martes. 24.06.2025
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EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Del plagio nuestro de cada día a la ceguera permanente

Imelda Díaz Méndez

Del plagio nuestro de cada día a la ceguera permanente

En la antigüedad no existía el término plagio con sus cargas legales como en la actualidad, era más un criterio de ética y moral lo que servia de mecanismo evaluador. Los plagios en la antigüedad eran menores principalmente por dos circunstancias: la primera se debía a que un porcentaje alto de la población era analfabeta y, la segunda, a que los precios de un libro eran muy elevados hasta la invención de la imprenta.

En la Edad Media, el libro era verdaderamente costoso, su adquisición era privilegio de las clases altas, ya que la copia implicaba mucho tiempo y era necesario remunerar al trabajador lo suficiente para que se alimentara. Con la finalidad de obtener una idea más o menos clara se presenta el siguiente ejemplo: “En el siglo X una condesa de Anjou tuvo que entregar 200 ovejas, tres toneles de trigo y varias marta en pago de un solo sermonario”.[1] Hubo otro caso en el que se pagaron 200 francos de oro en pago por un devocionario.

En la actualidad el respeto hacia el texto se pierde con mayor velocidad y no hay una línea que delimite con claridad el ejercicio reflexivo de un especialista o la opinión de un estudiante, ambos escritos circulan de manera libre en Internet y se asimilan como verdaderos porque en muchos casos no se leen, sólo se copian y se pegan. ¿Qué influencia tiene el plagio en la vida escolar, específicamente en los trabajos desempeñados por los alumnos y por qué ocurre este fenómeno con más frecuencia?

Queda claro que la actividad plagiaria está mal vista desde cualquier enfoque que se quiera abordar; no obstante a qué se lo podemos atribuir. La respuesta más elemental sería a la pérdida de valores; no obstante, dicha respuesta es demasiado abarcante, por lo que es necesario delimitar más el campo de acción y para ello es preciso observar el entorno.

En primer término detectar un plagio es casi como encontrar una aguja en un pajar, pues la cantidad de libros que se producen es incalculable, además de los textos publicados en Internet. Un hombre tardaría casi toda su vida en leer la producción que tiene el continente Europeo en un año. Augusto Monterroso lo ejemplifica de manera sarcástica cuando narra que una ocasión fungió como jurado de un concurso de cuentos e insistió para que ganara uno que le había agradado. El premio se le otorgó a ese jovencito, quien lo recibió sin la menor muestra de abochornamiento. Tiempo después, cuenta el autor, que descubrió que el texto era de Mark Twain.[2]

Lo anterior deja al descubierto que la cantidad de información con la que se cuenta en la actualidad es incontable y en consecuencia no se puede tener un control claro. Quizá lo único que restaría es apelar al sentido de honestidad de los alumnos; sin embargo, eso funcionará en casos específicos y muy contados. Otra solución sería que el profesor leyera la información que deja a los alumnos, pues el estilo de cada estudiante se forja con la práctica, en consecuencia será sencillo palpar variaciones estilísticas.

Sin duda existe una razón más fuerte que provoca que los alumnos, aún los más destacados, recurran al plagio como única alternativa para cumplir con sus tareas. El doctor Juan López Chávez lo atribuye a lo que él llama la pérdida de la mente letrada, misma que define como la complejidad lingüística que desarrolló el hombre para manejar la lengua materna y los distintos juegos del lenguaje.[3] La pérdida de dichas habilidades las vincula preponderantemente con la sobrevaloración que se le da a la imagen en la actualidad.

El alumno al no poseer las herramientas más rudimentarias para elaborar un trabajo académico recurre al plagio, el cual está más a la mano que en tiempos pasados, pues mientras que en antaño era necesario conseguir un libro poco conocido y “fusilarse” el contenido, en la actualidad basta con buscar en “San Google” cualquier tema, descargarlo en la computadora y mediante una cirugía dolorosa, pero eficiente, de “corta y pega” resultan textos aceptables. Como ingrediente adicional se pueden escribir algunas palabras incorrectamente y borrar letras para simular dedazos y así lograr un mayor grado de verosimilitud.

Raffaele Simone denomina a la incursión de la tecnología en nuestras vidas como la tercera fase, es decir, un cambio en las prácticas sociales que sin duda modificará la percepción que se tiene del texto. Simone define a la primera fase como el paso de la oralidad a la escritura, la segunda como la masificación de la escritura por medio de la imprenta y la tercera, como la aparición de la tecnología en nuestra vida cotidiana.[4]

Uno de los cambios es que la tecnología propicia que los textos no permanezcan cerrados, es decir que no únicamente el autor puede realizar cambios si los cree pertinentes. En tiempos pasados los libros permanecían inmutables, si había un error se conservaba esa edición como algo invaluable, puesto que en la siguiente no estaría la misma errata. En la actualidad los textos permanecen abiertos a cualquier cambio, o sea, se han vuelto maleables a cualquier usuario.

La situación puede resultar pueril ante los ojos deslumbrados de las novedades tecnológicas, mismas que hacen más veloz el trabajo y evitan años de lectura e investigación. No obstante, si los textos continúan trasformándose a una velocidad descomunal se conformará un nuevo corpus con escritos desarticulados de una idea esencial; serán una especie de collage que muestra sólo fragmentos pero que no tiene la referencia completa que debe poseer un texto de un autor único. “Escribir un libro no es lo mismo que comentarlo, copiarlo o glosarlo. Pero en un futuro cercano será cada vez más difícil, y quizá llegue un momento en el que será imposible, decir quién es el autor de un texto”.[5]

El problema también está en la falta de lectura, en los pocos referentes que tienen los alumnos para abordar un tema específico. Nadie puede crear de la nada, es necesario contar con experiencias lectoras, entrar en un estado reflexivo en el que se pongan en juego las experiencias vividas, pero cómo se va a leer si en el imaginario colectivo de los adolescentes y jóvenes circula la idea que Daniel Pennac manifiesta en Como una novela: “Un libro es un objeto contundente y un bloque de eternidad. Es la materialización del aburrimiento”.[6] Por lo anterior es necesario considerar la posibilidad de que la tercera fase esté propiciando la pérdida de la mente letrada y en consecuencia individuos que sólo recurran a Internet para bajar información sin entenderla y en ocasiones sin leerla.

El plagio es una actividad inadecuada, pero la solución no es apelar a la ética ni al buen juicio del alumno, es necesario proporcionarles las herramientas necesarias para que no lo use como única salida. Los factores que favorecen el plagio en los trabajos académicos son más de los aquí expuestos, pero los anteriores son los más significativos: la falta de convicción, la facilidad para hacerlos, la indiferencia del docente y la carencia de herramientas para desarrollar trabajos utilizando su lengua materna. 

                    

 

[1] Svend Dahl, Historia del libro, Alianza, Madrid, 1999, p. 75.

[2] Cfr. Augusto Monterroso, La letra E, Era, México 2003, p. 125.

[3] Cfr. Juan López Chávez, La perdida de la mente letrada, UNAM, México 2004, p. 6.

[4] Raffaele Simone, La tercera fase, Taurus, España 2001. pp. 10 y 11. 

[5] Ibidem, p. 140.

[6] Daniel Pennac, Como una novela, SEP/NORMA, México 2001, p. 21.