Es lo Cotidiano

Poemas

Sergio Luna

La escritura y los lugares secretos

De niño escribía el nombre de la niña que me gustaba en la suela de mis zapatos. Era un lugar secreto. Sólo que me cayera y, suponiendo, que alguien ayudara a levantarme y tuviera la curiosidad de fijarse en las suelas, sabría lo que mi corazón sentía. Cuando llegaba a casa veía, a veces, todavía su nombre entre la tierra raspada de mis pasos. La mayoría de las veces el nombre se había borrado por completo. Y al día siguiente lo volvía a escribir.

Por otro lado, nunca escribí nada en las puertas ni en las paredes de los baños pero me gusta/ba leer los mensajes: insultos, albures, confesiones amorosas, acusaciones, dibujos.

Hace poco, en la carpintería, mientras hacía un mueble tomé un descanso y me puse a leer un libro de poemas. Encontré versos que me gustaron. (Escribir un poema, pensé, es  escribir en lugares secretos nombres que amamos.)

Los versos que leí quise guardarlos así que los copié sobre el canto de la madera del mueble que estaba construyendo.

Luego ensamble el mueble, lo detallé y barnicé. Días después lo entregué al cliente sin decirle nada. Los versos que me gustaron iban ahí, en los lados invisibles de la madera, debajo de la pintura, en las uniones. Lo único que pensé después fue en mi infancia, en mi timidez quizás de aquellos días. También pensé: cuando ese mueble sea destruido la poesía aparecerá.

Al lector

Algunos días necesité para construir la silla que ahora está junto a la ventana. (En la ventana un cielo líquido, despejado, y el sol que limpia lo oscuro del cuarto.) Es una silla sin adornos ni pintura, de diseño sencillo, cerca de la ventana, manchada de sol y de cielo. 

Pienso, se me ocurre pensar: esta silla podría ser un poema. Camino hacia ella  y me siento, me acomodo, miro desde este ángulo un nuevo lugar para estar en el cuarto, para mirar afuera, y que se parece a un lugar mío, como si lo estuviera recordando, que lo es.

Es un lugar para leer y para ponerme a escribir, como siento que ahora lo hago, de manera sólida, como si tocara la madera cuando estoy tocando las palabras, como sentir que la construcción y escribir sobre y desde esta silla es, perdón por la rima, una misma semilla.

Ahora estoy sentado, descansando en esto que es una silla que podría ser un poema hecho de madera y de palabras, de una escritura que me dice que esto es para ti, para que conozcas la sencillez y la belleza de esta silla que ahora está cerca de la ventana, donde el sol y el cielo, y que espero que algún día llegues hasta aquí, a este lugar que es un cuarto con una ventana y donde está la silla que recién construí para ti, que desde siempre ha sido tuya, aunque no sepa quién eres, ni en dónde estás.

***

Me vivo en la amorosa sed
de haberte visto pasar
por mi sangre.

***

Agua con hielos

Es algo que se deslava, como el derretimiento de los hielos en el vaso de agua. La mirada en los hielos, vigilando cómo el agua sólida regresa a su estado natural. Yo en todo eso. Líquido y sólido. Como esa imagen de los hielos en el vaso. Yo a la vez  agua y  hielos (¿mis palabras?) en un recipiente de ladrillos, aire, ciudad.

Un yo de mí que regresa sin ser percibido, como si me hubiera faltado un brazo por un tiempo, o no un brazo (sería algo disparatado decir que se me perdió un brazo); mejor como si hubiera perdido el olfato o el oído. Como si el oído regresara esta mañana de pájaros, a este brotar de la fuente en el patio a donde viene a detener su vuelo un colibrí, y la gente espera, habla; la gente dejando sus pequeños rastros, como una envoltura de galletas o una flor. Rastros que logro registrar, lo que no logro con el vaso de agua donde los hielos van desapareciendo.

Miro, fijamente, atento, y voy bebiendo sorbitos, sintiendo en el paladar el cambio de temperatura. Yo siendo otro luego de cada sorbito, de cada instante siempre nuevo como ningún otro instante. Bebo, pienso entonces, puro tiempo. Irrepetible. Mi sombra, mi intención de decir algo ahora, mi sangre, es todo otro que fui.