martes. 24.06.2025
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Sobre el amor en la Edad Media

Karen Salazar

Sobre el amor en la Edad Media

Eros es el más anciano de los dioses… También es de todos los dioses el que hace más bien a los hombres: porque no conozco mayor ventaja para un joven, que tener un amante virtuoso; ni para un amante, que el amar un objeto virtuoso.
Platón

He de nuevo aquí el tema universal del que se ha hablado desde siempre: es Platón  —precisamente— quién clasifica el amor entre la Afrodita popular y la Afrodita celeste,[1] es decir entre aquel que se ha hecho para las masas, para el pueblo, para el cuerpo; y aquel que se ha hecho para héroes, personas capaces de llegar a la sublimidad y sentir el corpus perfecto sin hacer uso de lo mundano. Es Ficino —ya en el Renacimiento— quien, basándose en Platón, agrega un tercer elemento: el amor humano, que se encontraría en un punto medio, en un gris matizado de estos dos tipos de eros.

  Partiré de aquí, pues no es mi intención hablar de algo nuevo, sino de disfrutar del amor medieval matizándolo; perpetrar un poco —y a modo de almohada silenciosa— los sentimientos que preocuparían en ese tiempo, desde este punto de vista haciendo uso de los tres mundos representativos, que a mi parecer globalizarían el amor laico en la Edad Media: Los Carmina Burana, El Lai de la Madreselva y La vida nueva.

Del mundo de los goliardos

Este amor ha tenido a lo largo de la historia distintos epítetos: amor bestial, amor carnal o Afrodita popular (por nombrar sólo algunos). Es de todos el más experimentado y el más sojuzgado, amor que va de la mano con el cuerpo, con las sensaciones y los deseos. A quien padece de él quedara ciego a sus instintos pasionales, lo rebajaría a su más neto elemento animal, desplazaría la razón y cometería actos bajos que lo alejarían del “camino certero”, esto desde una perspectiva religiosa y moral, claro está.

Pero desde otro punto de vista, te provisionaría de cierto placer que te arrancaría de lo cotidiano. “El amor que cantan los Carmina burana puede ser cualquier cosa menos monótono.”[2] Recordemos que el valor moral sopesa aquí desde el estudio, los goliardos son aquellos jóvenes que se debaten entre el deber ser bueno y aplicado, aquel que se desvive en la razón y la vida tabernera que los llama a buscar el verdadero sentido de la vida desde lo ordinario, desde el divertimento. Estudiantes con aspiraciones y obstáculos autoimpuestos, estudiantes descontentos y enamoradizos del mundo suboficial.

Se diría que el goliardo no cree en un amor superior, para él lo más cercano es lo físico, no hay deber moral para con la amada, se le ama y con eso debe conformarse, no hay una promesa de amor eterno, ni tampoco un más allá, es el momento y eso debe bastar. No hay fidelidad pero si hay reconocimiento de lo antiguo: “nadie es leal para con el leal,/ ni Júpiter a Juno/ ni Dido a Eneas.”[3]

Un goliardo es un hombre de cambios, que se enfrenta a la modificación de su entorno y además contribuye con ella, ve la alteración de su cuerpo que se consume en las pasiones, hormonas las llamaríamos hoy, además su lugar en el mundo muta para abrir paso a los pensadores renacentistas. También “La virtud en vicio se convierte”[4] y viceversa con la cercanía de la muerte.

Dentro de este mundo de crítica lo divino se vende —y las mujeres se van por el mejor postor—, es por eso que ya no se puede creer en lo supremo, no se cree en lo que no se ve y no se siente, he aquí la importancia de los sentidos. La vida recorre sin detenerse y la finitud es palpable, hay que disfrutar mientras se pueda hacerlo, mientras la virilidad no traicione y las flores no se marchiten. La castidad no importa, pero no existen las dobles morales, demuestran lo que son sin importar las reprensiones.

