis: “aquí, nomás echándome un gallito, padrino”.