Literatura y 68: cuatro consideraciones

Alejandro García

 

Confieso un asombro: cómo en los poemas, novelas, reportajes, composiciones plásticas, etc., el tema obsesivo y sangrante en estas narrativas es la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco: más que importantes momentos del proceso del movimiento: la culminación. Como si lo mexicanos no pudiéramos (no quisiéramos) ver a menudo más allá de la hoguera de los sacrificios.
Marco Antonio Campos[1]

 

 

I

Si recurrimos a “La lista cronológica de novelas (1832-1971)” con que J. S. Brushwood cierra su libro México en su novela encontramos que la producción del género en 1968 y 1969 es la siguiente:

 

1968

Mexicanos en el espacio. Carlos Olvera. / Los peces. Sergio Fernández. / El hipogeo secreto. Salvador Elizondo. / Los hijos del polvo. Manuel Farill. / Inventando que sueño. José Agustín. / Pasto verde. Parménides García Saldaña. / Larga sinfonía en D. Margarita Dalton. / En caso de duda. Orlando Ortiz. / Bellísima bahía. Ricardo Garibay.

1969

Obsesivos días circulares. Gustavo Sáinz. / Luz que duerme. Raúl Navarrete. / La cabaña. Juan García Ponce. / Cumpleaños. Carlos Fuentes. / El poder de la urraca. Alberto Dallal. / Después de todo. José Ceballos Maldonado. / Maten al león. Jorge Ibargüengoitia. / Hasta no verte Jesús mío. Elena Poniatowska.[2]

 

El listado es impresionante no sólo por el escaso número de novelas (9 y 8) que Brushwood considera que deben mencionarse en función del valor literario, del prestigio del escritor, de las editoriales y de la resonancia crítica de la obra, sino también por el gran número de autores que prácticamente han salido de la circulación. Llama la atención que no se incluya allí El apando de José Revueltas, seguramente por el criterio de que se trata de una novela corta o de un relato.

Ninguna de estas obras tematiza el movimiento del 68, aunque en algunos de los autores existe toma de posición a través de otros géneros o de participación concreta en actos del movimiento.

La primera consideración argumenta que no existió un impacto directo del 68 en la producción literaria de México. Esta influencia es irregular y en la narrativa carecemos de una obra determinante, memorable y estética, de tal hecho de la historia de nuestro país. Existen esquirlas, pequeños relatos, pero no tienen la claridad y el seguimiento que tuvieron en la poesía, por ejemplo a través de la Espiga Amotinada (sobre todo Bañuelos y Oliva) o del mismo Octavio Paz.

Existe en cambio una amplia producción periodística, testimonial, ensayística, que acaso tenga aún su punto culminante en La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska. Tal vez como buen corolario de esta primera consideración deba decirse que si la narrativa no ha tenido una obra culminante, en cambio permitió al periodismo y al ensayo aportar excelentes piezas donde se combinan el afán militante y la calidad lingüística y literaria. Las obras de Carlos Monsiváis, de la mencionada Elena Poniatowska y, en otra tesitura, de Jorge Aguilar Mora hablarían de esta feliz instauración, sin que esto quiera decir que el periodismo y el ensayo no tuvieran ya un lugar en la República de nuestras letras. En este renglón estarían notables miembros del movimiento, como es el caso de Luis González de Alba     

 

II

El movimiento del 68 desembocó en una masacre que ha obnubilado a buena parte del país y no es para menos. De allí la importancia del epígrafe de Marco Antonio Campos. Y es entendible: el precio fue alto e imposible, por las ruindades del sistema político, de saber en su número real de muertos. Como fenómeno de corta duración, como acontecimiento, representa una herida en la sociedad mexicana y es causa de un sinnúmero de reformas en el aparato político esclerotizado de la parte final del “Milagro mexicano”. Como hecho histórico de duración media representa además la puesta en evidencia del papel renovador y único de la Revolución Mexicana y en la larga duración aún está por determinarse su papel, pero al momento puede verse como un epifenómeno de la modernización del pantagruélico estado mexicano..

Puso a los jóvenes en el mapa de la nación, con su vocabulario, sus aspiraciones, sus dudas. Por primera vez los jóvenes dejaban de ser esos adultos de antemano condenados al sacrificio de la convencionalidad y del buen comportamiento.

Es curioso, pero en el cine mexicano los jóvenes eran representados por actores de más de 30 años y aún don Fernando Soler hubo de representar al Gran Calavera. Había pues una profunda ignorancia  sobre el papel de los jóvenes y sobre su derecho a intervenir en las decisiones del rumbo nacional. Y algo similar sucede con el habla de los personajes literarios. Es como si la juventud siempre fuera recuperada desde la madurez o desde la ancianidad y no desde su propia experiencia. Se abre así un amplio territorio de exploración y de testimonio.

 

El movimiento estudiantil mexicano se caracterizó por ser una protesta de sectores medios crecientes y en ascenso, una protesta en contra de la extralimitación con que la clase dirigente aprovechaba el margen que le ofrecía la estabilidad del orden y en contra de la rigidez correlativa de un sistema institucional o político que veía llegar a su fin el acuerdo transitorio producido en un marco de relaciones sociales ya rebasado.[3]

   

La segunda consideración se detiene en el papel de cimbra del movimiento sobre la tradición y el mundo adulto. No fue casual ni gratuita la incorporación de muchos de los actores en puestos de dirigencia y su función protagónica en movimientos posteriores desde muy diversas posiciones. 