Se espera que la muerte los encuentre con la satisfacción aún fresca en el rostro y en el recuerdo. La vejez ha de ser símbolo de reflexión y añoramiento. Y así cuando los clérigos recriminen el comportamiento promiscuo, ellos se defenderán con la carnalidad del Dios terrenal, aunque ellos en realidad crean en las voluntades de los dioses voluptuosos, paganos o no, a favor de sus apetencias.

La riqueza no importa a menos que sea para “abrir las virginales barreras del pudor”,[5] si bien no se ama con ese arrebato sentimental si con aquel ímpetu que también ciega, se cree en un amor diferente que despierta, que activa y renueva, “el amor se afana por restaurar cuanto las brumas han dejado yerto.”[6] Pese a lo que se pensaría, en la Edad Media, dentro de los Carmina Burana, hay explicitudes sexuales donde el descanso y el retozo son lo más importante:

Tras el suave comercio de amor,
la cabeza desfallece y queda en blanco;
luego los ojos se entenebrecen en la nueva
maravilla de un navegar en la barca de los párpados.
¡Oh, qué feliz paso el del amor al sueño!
Pero más dulce aún el volver al amor…”[7]

Sobre Tristan e Iseo o la alegórica madreselva

“La historia de Tristán e Iseo es uno de los primeros mitos de amor por su antigüedad y por su resonancia universal”,[8] es por eso que hablar del amor en la Edad Media y no nombrar a estos dos personajes sería como ir al espacio exterior con los ojos vendados, son ellos lo que han de representar el amor humano, son ellos los que se encontrarán entre los enamorados que se entregan en cuerpo y alma. Será tanta la atención de uno hacia el otro que cualquier tipo de autoridad será burlada para lograr estar juntos. Serán sus encuentros tan placenteros que harán uso de cualquier cosa —incluso de las artimañas— para no interrumpirlas.

El amor humano, el punto medio entre el Dios único cristiano y Eros, entre el coro de las vírgenes y el séquito de las ninfas, está entre dos mundos y no les interesan, son plenos con lo que se proporcionan uno a otro. Es esta clase de amor que es capaz de crear un paraíso terrenal, un universo en torno a la leyenda personalizada, un amor capaz de arrebatarte los deseos más bestiales y los suspiros más divinos, tal vez el mejor de todos me atrevería a decir, un amor tan puro y tan sacralizado que es a partir de la carne que se llega al espíritu, una forma de ritual donde a través de canales materiales se llega al propio nirvana.

Tristán es un caballero, un caballero que lucha día a día por estar cerca de su amada, que es exiliado y con esto sentenciado a morir lento ante el deseo de volver a ver a su amada. Iseo es la esposa del Rey Marcos, debe mantener las apariencias delante de un pueblo que se vuelve peligroso ante el descontento (y si no que se les pregunte a los reyes de Francia de años posteriores).

Ante la oportunidad de ver a la amada Tristán se interna en el bosque para dejarle un mensaje a Iseo que simbolizaría su amor, dos plantas que para vivir deben estar juntas y que cuando son separadas mueren, es decir la imposibilidad de estar alejados, hay un desinterés del resto del bosque porque la totalidad fluye circunscrita a estas dos seres vegetales. “El entrelazamiento de las dos plantas, madreselva=Iseo y avellano=Tristán, representa que la unión de los amantes es una necesidad espontánea, vital y exigente como la naturaleza.”[9] 

Sí, tal vez la alegoría perfecta, ese ser mejor para agradar al otro, ese entregarte como si no hubiera un mañana y desafiarlo todo, porque ese todo es nada junto al amado; ese motivo del despertar diario, esa hélice que te mueve entre las olas de la inmensidad. El amor humano es un culmen, el deseo carnal se intensifica ante estos matices emocionales; es el punto medio, pero también es la simbiosis de los extremos, la combinación perfecta.

El hombre que ama  penetra en una vida de peligros, peligro ante  el posible adiós del dueño de los desvelos, ante la muerte que obstaculiza, ante la envidia que murmulla y los amigos que traicionan, pero también es importante recordar que para un caballero “la aventura es el medio de superar la contradicción entre el ideal de vida y la vida real.”[10] Convirtiéndose así en mejor compañero.

