La distorsión del amor en Cumbres borrascosas
El amor es un concepto que ha sufrido tanto a lo largo de la historia, que casi no me atrevo a tocarlo por miedo a causarle más daño. Anda en boca de todos, la mayoría dice haberlo sentido, pero cada uno tiene sus propias experiencias en torno a éste. Al ser un sentimiento tan gastado y además una abstracción, ¿se puede hablar de un concepto específico de amor? Suponiendo que algún amigo pide tu opinión en cuanto a la relación que lleva con alguien más, siendo la cuestión si lo ama, ¿podrías identificar las características que se presenta en una persona que ha sido flechada por Cupido y sus lazos con el ser amado? El punto es que no hay una definición exacta de lo que es el amor, pero existen indicios que determinan si se trata en realidad de este sentimiento.
La Real Academia Española presenta acepciones de amor que van desde “apetito sexual de los animales” a “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Así que se presentan tres características principales del amor: la sensación de que el otro posee lo que no encontramos en nosotros, el anhelo de permanecer juntos y la vitalidad para enfrentar el día a día.
Cumbres borrascosas de Emily Brontë es una novela repleta de pasiones y sentimientos distorsionados que llegan al punto de confundir al lector acerca del verdadero sentir de los personajes, ya que se muestra la evolución de éstos a través de dos generaciones, y en ocasiones los estados afectivos cambian con el tiempo y las circunstancias. La novela transcurre en torno al “amor” de Catalina y Heathcliff, quienes crecieron juntos y no conciben la vida sin el otro, pero el destino, las normas sociales y su orgullo los traicionan.
Un aspecto interesante de la obra es que Heathcliff se aferre de tal modo a Catalina, mientras pasa por algunos sentimientos que no corresponden siempre a lo afectuoso. A continuación, se pretende analizar la relación de estos personajes principales para identificar si existe amor entre ellos y, en caso afirmativo, examinar la transmutación del sentimiento.
La convivencia entre Heathcliff y Catalina comienza con la identificación; según Sigmund Freud este concepto se entiende como “proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste.”[1] Puede considerarse normal el hecho de que Heathcliff al ser llevado a Cumbres borrascosas por el señor Earnshaw, padre de Catalina, copiara peculiaridades de la personalidad de ésta porque es probable que no hubiera vivido bajo un código social ni al lado de algún individuo de su edad que se le mostrara como ejemplo a seguir.
Identificándose uno con el otro adquieren características en común y crecen con el mismo comportamiento, al punto de pensar que son un mismo ser por compartir sentimientos y dejarse llevar por ellos con frenesí, que su esencia se encuentra mezclada y nada debe separarlos porque sus vidas están entretejidas con el mismo hilo de la vida, al cortarlo de un extremo el otro también perecería.
Esta idea se asocia con el antiguo mito griego de los seres andróginos, mencionado por Platón en El Banquete, aquella raza que poseía el doble de extremidades que los hombres actuales, acompañados de dos rostros y órganos reproductores de ambos sexos; representaron una amenaza para los dioses por ser entes plenos y Zeus los dividió. Se dice que desde entonces los hombres mutilados vagamos por la vida esperando encontrar la mitad que nos falta para estar completos. Esto simboliza la búsqueda psicológica de una pareja que llene las expectativas que tenemos de quién nos ayudará a hacer más fácil el trayecto por la vida.
En la novela la identificación se convierte en nostalgia de la otra mitad y Catalina lo confiesa “[…] él es más, mucho más que yo misma. Sea cualquiera la sustancia de que estén hechas nuestras almas, la suya y la mía son idénticas. Yo soy él, él está siempre en mi pensamiento […] como mi propio ser. Alienta en mi aliento y vibra en mis vibraciones. Es como si mi sangre formara la sangre de él.” [2]
A pesar de este amor propiciado por la identificación interviene el orgullo, que es considerado como la sobrevaloración de sí mismo, y causa que Catalina crea que merece alguien que ostente una mejor posición social y se casa con Linton, después de que Heathcliff huye y trabaja en su venganza, movido por el orgullo, convirtiéndose en un opulento caballero dispuesto a castigar a todo aquel que lo humilló. En la época donde se desarrolla la novela era primordial que las señoritas anhelaran ser pretendidas por hombres acaudalados y con un rango elevado en la escala social, como se menciona en la primera línea de Orgullo y prejuicio “Todo mundo tiene por cosa cierta que un soltero que posee una gran fortuna tarde o temprano sentirá la necesidad de una mujer”[3] la cual nos introduce al tema principal de la novela y el destino deseado por las damas de este período.
