Es lo Cotidiano

El placer de leer o el amor a los libros

Caleb Landaverde

El placer de leer o el amor a los libros


A mi papá Gerardo, el culpable de esta travesía a la que llamo vida.

El placer más alto en la literatura es prestar realidad a lo inexistente.
 Oscar Wilde

 

 

Una de las experiencias más placenteras que he tenido al leer ciertos libros son las de aquellos que hablan acerca del gusto o del amor por los mismos, pues no hay nada más grato que hablar acerca de lo que uno ama y es una necesidad el compartir ese amor y tratar de contagiarlo.

El aroma que desprenden, el color de sus hojas, la tipografía que contienen, el material del papel, hacen del libro un objeto para disfrutarse, y cada quien tiene su manera de amar a los libros, ya sea el abrirlo y leerlo en la intimidad, olerlo y suspirar con él y, a través del tiempo, al volver oler, hojear o incluso releer el mismo libro, recordar pasajes de nuestras vidas. Se reavivan todos esos amores, desamores, días difíciles, tristezas, felicidades. Cada situación en la que el libro acompañó a su lector, se vuelven presentes, y se viven, el libro mantiene los recuerdos frescos y a la mano, están ahí y nunca se negarán a deleitarnos con sus hojas. Los libros están inmersos en nuestras vidas y no podemos hacer nada para desprendernos de ellos. Italo Calvino llegó a comparar el amor de una pareja al acto de leer:

Lectora, ahora eres leída. Tu cuerpo se ve sometido a una lectura sistemática […] No sólo tu cuerpo es en ti objeto de lectura: el cuerpo importa en cuanto parte de un conjunto de elementos complicados, no todos visibles y no todos presentes, pero que se manifiestan en acontecimientos visibles e inmediatos: el nublarse de tus ojos, la risa, las palabras que dices, el modo de recoger y esparcir tus cabellos, tu tomar la iniciativa o tu retraerte, y todas las señales que están en el límite entre tú y los usos y costumbres y la memoria y la prehistoria y la moda, todos los códigos, todos los pobres alfabetos mediante los cuales un ser humano cree en ciertos momentos estar leyendo en otro ser humano.[1]

 

Este fragmento pertenece a la novela Si una noche de invierno un viajero, en la que se relata la travesía de un Lector a través del inicio de diez novelas diferentes, en las cuales experimentará todas las emociones y sensaciones posibles, todo gracias a la búsqueda del Lector por estas novelas, y de igual manera las  novelas que están en busca de sus lectores.

Los libros viven y escogen a sus lectores, ¿cuántas veces no se ha escuchado decir “el libro me eligió”? Esto no es mentira, pues el libro ideal llega siempre en el momento indicado, y no conforme con contar su historia, llega a ser parte de una más grande que es la vida misma.

Todos formamos parte de un libro, de una historia que nosotros día a día escribimos; Juan Villoro quiso contagiarnos de esta pasión y de tomar más en cuenta esta idea: que cada aspecto de la vida forma un libro, lo vemos en su obra El libro salvaje, en la que Juan, un niño de 13 años, emprende la aventura de encontrar y atrapar un libro indomable, que jamás ha podido ser leído, porque su contenido está destinado a un lector único e ideal, y es esta empresa la que le va a enseñar a vivir, a navegar a través de los libros y expandir los horizontes de sus páginas a la propia realidad. Los lectores aprenderán que no hay límites, que los libros pueden ser cambiados al abrirlos y con esto darles vida, “los grandes lectores le agregan algo a los libros, los hacen mejores”[2]. Se vuelven un mundo de posibilidades en las que uno puede indagar en cada vuelta de hoja.

        Es triste ver que este placer poco a poco pareciera desaparecer, a las personas cada vez les cuesta más leer y entender lo que están leyendo, y es por esto mismo que la tarea del lector es crear más lectores. Daniel Pennac escribió un libro llamado Como una novela, intento para renovar el sentido de la lectura, y darle la importancia que merece. Habla del placer de leer y cómo a veces los mismos maestros tienen la culpa de crear aberración a la lectura. Pennac con una simplicidad enorme entrega un decálogo de derechos del lector, con los que tal vez muchos no estén de acuerdo, pero que es útil y accesible para todos, porque después de todo ese es uno de los objetivos de la literatura, el estar al alcance de todos, de ser leída, de ser poseída y así permanecer a través de los años. Nos deja en claro por qué y para qué hay que leer y no dejar de hacerlo:

 

¡Hay que leer!
-Para aprender
-Para tener éxito en nuestros estudios
-Para informarnos
-Para saber de dónde venimos
-Para saber quiénes somos
-Para conocer mejor a los otros
-Para saber a dónde vamos
-Para iluminar nuestro presente
-Para buscarle un sentido a la vida[3]

Estas y muchas otras razones hay para leer, pero sobre todo la más importante: ¡leer para vivir! Hay que tomar consciencia, para crear lectores responsables, y no alejarlos de los libros, fuentes de conocimiento y de vida, ya que por medio de ellos, a través de lo vivido y experimentado en ellos, la vida se verá enriquecida y afectada para bien, para tener esa ansia de vivir y hambre de conocimiento que sólo será satisfecha por otro buen libro.

        Lector déjese elegir por un libro, entréguese a él, crea cada cosa que diga, pues el libro siempre permanecerá sincero y cada vez que acuda a él, no le defraudará, siempre le corresponderá y le sorprenderá a cada paso.

 

[1] Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, Siruela, Madrid, 2012.

[2] Villoro, Juan, El libro salvaje, FCE, 2008.

[3] Pennac, Daniel, Como una novela, Norma, 1993.