El sincrodestino en el lugar y tiempo preciso
Elena Bernal Medina
Cada viaje te da la posibilidad de recordar diferentes situaciones, que por una u otra razón se aferran a nuestra memoria y forman parte de nuestro inventario de anécdotas. Ahora te contaré uno de mis viajes que hice a Zacatecas, más o menos a finales de septiembre del año pasado, debido a que daba clases en la Normal Manuel Ávila Camacho.
Sin duda uno hace ciertos rituales para adaptarse a las circunstancias, yo, antes de entrar a la ciudad, pasando la caseta, tengo por costumbre poner la radio en alguna estación local, eso me permite ubicarme espacialmente y reconocer el contexto del lugar. En esta ocasión lo hice y en la estación que sintonicé, escuché que en Zacatecas iba a haber un evento organizado por los extranjeros que vivían aquí, mostrarían su gastronomía y algunas cosas de su país. En la entrevista señalaron que ya eran muchos los que habían llegado para quedarse y hacían cosas significativas para la ciudad y para los citadinos.
Lo anterior hubiera sido un simple comentario, si no tengo un percance que se presentó al día siguiente, justo cuando pretendía retornar a casa. Mi coche lo había estacionado en la calle Hidalgo, diez metros después de la catedral, en la acera contraria, afuera de una tienda de dulces y licores. Cuando ya había guardado mis cosas en la cajuela, me percato de que la llanta delantera del copiloto estaba ponchada. Lo primero que hice fue ver la hora, 11:20 a.m. aproximadamente. Entonces pensé, tengo tiempo de resolverlo, aunque no sabía todavía cómo, pues no traía llanta de refacción y en el centro de la ciudad no hay vulcanizadoras.
Sin más, vi la dulcería y me dirigí a la dueña, para preguntarle si había una desponchadora, sabiendo de ante mano que me iba a decir que no.
—No, mhija, aquí en el centro no hay ninguna, pero espérame, nada más termino de atender a estas personas.
Y yo como no tenía de otra, la esperé pacientemente mientras veía los mezcales y dulces mexicanos que vendía.
—Aquí al otro lado hay un señor que te puede ayudar, él tiene herramienta para coche, es buena persona, tócale.
Y yo no tardé ni cinco segundos cuando ya estaba tocando esa puerta de madera, que se abrió inmediatamente como si me estuvieran esperando atrás de ella.
Era justamente el señor del que me había hablado la vendedora, un hombre de cincuenta y tantos años, complexión delgada, sin ser flaco, moreno claro, con el cabello oscuro, ondulado, de ojos pispiretos y bigotito al estilo Pedro Infante.
—Buenos días, soy de Aguascalientes y ya estaba a punto de irme cuando me di cuenta de que mi llanta estaba ponchada, así que la señora de a lado me dijo que usted me podría ayudar.
—Claro que sí, vamos a ver tu coche.
Escuché, esa frase con un acento que me pareció cubano. Y sin más, se puso a trabajar en ella.
Mientras que él con una llave de cruz aflojaba los tornillos para sacar la llanta y hacer todo lo necesario para repararla, me contó parte de su vida:
—Yo soy colombiano, me llamo Fredy, viví muchos años en Estados Unidos y ahora tengo tres aquí en Zacatecas, vivo con mi mujer, es la señora que vende chascas en las noches, con ella soy muy feliz, aunque yo he tenido de todo, mujeres al por mayor, pero esta mujer gordita es la que me hace feliz. Ahora me dedico a Dios y quiero poner una iglesia cristiana aquí arriba, porque hay que ayudar a las personas, yo en Estados Unidos tenía una vulcanizadora y cobraba bien por esto. Lo que a ti te pasó, allá vale mucho, pues no traes llanta de refacción.
Luego Fredy hizo un alto para descansar un poco y limpiarse el sudor con el brazo.
—A todo esto, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Elena, vengo los fines de semana a dar clases a la Normal Manuel Ávila Camacho, ya iba de regreso cuando me di cuenta de que la llanta estaba ponchada.
—Mira nada más quién me viera arreglando esto a mano, sin nada eléctrico, tenía muchísimos años de no hacer esto así—. Y siguió trabajando como si esa hubiera sido su misión del día. La llanta la desmontó, la reparó parchándola en frío, utilizó una compresora que tenía en su camioneta estacionada tres coches atrás, usó un sinfín de llaves y herramientas necesarias para lograr su objetivo y cuando terminó me dijo:
—Misión cumplida Elena, fue un placer conocerte.
Y yo, después de un largo suspiro que hice porque me había resuelto el problema y podría regresar a casa, le contesté con una franca sonrisa:
—El placer fue mío, pero ¿cuánto le debo?...
—Nada, no me debes nada, Dios dice que hay que ayudar al prójimo y si tú lo necesitabas, a ti te debía ayudar.
—¡Gracias!, le dije mientras le daba una propina por su invaluable ayuda.
—Te digo que no mujer… —entonces le insistí, pensando en su generosidad y tiempo que me dedicó— bueno, la voy aceptar porque me la das de corazón.
Antes de subir al coche, me despedí de Fredy con una gran sonrisa y con la satisfacción de que los ángeles existen y te ayudan en el momento en que los llames. Entonces recordé el comentario de la radio, la chasca que comí ahí mismo, preparada por su esposa, la noche previa a la ponchadura del coche, también se vino a mi memoria la señora de la dulcería que me invitó a tocar la puerta de mi salvador; entonces supe que nada es casualidad, lo que ocurrió fue una serie de acontecimientos que se encadenaron donde pude reconocer que la generosidad existe tanto de los mexicanos como de los extranjeros, además de la ayuda altruista y el sincrodestino, como diría Chopra, para encontrármelos a todos ellos, en el lugar y tiempo preciso.
Aguascalientes, Ags. Septiembre del 2013.