Santo remedio
Flor Bosco
Desde mi bola de cristal se veía perdido, hecho lágrimas, sentimiento convulso en el vientre, y me llamaba. ¡No más! –pensé-, cubrí la imagen con un paño negro y recomencé mis labores. Dije que no pero volví, a su fugaz deseo de compañía y a mi eterna gana de cuidarlo. Su sollozo retumbaba en las junturas de mis huesos y volví. Se arrodilló, como siempre, con el eterno perdón en los labios, con su primer abrazo de miel, los siguientes desabridos, y el último con el mismo puñal de la traición anterior. Mientras él sacaba la hoja de entre mis omóplatos reiteré: –¡De veras que no regreso!-. Contestó seguro: –Vete, pero sabes que estaré aquí esperándote-. Esta vez no me fui, le arrebaté el cuchillo y corté su cabeza. Los cabellos negros corrieron como culebrillas a meterse en los oídos de la gente. ¡Ella está loca! ¡Ella está loca por mí! –Chillaban-. Arrojé la bola de cristal a la basura y ya no supe más.
(De la serie De cuando traiba el chincual)