Es lo Cotidiano

EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Emociones y dominio lingüístico

Artículo de Mónica Muñoz Muñoz

Tachas 05
Tachas 05
Emociones y dominio lingüístico

Dominar la lengua es un asunto de fundamental importancia para las relaciones humanas, pero es medular para la relación con uno mismo. Recordemos aquello de que somos los grandes dialogadores de nosotros mismos; todo el día nos hablamos, nos sentimos, nos pensamos, nos soportamos y —a veces— nos odiamos. Por lo tanto, la comunicación intrapersonal —una de las inteligencias de Gardner— significa tener acceso al universo emocional interno, dar nombre a nuestras emociones, delimitarlas; sólo así la confusión que el individuo siente frente al mundo podrá ser menor.

A través de la palabra se logra el autoconocimiento, nos damos cuenta de quiénes somos, nos aceptamos y —después— podemos organizar y dirigir la vida personal. Por ello, insistimos en que comunicarnos intrapersonalmente será el primer paso para ser coherentes con nosotros mismos y nos dará, además, el privilegio de que las palabras que enunciamos correspondan a lo que queremos decir.  

De hecho, dentro del área que ahora nos ocupa, existe el término alexitimia para referirse a la imposibilidad de nombrar las emociones que el individuo experimenta:

Los neurólogos han observado anomalías en una zona cerebral, cuya función sería la de vincular el crisol de las emociones con la zona que toma conocimiento de estas emociones, las analiza y las fórmula. Los alexitimicos, en lugar de mostrar una actividad cerebral adaptada a la intensidad emotiva de la situación, como es el caso normal, manifiestan una actividad demasiado débil o intensa, que perturba la apreciación justa de la experiencia emocional.[1]

Sin embargo, puesto que las soluciones clínicas no están en nuestras manos ni este es el foro para hablar de ellas, nuestra participación acerca de la comunicación intrapersonal ha de enfocarse en lo que a la enseñanza de la lengua respecta; después de todo, tenemos la convicción de que el docente ha de influir en la vida del alumno mucho más allá de la teoría, es decir somos parte de esta comunidad que cree que el conocimiento debe mejorar la calidad de vida del alumno.

Por lo anterior, es necesario que en el aula, puesto que no en todos los hogares es posible, nos preocupemos por otorgar palabras a las sensaciones físicas, es decir, adscribir conceptos a las emociones para que el alumno pueda identificarlas y además comunicarlas.

Como ejemplo de lo anterior recordemos que “cuando un niño trata de expresar un problema, tiene menos probabilidades de sublimarlo a través del comportamiento y mayores probabilidades de conseguir lo que quiere de la vida (…) la frustración es común en los niños inexpresivos; no sorprende, entonces, que el impacto se note en el funcionamiento social y académico.” [2] 

Ron Taffel sugiere que en la medida en que el individuo tarda en hablar, en comunicarse con los otros y en comunicarse consigo mismo tiene una mayor tendencia a la violencia, “los niños que tardan en hablar tienden con frecuencia a emplear el lenguaje de las acciones. De hecho en muchas clases que he visitado, es típico que los niños menos expresivos verbalmente tiendan a participar en juegos bruscos que atemorizan a los niños menos agresivos y más expresivos.”[3]

De manera que propiciar que los alumnos estén en contacto con los sentimientos, los identifiquen e incluso se sientan animados a compartirlos logrará que fomentemos en ellos la inteligencia intrapersonal y, por lo tanto, la interpersonal, ya que estaremos formando individuos seguros de sí mismos, preparados para enfrentar la confusión inherente al mundo, porque como Paul Watzlawick explica:

Los seres humanos, como el resto de los seres vivientes, dependemos, para bien y para mal, de nuestro medio ambiente, y esta dependencia no se limita a las necesidades de nutrición, sino que se extiende también a las de suficiente intercambio de información. Esto es válido sobre todo respecto de nuestras relaciones interhumanas, en las que para una convivencia soportable resulta particularmente importante un grado máximo de comprensión y un nivel mínimo de confusión.[4]

Así que “la expresividad puede constituir la diferencia entre el éxito o el fracaso académico, el buen desempeño social o el aislamiento, la conexión o la desconexión con la familia.”[5]

Desde luego la tarea que nos toca no es fácil. Si tomamos en cuenta el mundo de comunicación en que el alumno vive, tal vez resulten mínimos las palabras y los estímulos, los deseos del maestro. Investigadores como Ron Taffel y Melinda Blau indican que el mundo contemporáneo no pide expresión del individuo; es común encontrar a personas que únicamente se sienten cómodas en contextos donde no necesitan interactuar, pensar, expresarse, donde simplemente están. “Cuando le pregunto a un preadolescente, saturado de la cultura de moda (…) ‘¿Por qué es tan reconfortante estar con tu grupo de amigos?, invariablemente me dice, ‘porque no tengo que esforzarme. No tengo que ser bueno en nada.  No hay ninguna presión.”[6]

Taffel explica que a medida que los niños inexpresivos crecen se acercan a otros que son como ellos y, como resultado, no tienen que decir gran cosa, de manera que carecen a menudo de intereses significativos y parecen incapaces de perseverar frente a problemas y retos. No saben cómo pedir ayuda; no comparten con facilidad sus triunfos. “Los niños inexpresivos rápidamente se amoldan a una forma de desear que consiste en recibir y consumir en lugar de crear y aportar.”[7]

¿Qué hacer? Pues bien, como no todos nuestros alumnos son iguales, no se les puede tratar con el mismo rasero. Una vez que el niño o el joven aprende a comunicarse consigo mismo, a darle un nombre a lo que está sintiendo y —por lo tanto— a tener control sobre sí mismo hemos de acompañarlo al camino de la expresión, tratando de que mejore —por ejemplo— el ritmo, es decir ¿cuánto tarda su expresión? y la concentración ¿se desvía del tema?, ¿puede contar toda una historia? Hemos de respetar además el tipo de pensamiento, lineal o no lineal.

Para fomentar la expresión en un niño de naturaleza reservada, Ron Taffel recomienda utilizar una conversación en paralelo —con el objetivo de que la presión sea menor—, la insistencia acerca de su expresión debe ser suave y hemos de procurar responderle con empatía, además de ser un ejemplo de expresión en lo cotidiano.

Por el contrario, para el alumno que no para de hablar, al que Taffel cataloga como ‘bullicioso’, es necesario ayudarle a crear una puntuación, enseñarle orden y secuencia, elogiar la brevedad y el orden además de interrumpirlo cuando sea necesario; por supuesto, siempre conscientes de la comunicación no verbal.

Para el alumno que duda, cuya personalidad no se decide entre ser comunicativa o reservada, es necesario descubrir qué circunstancias provocan su espíritu comunicativo, tratar de utilizar frases que desencadenen conversaciones y por supuesto ser en realidad su interlocutor, responderle rápidamente.

Taffel asegura que la clave para alentar la expresividad es reconocer el estilo de comunicación que el otro tiene y tratar de amoldarnos a él. Por supuesto, el primer paso es tratar que el niño o el joven ordene su mundo interior, una vez hecho esto le será mucho más sencillo dirigirse al mundo.

 

[1]           www. Inteligencia intrapersonal.  Consultado en junio de 2009.

[2] Ron Taffel y Melinda Blau, Cómo educar niños más listos, sanos y felices, Amat, España, 2001, p. 107.

[3] Ídem.

[4] Paul Watzlawick, Es real la realidad, Herder, Barcelona, 1994, p. 13.

[5] Ibid., p. 108.

[6] Ibid., p. 110.

[7] Idem.