Unos bocados para entretener la Noche Buena
Irma Guadalupe Villasana Mercado
La Navidad arriba como cada año. En el vértigo cotidiano, en la carrera en que el tiempo cae de modo vertiginoso sin que nos percatemos de ello, en que bajo el sistema neoliberal ocupamos más el sitio de engrane, mercancía, que de seres humanos, las fiestas decembrinas son un pretexto para hacer un alto, señalan como los rituales precristianos el fin y el inicio de una época, pero también la repetición de un ciclo.
Durante ellas los caballeros postmodernos, exiliados de su tierra y de sí mismos, retornan como Ulises al hogar, una urdimbre de recuerdos, para percatarse de su existencia; en las oficinas, los bares, las tiendas departamentales, hay un respiro: jugamos a ser nosotros mismos; entre piñatas, dulces, copas, abrazos y sonrisas, abrimos el baúl de la memoria a los otros.
No obstante, la Navidad se ha constituido en el blasón del consumismo, bajo el que se presupone que el aprecio hacia el otro y sí se refleja en la cantidad monetaria invertida, que se sustenta en un bombardeo publicitario. El sentido religioso, el nacimiento de Cristo, se desvanece de forma paulatina. Por ejemplo, en la campaña de 2011 de Coca-Cola, bajo el lema “Despierta la magia en ti”, se presenta la marca de refresco aludida como la encargada de llevar felicidad a los hogares y hasta de determinar y legitimar los comportamientos socialmente correctos.
En el comercial oficial aparecen dos niños absortos con un videojuego; Santa, quien ocupa la posición simbólica de la compañía, tras tomar el refresco, con un toque mágico, logra que los infantes dejen su juguete e interactúen entre sí. Así se presupone que quienes beban dicho producto, como un brebaje elaborado por Circe, mutarán de seres egoístas a caritativos, si ingerimos Coca-Cola seremos buenos –en un plano ético-, sino lo contrario.
Sin embargo, hay una contradicción de facto, dado que más allá de los problemas de salud ocasionados por tomar en exceso bebidas azucaradas el anuncio incita al consumismo como una práctica caritativa. En la lógica del neoliberalismo el mandamiento sería comprar para ganar el reino de los cielos. No obstante, el consumismo como ideología apela más al logro del bien individual que colectivo, es decir, el sujeto es de acuerdo a lo que consume por oposición con otras personas. Para Zygmunt Bauman, a diferencia de lo que llama el capitalismo pesado, en la modernidad líquida las empresas luchan por instaurar en nosotros, ya no la necesidad del objeto, sino el deseo, es decir, la ferviente idea de que queremos aquello que adquirimos pese a que no lo requerimos; asimismo, no importa ya acumular bienes, sino movilizarlos, mudar de casa, carro, aparatos tecnológicos, vida a ritmo acelerado. Esta dinámica produce, en oposición a lo enarbolado por Coca-Cola, una sociedad polarizada, individualista, crisis ecológica, problemas de comunicación, etc.
Entonces, ¿qué nos resta por hacer?, ¿adquirir productos que tal vez se queden en el desván como el suéter de la abuela con estampado navideño, la bufanda con las iniciales de un novio pasado, el pastel rocoso de Navidad?, ¿rogar para que en el intercambio de la oficina recibamos, al menos, un regalo reciclable?, ¿conseguir el último modelo de iPad para demostrar cuánto amamos al prójimo más cercano a nosotros, aquel que vemos cada mañana en el espejo?, ¿participar como los personajes kafkianos en el ineludible e ininteligible mundo regido por el consumismo?, ¿observar cómo la inequidad social aumenta?
La literatura es un bocado para entretener la Noche Buena y repensar la Navidad. Si bien es un producto que se distribuye bajo la lógica del mercado, gracias a la diversidad de bibliotecas físicas y virtuales, obsequiarla resulta asequible. Como objeto un libro puede ser costoso, aún los ebooks, sin embargo, existen vías gratuitas para sumergirse en la literatura y la ganancia tiende a superar la inversión. El ser de la obra literaria habita más allá de las grafías, las manchas de tinta sobre la página representan el umbral a un universo más vasto, por ello, Octavio Paz define la poesía como un ideograma, un surtidor de significaciones.
