COMUNICACIÓN Y LENGUAJE
Espacio y presente
Matilde Hernández Solís
De la biología se toma el término ‘biotopo’: ‘todo el mundo en que vive el hombre’ (Edward T. Hall, p. 10); y de los estudios con animales, el de ‘sumidero comportamental’: “la consecuencia de todo proceso comportamental en que los animales se juntan en número desusadamente grande. La idea de inmundicia séptica que acompaña al vocablo no es casualidad: el sumidero comportamental agrava todas las formas patológicas que pueden hallarse en el grupo” (p. 38), para plantear: “Si lo que sabemos del comportamiento animal en condiciones de hacinamiento o lejos de su biotopo familiar tiene algo que ver con el género humano, nos esperan terribles consecuencias en nuestros sumideros urbanos” (p. 202).
Los espacios ya no son de una pureza étnica (¿alguna vez lo habrán sido?, ¿sería el sueño dorado de Hitler?). Aún de grupos tan selectivos y endogámicos como los menonitas y la secta amish, de las cuales sé bastante poco, sé, al menos, que ‘se dan una escapadita’ mientras vienen a vender quesos a Zacatecas los unos, y que aceptan a Harrison Ford con todo el apapacho del mundo los otros (Testigo en peligro).
La etnia, entendida como cultura, implica no sólo marcas fonéticas, estudiadas ya por la sociolingüística, o estilos conversacionales que se mantienen durante algunas generaciones, ya observados por la pragmática, sino por mundos sensoriales diferentes.
Virtualmente todo cuanto hace y es el hombre está relacionado con la experiencia del espacio. El sentido del espacio es en el hombre una síntesis de la entrada de datos sensoriales de muchos tipos: visual, auditivo, cenestésico, olfativo y térmico. No solamente es cada uno de estos un complejo sistema… sino que además cada uno de ellos es modelado y configurado por la cultura (p. 222).
Lo anterior es la base de la siguiente afirmación: “la comunicación se frustra principalmente porque ninguna de las partes comprende que cada una de ellas vive en un mundo perceptual diferente” (p. 11); lo cual, además, es también válido, como afirma Deborah Tannen, para la incomunicación o malinterpretación de los mensajes entre hombres y mujeres de la misma etnia y estrato sociocultural, pues el mismo Hall dice, refiriéndose a su gran habilidad para localizar puntas de flechas en el desierto y su inhabilidad parea encontrar algo en el refrigerador −organizado por supuesto por su esposa− “los hombres y las mujeres vivimos con frecuencia en mundos visuales diferentes” (p. 90).