Efímero
Relato de Citlalli Luna Quintana
Para el hombre de los balcones
Sabe que se ha convertido en una carga para él: se toma las cosas demasiado en serio, de cualquier cosa hace una tragedia, no es capaz de comprender la levedad y la divertida intrascendencia del amor físico.
Milan Kundera
Parece que fue hace ya tanto tiempo, ella, después de él, siguió fumando en la ventana, exhalando las ganas. Todo comenzó una noche de copas, él la invitó a viajar entre estrellas y quimeras, entre humo y cervezas, “Te enamoraría en un balcón” dijo, ella, temerosa y sonriente, aceptó. Su historia transcurrió entre encuentros efímeros (tantas pistas y ella no reconoció ninguna): tardes ajustando distancias sobre el sillón rojo, comidas con bullicio, besos sabor a café, cigarrillos con sueños y bocanadas, nombres que sólo se pronuncian entre sueños, faldas sin ropa interior, dedos húmedos frente al librero, orgasmos para comenzar bien el día.
Y no es que a ella le hiciera falta un hombre en su vida, no es que a él le hiciera falta una mujer, a ella le costó entender que hay personas efímeras y orgasmos caducos. Él fue una metáfora no planeada, un paréntesis dentro del viaje, un naufragio, un camino que conducía al abismo y al mismo tiempo fue la mejor razón que ella encontró para sonreír:
Sus ojos la transportaban a un lugar inexistente, lejos del ruido y el smog, su espalda era el lienzo perfecto para pintar un cuadro abstracto, a ella le gustaba morder sus labios, sentía que así podía robar pequeñas partes de su esencia, cuando sus manos tocaban las caderas de ella, era como si la atara irrevocablemente a un transitar juntos, aunque fuera tan sólo un instante.
Ella jamás se imaginó que él se iba a ir tan repentinamente, quería que permaneciera ahí, aunque fuera sólo un beso más. Él la sacó de su vida, sin una razón ni una llamada. La dejó con rosas marchitas y chocolates que dan migraña, con fotos y tacones, con besos y orgasmos pendientes.
¿Cómo es que así terminan las historias? ¿Es que acaso hay hombres que aman sólo una semana? Ella no lograba comprenderlo. ¿Fue su dramatismo lo que hizo que se fuera o él ya tenía un fantasma de media noche que despertara a su lado?
Tiempo después él le envío un libro que ella había olvidado a propósito sobre aquel sillón rojo (caja de estremeceres). Cuando lo tuvo otra vez en sus manos, ella imaginó que los dedos de él habían rozado la portada, abierto las hojas, leído el interior, justo lo que había hecho con su cuerpo. Buscó incansablemente entre las páginas una carta, un mensaje, algún rastro de él, algo que le dijera el porqué de su ausencia. Pero no, él se había ido, y fue como despertar de un sueño, como si hubiera sido un fantasma, una alucinación, una buena borrachera, una batalla perdida desde el primer orgasmo.
Ojalá él la recuerde, tal vez en un sorbo de café, un cigarrillo junto a la ventana, un libro aburrido, quizá piense en ella cuando viaje en un balcón…