viernes. 19.04.2024
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Desahogo enmascarado

Ricardo Sevilla

Desahogo enmascarado

Últimamente he permanecido callado, sin deliberar. No cuestiono nada porque siento que ninguna respuesta se ajusta a mis preguntas. De todas formas, mis interrogantes son mínimas, cuando no insignificantes. Tampoco me mueve ya la controversia ni las disputas. Ha tiempo que sustituí la esterilidad de los debates por un indolente y generalizado encogimiento de hombros. No aventuro ni arriesgo por nadie. Francamente poco, o casi nada, atrevo. Voy, vengo y existo con desidia y, al final, me quedo sentado siempre en los viejos y mullidos lugares de costumbre. Por más que observo y trato de advertir por ahí, como extraviado en este muladar de desalientos, un incidente milagroso, que renueve mis sedes o mis apetencias de vida, encuentro siempre el mismo paisaje seco y ahíto de monotonía. Con agrado traspasaría la billetera, los nombramientos escolares, las credenciales afiliatorias: las indivisas huellas de mi identidad. Hay veces, ya al borde del histerismo, que desearía saltar de mí y liberarme de mi encierro para trocarme en alguien diferente. Y así, transmutado e irreconocible, dejar a un lado del camino los viejos credos, las conocidas argucias, los antiguos artificios y hasta ciertos deberes existenciales. Emigrar no sólo de ideas y opiniones sino también, y sobre todo, de facciones: camuflar las líneas de mi rostro con otra fisonomía y hacer que, incluso, el espejo se quiebre ante la duda. Todo con tal de librarme del impalpable demonio que me habita y ahoga con su opaca atmósfera de tedios. Querría ausentarme, cuando menos, un día completo, tal vez una semana entera, un año íntegro, o de ser posible para siempre. Arrancarme una máscara para taladrarme otra, con pernos y remaches. Y ya disfrazado de monstruo atornillado, levantar mi pañuelo y, aparentando una mueca de aflicción, obsequiarle un último adiós al querido antifaz que dejo, evitándole el dolor de confesarle que ya jamás regresaré.

Primer versículo del Recestismo

De la vida elige dos o tres sucesos, los que desees. Todos son idénticos. No reboses las frases. Huye a toda palabrería. Gira e invierte las expresiones del tal forma que expongan siempre lo mismo pero creando una ilusión de singularidad. Piensa en el carácter absolutamente artificial de la música y estima igual a la literatura. Que tus descripciones sean breves, aunque nunca reducidas. La melodía de la palabra nunca debe ser egoísta. Escribe tan sólo un libro. Si publicas muchos, al final, no habrá ni un lector que los ojee. No alientes la bagatela y escoge lo estrictamente irreemplazable. Pronúnciate contra los matices. Aléjate especialmente del espejismo de la originalidad y recuerda que es un abismo en el que han despeñado todos los ilusos. Observa estas pautas y, con un poco más de voluntad, habrás engendrado una obra simple e impar. Una cosa más –y acaso la más importante de esta proclama−: manifiéstate enérgico contra todo método o formulismo. Seamos absolutistas: toda proclama artística le canta al mismo recetismo baladí. Y si tu avidez por escribir es genuina, deberás seguir la más importante de todas estas reglas: en la parte derecha de tu procesador hay un botón que dice backspace: ¡Oprímelo y manda este y todos los estúpidos sistemas de composición al diablo!


Ricardo Sevilla (Ciudad de México en 1974) En 1997 fue acreedor al premio de poesía Xavier Villaurrutia (“Décima Muerte) y en 2004 al premio João Guimarães Rosa, de traducción, convocado por la Universidad de São Paulo (USP. Brasil). Ha sido colaborador de revistas y suplementos culturales dentro y fuera de México: Tiempo Libre, La mosca en la pared, Quimera (Madrid, España), “La jornada semanal”, “Ovaciones en la cultura”, “Novedades en la Cultura”, “Sábado” del periódico Unomásuno, Paréntesis, “Arena” del diario Excélsior y columnista literario del periódico Folha de São Paulo (Brasil). Es autor de la novela infantil Jared y las telarañas, y de los libros de aforismos Según dijo o mintió (editorial Libera) y álbum de Fatigas (editorial Cuadrivio).