Es en este momento cuando el género no importa, he aquí la importancia, los cuerpos han dejado de ser dos para convertirse en uno sólo, cualquier aventura, mérito y recompensa es de ambos aunque la acción fuese de uno, la fidelidad será el factor más importante que contribuye a que la consumación del acto sea con tal devoción que pareciese que el dios ha descendido y encarnado; la castidad toma otro rostro: el buen caballero debe ser casto, y éste lo es a su manera: amando a una sola mujer.

Y es esto, que si bien los protagonistas de la historia de amor recae en la figura masculina, también la mujer tendrá aquí participación, lejos del papel que tendrá dentro de otra literatura erótica; son los hombres los que son descritos por su belleza, porte y vestimenta, y que más allá de lo físico resaltan sus virtudes y aventuras, el caballero no es nada despojado de su armadura, sería un simple mortal que está a merced de Eros como cualquier otro. Dentro de lo social el estatus del caballero es manejado por manos femeninas, “la influencia civilizadora de la mujer en la corte, la función estimulante en los torneos, la princesa como valedora de los poetas, pero también el séquito femenino, las damas de la corte, las dueñas y, sobre todo, el amor cortés.”[11]

Es decir, la vida literaria nos da sólo un reflejo de la vida cotidiana, Tristán e Iseo son sólo un ejemplo poetizado de las parejas que navegaban en la corte, esta clase de amistad que se da dentro de los grupos, donde las miradas van aunadas con el secreto, la mujer ha de sonrojarse y besar a través de los barrotes y el amante será capaz hasta de romperlos —como Lancelot— para acompañar en el lecho a la dama y satisfacer las necesidades del alma a través del cuerpo.

Se han escrito muchos tratados, ensayos e investigaciones al respecto, es un amor que no puede ser bendecido por Dios, porque está montado sobre el engaño, pero que tampoco puede ser maldecido porque está cimentado en el amor más puro y exultante, ¿quién puede juzgar y sentenciar a dos enamorados que se entregan sin malicia alguna? Se podría hacer como una vieja moralina que suene a cantaleta, pero no a los protagonistas del Lai de la Madreselva, no a ellos porque su mayor “error” fue beber un filtro que los uniría por el resto de su existencia.

Le sucedía a ellos dos lo mismo que a la madreselva, que se agarra al avellano; cuando se ha enlazado alrededor del tronco pueden permanecer así unidos mucho tiempo, pero si se les quiere separar, el avellano muere inmediatamente y la madreselva también.

—Mi bella amiga, [dice Tristán] así es de nosotros, ni vos sin mí, ni yo sin vos.[12]

Palabras que profetizan, la simbiosis es tal que ante las supuestas velas negras sucumben dos cuerpos y se unen dos almas —o al menos eso es lo que me gusta creer—. Donde quiera que se encuentren vagando por el mundo, tal vez ahora son, como Lucrecio predijera, polvos cósmicos que han formado nuevas cosas y en el que, aportando algo, yo diría que siguen amando con aquel amor inmortal que sólo se les concede a esta clase de verdaderos amantes.

Del amor contemplativo, Dante o el país de nunca jamás

El espíritu gobierna, el alma es el protagonista según lo que el amante ha de pensar, la amada tiene cuerpo y, sin embargo, son sus ojos lo único físico que importa, los ojos son la ventana del alma, y como tal son el conducto hacia lo íntimo, hacia el corazón a quien fortalece y la razón a quien hiere. El enamorado tomará varias señales y con ellas se conformará, el pañuelo de la anhelada, el saludo, una sonrisa, pero sobre todo una mirada, no hay nada más significativo que una mirada que provoque el sonrojo. Nada más mortal que un desdén y aún así se le perdona la muerte misma.