La separación de los amantes alimenta la ambición de Catalina y ésta olvida el segundo precepto que encierra el concepto de amor, anhelo de permanecer siempre juntos, enterrando sus sentimientos hacia Heathcliff y aceptando ser la señora Linton; Heathcliff nunca consigue deshacerse de lo que siente por Catalina, reclamándole años más tarde la falta que cometió:
Si me amabas, ¿qué derecho tenías a abandonarme? Sí, contéstame: ¿qué derecho a satisfacer un capricho ruin como el que tuviste por Linton? Porque ni la miseria, ni el envilecimiento, ni la muerte, ni otro castigo de Dios o del diablo nos hubiera separado. Lo hiciste tú por tu propia voluntad.[4]
La ausencia de Catalina en la vida de Heathcliff lo hunde en un abismo de amargura, que sustituye las ganas de vivir que llenarían su ser si tuviera el amor que tanto ansía. Ese sentimiento atormenta su vida y desde entonces sólo desea poseer los bienes de Linton, por ser su posición económica el motivo que le hizo merecer el cariño de Catalina; encuentra la solución en desposar a Isabel, hermana de Edgar, y tomar parte de los bienes de la familia Linton.
Cuando Heathcliff le informa a Catalina que pretenderá a su cuñada, aquélla reacciona llena de ira, pero éste le contesta:
No es de ti de quien quiero vengarme […] Puedes torturarme hasta la muerte si quieres, si eso te divierte, pero permíteme que me divierta un poco también […] Has arrasado mi palacio; no levantes una choza, y no admires tu propia caridad con complacencia al ofrecérmela por hogar.[5]
Heathcliff es presa del rencor, reclama de forma directa a su verdugo y aunque lo niegue desea un poco el mal a Catalina.
Sin embargo, tras la muerte de Catalina se hace evidente que de verdad existe amor, que a pesar de todo, su amante no puede renunciar a ese caudaloso río de sentimientos que lo perseguirán toda la vida, aunque la fuente que los producía repose bajo tierra.
¡Ojalá despierte en tormento! […] ¡Catalina Earnshaw, quiera Dios que no descanses mientras yo viva! ¡Dijiste que te maté! ¡Pues sígueme! Si las víctimas persiguen a sus asesinos, ¡sígueme! Si hay espíritus que andan errantes por el mundo, ¡quédate siempre conmigo, toma cualquier forma, vuélveme loco! Pero, ¡por favor!, no me dejes en este abismo donde no puedo hallarte. ¡Oh, Dios mío! ¡Cómo decírtelo! ¡Yo no puedo vivir sin mi vida! ¡No, yo no puedo vivir sin mi alma![6]
La distorsión del amor entre Heathcliff y Catalina se debe las circunstancias que envuelven su historia; la sensación de haber encontrado su otra mitad es influenciada por la identificación, el deseo de permanecer juntos se corrompe por el orgullo y la felicidad inmensa se convierte en amargura y rencor hacia el ser amado que ignoró el sentimiento que los unía. Éstos sólo son velos que cubren la esencia del amor, ésa que hace que Heathcliff sienta que en la fosa de Catalina se irá una parte de su vida, la que provoca el anhelo de ser perseguido por un fantasma y rozar la locura con tal de nunca desprenderse de ella, la que sale a flote cuando es demasiado tarde y los amantes ya no pueden alcanzar la felicidad.
[1] Jean Laplanche et. al., Diccionario de psicoanálisis, Paidós, Barcelona, 1996, p. 184.
[2] Emily Brontë, Cumbres borrascosas, Tomo, México, 2010, pp. 81 y 82.
[3] Jane Austen Orgullo y prejuicio, Tomo, México, 2011, p. 7.
[4] Emily Brontë, Op. cit., p. 148.
[5] Ibid., pp. 109 y 110.
[6] Ibid., p. 152.