De acuerdo a los teóricos de la recepción la obra literaria no es un objeto autónomo, en tanto que sólo vive cuando es leído; se arma como una serie de sugerencias que el lector recrea a partir de su horizonte de expectativas, es decir, de su sistema de creencias, costumbres, valores estéticos y hasta éticos. La literatura es un baile entre lector y obra; la segunda susurre posibles mundos que el primero completa. Del encuentro entre ambos surge el objeto estético, la reminiscencia que de lo evocado permanece en la mente.
Aquí, ante la multiplicidad de mercancías y, sobre todo, de marcas exaltadas como el obsequio navideño imprescindible, apostamos por la literatura como un presente intangible, que resguarda diversidad de representaciones de la realidad, que no es una calca del mundo lingüístico y extralingüístico en torno a él, sino una visión renovada. Para los formalistas rusos el ser de lo literario reside en el extrañamiento, cualidad a través de que lo cotidiano se reestructura desde otro enfoque para que los lectores se percaten de aquel mundo invisible en el devenir diario. Para los teóricos de la recepción, el sujeto observador también participa de modo activo en generar este efecto.
Por ello, aquí presentamos unos entremeses literarios para compartir en estos días, obras que nos ofrecen una representación distinta de la Navidad para revalorar la noción propia de esta festividad, una tregua, un refugio, una cuchara de luna para los condenados a vida y para los intoxicados de compras. El criterio de selección es el gusto, es decir, aquí enlistamos aquellos textos denominados clásicos, si por dicho adjetivo, como propone Italo Calvino, entendemos “libros que ejercen una influencia particular ya sea cuandose imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”.[1]
Dentro de Marcovaldo o sea las estaciones en la ciudad, libro de veinte relatos cortos, escrito por Italo Calvino entre 1952 y 1963, que gira en torno al personaje homónimo, cándido e ingenuo obrero que con optimismo sobrelleva la precaria condición en que viven él y su familia, aparece “Invierno: los hijos de Papá Noel”, parodia del consumismo: “a comprar comprar comprar para regalar regalar regalar, según dictaban sus más sinceros sentimientos y los intereses generales de la industria y el comercio”.[2]
En dicho relato se critica la máxima antes señalada: el consumo como un acto caritativo. Ahí las empresas envían a sus Papás Noel como batallones a entregar los obsequios para otras industrias con el fin de evidenciar su amor al prójimo, sin embargo, en una ciudad asfixiada por el mercantilismo, los miles de hombres con su traje rojo y barba pasan desapercibidos. Marcovaldo, elegido para ocupar dicho puesto, se desencanta, ya que como el Quijote espera que los otros, sus hijos, se sorprendan al verlo, pero se percata de que Santa ya sólo es un engranaje más del sistema.
Además, se representa el vacío existencial de la clase dominante, a través de los ojos de un niño de nueve años, Gianfranco, quien pese a haber recibido más de trescientos juguetes permanece indiferente y triste; no obstante, cuando los hijos de Marcovaldo le regalan un martillo, una resortera y una caja de cerillos, se alegra y utiliza dichos objetos para destruir los cientos de presentes antes recibidos.
Asimismo, muestra el funcionamiento absurdo de la industria, el padre de Gianfranco patenta los tres obsequios enlistados bajo el membrete del juguete destructivo, ya que ve en ellos un potencial enorme dentro del proceso de producción y consumo, puesto que aseguran él mismo gracias a la pérdida constante de la mercancía. El relato cierra con una desoladora imagen de la ciudad perdida en una inmensidad gélida.
“Cuento de Navidad” de Ray Bradbury es una pincelada, un suspiro, en que se bosqueja el conflicto de unos padres que esperan dar un regalo adecuado a su hijo en las fiestas decembrinas de 2025, pero su deseo es frustrado cuando en la aduana para subir al cohete con dirección a Marte tienen que dejar el presente junto con el arbolito navideño. No obstante, el progenitor logra sorprender a su niño en el espacio, “un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas”, no con un costoso presente, sino con una muestra del universo:
—Feliz Navidad, hijo —dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.[3]
En “Una navidad”, cuento escrito en 1982 por Truman Capote, Buddy, el narrador protagonista, hilvana los recuerdos de su infancia: un niño abandonado por sus papás, criado por su peculiar familia en Alabama, compuesta por tías o primas “viejas solteronas agriadas, con sus Biblias y sus calcetas”[4] y tíos borrachos; rememora la Navidad en Nueva Orleans al lado de su padre, “un extraño”, durante la Gran Depresión.