Se le resta importancia al cuerpo, tanto porque es el alma quien predomina, como porque es ordinario hacerlo para la época, la mujer y el hombre no son cuerpos, sino un alma dentro de un envase mundano. “La encarnación es humillación de Dios. El cuerpo es la prisión […] del alma; y ésta es, más que su imagen habitual, la definición del cuerpo. El horror del cuerpo culmina en sus aspectos sexuales.”[13]

Tocar a la amada sería mancillarla, convertirla en un objeto y denigrarla ante el poseedor, la persona que merece ser contemplada es pura y tan perfecta en su magnitud que basta verla para sentirse pleno consigo mismo y despojado de toda terquedad. Se pretende un conocimiento pulcro, en esencia, ver más allá de lo aparente.

Tener un amor de este tipo es elegir a la mejor persona para representarlo, algunos dicen —como Dante— que es a causa del flechazo, yo soy de las que cree que debe haber un vínculo emocional que te compense la ausencia —ante todo—. Pues si es a causa de la mera compañía y la oportunidad de verla entre destellos cósmicos, que sea el vínculo quien desplace al cuerpo, que sea el sentimiento el que fomente el vínculo y que el sentimiento sea limpio, ajeno a cualquier contacto corporal.

Debe estar lleno de misticismo, la cortejada es un ser que asemeja al cordero que se sacrifica, sin defectos, limpia y joven, es nivelada a Dios mismo, se ha de convertir en una religión. “Buscando salvación, lucho a porfía./ hasta que en postración sin valentía,/ busco en voz el remedio que apetezco.”[14] Y no importa mucho el que esté presente, bastan los recuerdos y las experiencias ricas en conexiones, a la que nosotros llamamos Beatriz en ignorancia de su nombre muere, pero sigue presente en los versos de Dante porque ahora la tiene más que antes, la vinculación no tuvo tiempo para desvanecerse, Beatriz está ahí para ser musa y Diosa, para ser amante, caprichosa y temeraria, para ser el faro que ilumina a Dante desde lejos hasta el paraíso.

Hay una intromisión de los sentidos pero, a diferencia de los goliardos, los limpia, no los mancha, predomina lo visual porque es su único recurso —después de la idealización— para hacer de ella una persona viva, no dejarla morir. Se respetan las decisiones, se teme por la otra persona y no se es capaz de entrar en el interior de las conciencias, se ama lo que uno se ha creado ante ciertas pistas, no lo que realmente es en existencia, por eso Beatriz se vuelve una imagen más poderosa después de su muerte, ya no está para reclamar su verdadera personalidad, Dante la recuerda como jamás la vio y nosotros la conocemos como a él le hubiera gustado.

El amante del amor carnal y cortés es un amante activo que acecha y reconforta, el amante del amor contemplativo es pasivo, un hombre de color enfermizo a causa de la falta de apetito y hasta del olvido de las necesidades fisiológicas, todo a raíz de no pensar en otra cosa que en el objeto de su cariño.

Suena lindo lo sé, aquella imagen romántica del hombre que ama con desesperación, pero no lo es del todo. ¿Se puede morir de amor? Si se puede hacer será el anhelante contemplativo, el amor se torna heridas, elegir es imposible —sólo se busca agradar al otro, aunque el otro no tome en cuenta estas acciones—, cualquier cosa evoca la imagen del otro, cualquier detalle te retorna a lo que no puedes dejar atrás.

La religión es en sí contemplativa, la católica no es la excepción, se entrega el alma aunque el cuerpo sufra, disminuya; no se puede condenar ni la pasión profesada a Dios, ni a la mujer, ni al hombre —si este fuese el caso—, ni a los dioses paganos, ni a Natura; todo encierra en esencia lo mismo, provocan lo mismo en mayor o en menor medida, un atardecer —por ejemplo— efímero, en medio de un cielo inmenso, ha de provocar sensaciones entrañables, causar la epifanía de la existencia, ser el salvavidas de un tendente suicida.

