Obstáculos para la enseñanza de la literatura | Sobre El Canon occidental
Virginia Alejandra Salmón Gamboa
Estar a solas con un buen libro es ser capaz de comprenderte más a ti mismo.
Harold Bloom
Desde hace tiempo Harold Bloom nos ha guiado a través de su canon personal, en el cual William Shakespeare es el rey de los escritores y los demás son comparados con él; asimismo, presenta enfrentamientos entre Sigmund Freud y autores como Marcel Proust y el mismo Shakespeare. Al final del texto, Bloom incluye un catálogo de libros “buenos” diciendo: “Éstas son mis listas, con la esperanza de que los supervivientes letrados encuentren entre ellas algunos libros y autores que hasta ahora no habían descubierto, y obtengan las recompensas que sólo la lectura canónica permite”.[1] Me parece admirable la labor de crear una lista así, ya que considero difícil la tarea de elaborarla, primero por la falta de tiempo para leer y segundo por la gran cantidad de autores que existen en el mundo. Por otro lado está el problema de leer todos los libros incluidos en la lista, así que la solución es elegir unos cuantos. Uno de mis sueños sería poder leerlos todos en su idioma original, analizarlos de manera seria y dar una opinión sobre cuáles serían las obras canónicas de la historia de la literatura.
Al final de El canon occidental, Bloom nos dice: “Lo que presento aquí no es un
Considero que, como profesores de Literatura, debemos contar con una lista de obras para presentar a los alumnos durante las clases. Es una tarea que requiere seriedad, programación y tiempo. Sin embargo, hay profesores que obligan a los estudiantes a leer lo que ellos quieren, sin tomar en cuenta la calidad literaria.
Recuerdo que en mis años mozos de secundaria se ofrecían algunas opciones a los alumnos, entre ellas Juventud en éxtasis de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Dicha novela era muy popular entre los estudiantes por el morbo que despertaban las situaciones descritas en el libro, las cuales tenían que ver con asuntos sexuales. Debo confesar que esa novela nunca llamó mi atención y no la leí, sólo escuchaba los excitados comentarios que mis compañeros intercambiaban durante los recesos.
Años después, en la preparatoria, el libro preferido entre los propuestos por la profesora era El perfume de Patrick Süskind. Supongo que el motivo de su éxito era que las historias sobre asesinos siempre llaman la atención y despiertan el morbo de los lectores. En lo personal, El perfume es uno de mis textos preferidos porque es la historia de un hombre que percibe el mundo a través del olfato y no de la vista, nunca había leído nada igual y en aquel momento de mi vida me maravilló y sigue maravillándome hasta el día de hoy. Me gustaría tener ese don.
En las clases de Literatura numerosos estudiantes se acercan con obvio desagrado a los textos propuestos por el profesor y los leen para cumplir con un trabajo final –que por lo general es un resumen o ensayo— y, de esa manera, aprobar la materia. Lo preocupante es que la mayoría de las veces ni siquiera leen, ven alguna película basada en el libro requerido, descargan resúmenes o análisis de sitios de internet como “El rincón del vago”[3] o compran alguna versión condensada de la novela en cuestión. Lo anterior dificulta nuestra tarea docente, pero debemos tomar en cuenta lo que menciona Bloom en las conclusiones de su libro: “No puedes enseñarle a alguien a amar la gran poesía si no llega ya con ese amor. ¿Cómo puedes enseñar la soledad? La verdadera lectura es una actividad solitaria, y no le enseña a nadie a convertirse en un mejor ciudadano”.[4]
En la actualidad lo que está de moda entre los alumnos adolescentes es la saga de Crepúsculo de Stephenie Meyer. A consecuencia del éxito obtenido por dichas novelas, ha brotado una plaga de novelas, historietas y series televisivas sobre vampiros adolescentes promiscuos. En cuestiones de vampiros y brujerías prefiero los textos de Ann Rice —antes de que se volviera fanática religiosa—, pues son más complejos y maduros, por decirlo de alguna manera.
Si tuviera que elaborar un canon personal para algún curso de Literatura de Nivel Medio Superior —el nivel en el que trabajo— sólo podría incluir los libros que he leído y me han gustado por tener algo especial que no puedo explicar. Han sido muchos y no recuerdo la mayoría de los títulos o los autores. En fin… haciendo a un lado dichos obstáculos, mi canon personal estaría conformado por los títulos que despiertan “algo” inexplicable en mi interior, que me provocan placer. Ahora puedo nombrar: El principito de Antoine de Saint-Exupéry, Lolita de Vladimir Nabokov, El tambor de hojalata de Günter Grass, Boquitas pintadas de Manuel Puig, Peter Pan de J. M. Barrie, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien.