 

III

La literatura de la década de los 60 llegó para quedarse. Desde antes del año fatídico los jóvenes habían irrumpido en la literatura, bien a través de la literatura de la Onda, bien a través del tratamiento de temas universales y de técnicas innovadoras. Mencionemos a José Agustín, Gerardo de la Torre, Héctor Manjarrez y a Gustavo Sáinz en el primer caso y a Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Jorge Ibargüengoitia y a Fernando del Paso en el segundo. Esa generación habría de prolongar su influencia y su protagonismo prácticamente hasta fin del siglo y del milenio y no sería ocioso decir que es a partir del crack que se puede plantear una nueva ruptura con otros nombres y nuevas obras.

El balance de la década de los 60 en la narrativa no es muy positivo desde la perspectiva de Sara Sefchovich:

 

En los años sesenta esta confianza llegará lejos: los jóvenes se sentirán dueños del mundo, ajeno a nada que no fueran ellos mismos; es la época del “milagro”. Tal será la seguridad en sí mismos que lo social se irá alejando cada vez más del horizonte y en su lugar quedarán las preocupaciones íntimas y personales como en las novelas de García Ponce.[4]

 

Al contrario de la novela de la Revolución Mexicana que brinda productos de manera casi inmediata con Los de abajo y de allí se produce una serie de novelas con el tema, lo que robustece a nuevos escritores; en el caso del 68 se habían producido ya novelas renovadoras que dialogaban con la novela moderna de México, de Latinoamérica y del mundo. De allí que el 68 represente la incorporación de nuevos escritores, pero no siempre en torno al tema de la matanza o al desarrollo de las jornadas estudiantiles. Se abre así el campo literario a nuevas voces y a nuevos ámbitos, entre ellos el de la provincia mexicana, la cual parecía supeditada al traslado al centro cultural del país, la capital.

En literatura, la inmediatez no garantiza la calidad, aunque tampoco la distancia lo hace. Pero es de recordar que tal vez la mejor narrativa sobre Napoleón no se haya hecho en Francia o en la Europa tradicional, sino en la pluma de Tolstoi y su Guerra y Paz, la cual fue escrita más de medio siglo después de los acontecimientos y donde se narra el cenit glorioso del Gran Corso en Austerlitz y  su nadir doloroso en el avance a Moscú.

La tercera consideración fija la mirada en la inercia de una narrativa que ya venía fraguando excelentes productos que cuestionaban el orden que después puso en plena evidencia el 68.

Al año infausto llegaban grupos poderosos en el campo literario y es curioso que sea en el 71, a partir del caso Padilla, cuando se dé la división y Paz y Fuentes aparezcan en bandos encontrados. El 68 posibilitó una mayor pluralidad en la literatura, aunque tuvo que luchar por un lugar dentro o con respecto a los grupos de poder cultural.

 

IV

El movimiento del 68 se relaciona con una onda de rebelión que sacudió prácticamente al mundo entero, incluidas las universidades de los Estados Unidos. La onda iba más allá del cuestionamiento de la figura paterna, ponía en cuestión todo: el mundo discrecional, corrupto, abusivo y al margen de la dimensión estética.

A partir de esta rebelión se reclama la libertad y el derecho a una vida plena y un derecho irrenunciable a la estética del vivir. Para esto jugó un papel importante la Escuela de Frankfurt, que nos enseñó la gran brecha entre el principio de Tánatos y el principio del Placer. Como dijo Herbert Marcuse, la sociedad de ocio no nos había llevado a vivir más felices y mejor, nos había llevado a la despersonalización, a perdernos en la masa y en el mundo de una supervivencia apenas ganada. Sus integrantes tuvieron que resistir el asedio de los rebeldes que reclamaban más acción y menos reflexión.

 

Adorno esclarecía los peligros de una llamada sin reflexión  a la praxis no sólo basándose en los estudiantes interesados por la teoría, contra los que se había actuado violentamente, sino también recurriéndola ejemplo de las formas de discusión de los grupos políticos, en las que “la primacía de lo táctico sobre todo lo demás” se sobrepone al diálogo libre.[5]

 

La cuarta consideración nos lleva a ver el 68 como esa herida que permite ir más allá de la Guerra Fría, más allá de la felicidad Priísta o la vacuidad panista. Debíamos renovar la mirada y poner en cuestión los lemas de la Modernidad: fuera para derrumbarlos, fuera para reclamar su vigencia. Debíamos ir más allá del lobo creado después de la segunda guerra mundial, más allá del lobo del comunismo, más allá del lobo del Imperialismo, rescatar la esencia humana y emprender de nuevo la lucha por la conquista del placer frente al dominio de la muerte.

De cualquier manera, después del 68 todo fue diferente.

 

 

 

[1] Marco Antonio Campos y Alejandro Toledo (Compilación), Narraciones sobre el movimiento estudiantil de 1968, Universidad Veracruzana, Xalapa, Ver., México, 1986. p. 9.

[2] J. S. Brushwood, México en su novela, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, pp. 414-415.

[3] Sergio Zermeño, México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil del 68, Siglo XXI, México, 1978. p. 47.

[4] Sara Sefchovich, México: pías de ideas, país de novelas. Una sociología de la literatura mexicana, Grijlabo, México, 1987, p. 3.

[5] Stefan Müller-Doohm. En tierra de nadie. Theodor W. Adorno. Una biografía intelectual, Herder, Barcelona, 2003, p. 695.