La narración se estructura como un ritual de iniciación, el tránsito entre la infancia y la edad adulta. Al principio Buddy cree en Papá Noel, porque Sook, sesentona “ligeramente tullida”, personaje que suple la ausencia materna, se lo ha dicho, como también está segura de que “todo era voluntad de Dios, o del Señor”. Sin embargo, durante su estancia en Nueva Orleans, descubre que su padre, un mujeriego que ahoga el pasado entre botellas de Moonshine, es quien coloca los regalos debajo del árbol.
El niño se siente desilusionado, enojado, herido: “Sentía un extraño malestar (…) Pensé que, si me sacaba los pesados zapatos de ciudad, auténticos monstruos torturadores, aquella agonía remitiría. Me los quité, pero el misterioso dolor no me abandonó. En cierto modo, nunca más me abandonó”.[5] No obstante, al regresar a Alabama, Sook lo consuela: “todo el mundo es Papá Noel”. El relato cierra con una postal de Buddy para su progenitor, obsequio que evita que su padre opte como su madre por el suicidio: “estoy aprendiendo a pedalear muy rápido en mi avión, estaré pronto en el cielo así que mantén los ojos abiertos y sí te quiero, Buddy”.[6] La realidad de un niño huérfano y la soledad de sus padres, a quienes ni el dinero ni el éxito profesional han dado sentido a su existencia, son recreadas a través de un cuadro afable.
Ofrecemos un último bocado: “Canciones para entretener la Nochebuena”, poemario de Joaquín Antonio Peñalosa, publicado en 1962. Los personajes ínfimos, las bestezuelas de Dios, como la mula, el buey, el burrito y el gallo, recrean el nacimiento del Verbo. No es el evangelista el que narra el advenimiento del Salvador, sino las voces anónimas, los pájaros sin nombre ni apellido: “nunca nos hallaréis en los pergaminos rumorosos,/ ni en floridas viñetas, cierres de marfil, cantos de oro,/ Nos desconoce la historia:/ el evangelio mismo nos apagó sus luces,/ venimos de la fábula que mana leche y miel”.[7]Desde la mirada de estos seres marginales, los otros personajes bíblicos se muestran más humanos, angustiados por el destino marcado por la divinidad. La virgen confiesa al burrito sobre que huye a Egipto: “Yo también tengo miedo, /ayer la redención dependió de mis labios,/ y el Amor esta noche se escapa en tus pisadas”.[8]
La Navidad es un paréntesis en el andar, un espacio para repensarnos; la literatura nos ofrece representaciones diferentes de la misma: la satírica y desalentada pluma de Calvino, el paisaje infinito de Ray Bradbury, el vacío existencial del humano a través de la lente de Truman Capote y la mirada de las pequeñas criaturas por medio de la poesía de Peñalosa. Aquí dejamos unos bocados para compartir en Noche Buena en oposición a la tendencia consumista; las obras literarias son un abrazo, un beso, que roza la memoria.
[1] Italo Calvino, Por qué leer los clásicos, Tusquets, Barcelona, 1993, p. 14.
[2] Italo Calvino, Marcovaldo o sea las estaciones de la ciudad, Siruela, Madrid, 2012, s/p (versión electrónica en http://books.google.com.mx/books?id=dPK7KtZn-G0C&pg=PT4&source=gbs_toc_r&cad=4#v=onepage&q&f=false, consultada el 19 de diciembre de 2013).
[3] Ray Bradbury, “Cuento de Navidad”, s/p (versión electrónica en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/cuento_de_navidad.htm, consultada el 19 de diciembre de 2013).
[4] Truman Capote, “Una navidad”, s/p (versión electrónica en http://www.elmundo.es/larevista/num165/textos/truman.html, consultada el 19 de diciembre de 2013).
[5] Idem.
[6] Idem.
[7] Joaquín Antonio Peñalosa, Hermana poesía, Ponciano Arriaga/ Verdehalago, San Luis Potosí, 1997, p. 83.
[8] Ibid., p. 96.