Lo mismo que esta clase de amor, el atardecer, no se puede tocar, está ahí presente, no tienes que ser sensorial para saberlo, apenas un vislumbramiento de que se encuentra más allá del abismo, pero sigue ahí igual que Beatriz que ha muerto o Laura que también ha desaparecido, o Dios que no se manifiesta ante la belleza de los poemas —posteriores— de San Juan de la Cruz, o Peter Pan y Wendy que se recuerdan el uno al otro desde su mundo, no se tocan, no se encuentran, ni siquiera hay una comunicación consciente, pero el  vínculo prospera y él la ve desde la ventana. Habrá más paradigmas que no alcanzo a conocer, pero supongo que ha quedado claro que es más común de lo que aparenta ser.

Si bien, se pretende poner al ser amado al nivel —o incluso más arriba de Dios mismo— ¿Por qué no se castiga a quién aspira a tal herejía? Es sencillo, “Si Dios envía a una mujer privilegiada al mundo para que sea reflejo de su gloria […] el amante no se sentirá detenido por ella en su vía ascendente al cielo, sino que este amor, consentido y alentado por la mujer, será prenda segura de salvación.”[15] Por eso Beatriz no sólo es salvavidas que flota en el mar, sino una salvaguarda que nada a contracorriente —es decir un ente activo— que manda por él en el umbral de infierno.

Y si quedasen dudas acerca de lo que el amor contemplativo desencadena en la perspectiva del amante que se lea La vida nueva, que se ha de encontrar todo sobre esto, y he estado tentada a decirlo desde el comienzo, es ahora cuando yo intervengo y digo que el amor contemplativo es un drama de escritor autoimpuesto, un recurso de estética: escribe mejor el que añora que el que se encuentra en plenitud, pero no lo sé, tal vez me encuentre en esta vida un ente tan divino que cause en mi estragos de tal magnitud que pueda escribir una obra hermosa como lo ha hecho el Señor Dante Alighieri.

 

Mora amor en los ojos de mi amada
Por lo cual cuanto mira se ennoblece.
Aquel a quien saluda se estremece:
Todo mortal le lanza su mirada.

Si ella baja la faz, el todo es nada,
El ánimo en quejumbre desmerece,
Muere soberbia, cólera perece.
¡Oh mujeres, le cumple ser loada!

Toda humildad y toda dulcedumbre
Nace oyente su voz pura y afable.

Dichoso el hombre que la vio primero
Cuando sonríe –que su boca es lumbre-
Se magnífica y hácese inefable
Porque es algo divino y hechicero.”[16]

 

Podemos hacer una triada, estructurar a modo Dantesco y decir que es el infierno un paralelo del amor carnal, el purgatorio del amor humano y el paraíso del amor celeste. No importa en cuál se viva, si vas a amar, hay que hacerlo bien. Y respondiendo a una duda que me perseguía, todos son válidos y ninguno culposo, porque el primero responde a la Natura, el tercero a la Razón y el segundo es un punto intermedio entre ambos.

 

[1] Platón, “El banquete”, en Diálogos, Porrúa, México, 1976, pp. 357 y 359.

[2] Carlos Yarza, prólogo de Carmina Burana, Seix Barral, Barcelona, 1981, p. 33.

[3] Carmina Burana, p. 49.

[4] Ibid., p. 53.

[5] Ibid., p. 127.

[6] Ibid., p. 121.

[7] Ibid., p. 117.

[8] Isabel de Riquer, edic., La leyenda de Tristán e Iseo, Siruela, Madrid, 1996, p. 9.

[9] Ibid., p. 152.

[10] E. Köhler, en Jacques Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, Gedisa, Barcelona, 2008, p. 144.

[11] Thomas Zotz, “El mundo caballeresco y las formas de vida cortesanas” en Josef Fleckenstein, La caballería el mundo caballeresco, Siglo XXI, Madrid, 2004, p. 215.

[12] Isabel de Riquer, op. cit., p. 154.

[13] Jacques Le Goff, op. cit., p. 52.

[14] Dante Aighieri, La divina comedia. La vida nueva, Porrúa, México, 1962, p. 347.

[15] Ángel Crespo, Dante y su obra, El acantilado, Barcelona, 1999, pp. 62-63.

[16] Dante Alighieri, op. cit.,, p. 253.