La bañera
Diana Alejandra Aboytes
Transcurría el año de 1950 en la ciudad de Celaya, Gto. Sus viejas calles, apenas alumbradas, enmarcaban el misterio necesario para alimentar historias. Como la que en una casa de la calle Tula, ahora Dolores Avellanal ocurrió.
En esa antigua casa habitaba una familia compuesta por diez integrantes. Los padres asistían parte del día atendiendo un puesto de verdura en el mercado. Los hijos menores de once años solían quedar a cargo de la hija mayor, ésta de trece.
Entre juegos los chamacos correteaban por cada rincón de la casa. Pero una tarde en que jugaban a escondidas, uno de los niños corrió a ocultarse al baño. Agitado y sonriendo entró, cerró la puerta, en segundos su sonrisa se descolgó de sus labios y el asombro acompañado del terror lo invadió… en la bañera de porcelana –típico accesorio en los baños de esos tiempos- un hombrecito de cabeza prominente y sin pelo, tomaba una ducha bajo el ligero chorro de agua que caía sobre él. Ambos cruzaron miradas, pero el visitante sólo esbozó una sonrisa bonachona.
El chamaco escapó veloz para contar a sus hermanos lo ocurrido. Volvieron al baño para atestiguar la extraña presencia pero ya había partido. Algo que hay que acentuar es que éste no se fue sin cerrar la llave del preciado líquido.
Todos los hermanos pidieron al menor lo describiera a detalle. Comentó haber visto en el pequeño hombre unos grandes y almendrados ojos verdes, orejas puntiagudas y en su espalda resaltaban unas alas con textura parecida a un petate.
Comentaron los hechos con sus padres. Concluyeron que fue la presencia de un extraño duende en casa. El hombrecillo no regresó más, pero el recuerdo permanece intacto hasta hoy día.