Muchos refutarían la pequeña selección anterior, ya que, en palabras de Bloom: “Todo el mundo tiene, o debería tener, una lista de libros para llevarse a una isla desierta para ese día en que, huyendo de sus enemigos, se vea arrojado a la orilla, o para cuando se aleje cojeando, acabada toda guerra, con la intención de pasar el resto de su vida leyendo tranquilamente”.[5] Por lo tanto, cada uno de nosotros posee una lista, la mía está compuesta por los ya mencionados, y continuará en movimiento.
Pasando a otro tema, me sorprende la manera en que Bloom se lamenta sobre los avances tecnológicos, ya que su visión sobre el futuro de la Literatura y la crítica literaria es muy pesimista. Sus opiniones me recuerdan a lo que se comentó hace hace tiempo en una mesa redonda sobre comunicación, llevada a cabo por nuestro grupo, en la cual se discutió precisamente sobre lo mismo que señala Bloom: reflexiones sobre el impacto de la tecnología en la vida de los seres humanos, en la literatura, en este caso. Al leer las preocupaciones de Bloom me pareció que estaba exagerando, él ataca a la televisión y la realidad virtual… Pero, ¿cuál es el problema con la realidad virtual? El problema es que Bloom no desarrolla esta parte en el texto.
Harold Bloom no sólo arremete contra las nuevas tecnologías, también se ensaña con ciertos grupos: “Ahora me encuentro rodeado de profesores de hip-hop; de clones de teoría galogermánica; de ideólogos del sexo y de las diversas tendencias sexuales; de multiculturalistas sin límite…”.[6] No entiendo por qué esas personas son tan peligrosas para la literatura y la crítica literaria. Creo que es inevitable que grupos como las feministas, los góticos o los homosexuales elijan ciertas obras como representantes de sus ideologías y traten de verse reflejados en ellos. Independientemente de si sus interpretaciones sobre las obras sean acertadas o no, el que se acerquen a ellas con tanta pasión demuestra la canonicidad de dichas obras. Y lo anterior, sin duda, provocará los inevitables enfrentamientos con aquellos que no comparten sus ideas.
Por otro lado, me sentí asombrada al leer la opinión que tiene Bloom sobre los estudiantes de literatura de hoy: “se han convertido en científicos políticos aficionados, sociólogos desinformados, antropólogos incompetentes, filósofos mediocres e historiadores culturales llenos de prejuicios…”[7] ¿Y todo esto por qué? Porque se acercan a las obras de manera fría, sin pasión, sin sentimiento, sin el menor gusto. Tal vez tenga razón, pero creo que en la conclusión de El canon occidental explotan sus frustraciones profesionales y, de alguna manera, rompe con la objetividad de páginas anteriores.
Ahora me pregunto si las pesimistas predicciones de Bloom se cumplirán en el futuro. En lo personal creo que son cambios provocados por la inevitable evolución; en este caso, la rápida evolución de las nuevas tecnologías. No creo que desaparezcan los escritores ni los lectores, el libro sólo ha cambiado de soporte, pero dudo que desaparezca. Tablilla, papiro, papel, pantalla, no importa la manera en que se presente, el libro sigue siendo libro y la forma no afecta la manera en que disfrutamos su contenido; aunque hay personas que prefieren el papel a las pantallas y se lamentan por los cambios provocados por la tecnología. Es cuestión de opiniones y gustos, pero la evolución no se detendrá.
El libro canónico no desaparecerá porque los escritores no dejarán de soñar y crear cosas nuevas, como señala Bloom: “Las tradiciones nos cuentan que el yo libre y solitario escribe a fin de superar la mortalidad”[8] y “Quizá la razón fundamental de la metáfora, o de escribir o leer un lenguaje figurativo, sea el deseo de ser diferente, de estar en todas partes”[9]. Por lo tanto el escritor canónico no desaparecerá y el verdadero lector le será fiel hasta el fin, sin importar las nuevas tecnologías que inundan el mundo y son fuentes de distracción. A pesar de todo, tengo una actitud optimista sobre todo esto.