sábado. 20.04.2024
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Un sueño fantasma

Rodolfo Escalante

Un sueño fantasma

A la mitad de la fiesta, completamente ebrio, Octavio salió a caminar, a caminar y a caminar. Cuando menos reparó, supo que aquel era el camino a su casa. Demasiado largo, a horas a pie, pero no quedaba de otra. Desconocía el modo de dar media vuelta y llegar a casa de sus amigos. Se resignó entonces.

Ya a más de la mitad del camino, con las calles en solitario, y la noche más oscura, sin luz de luna, mucho menos luz eléctrica, solamente apostó por no caer en las garras de una bola de gandallas dispuestos a romperle el hocico y bajarle todo el dinero, el poco, que traía consigo.

En el camino, una silueta se dibujaba sentada en el borde que resalta de una cortina de hierro de uno de tantos locales cerrados. Tuvo cierto temor pero pensó que sería peor cambiar de acera y descubrir su miedo a un eventual oponente.

Sin embargo al seguir en el camino, observó mejor aquella silueta. La descubrió mujer, frágil, delgada, de cabello que le recorre los hombros. Eso por sí mismo no le restaba peligrosidad en los tiempos actuales, sin embargo sintió una tranquilidad extraña.

Un poco más de cerca, el atuendo, pese a la frescura de la noche, era de una blusa negra delgada, un short de mezclilla y unas botas.

Más de cerca le vio relativamente joven, sin embargo con cansancio en la mirada que de pronto le atravesó. Octavio sintió algo raro. Ella le sonrió y le invitó a sentarse a su lado. Si bien eterno desconfiado, tuvo la impresión de que se trataba de una persona amable, quizá perdida, necesitada de compañía.

Al verle el rostro de cerca, encontró uno de los más hermosos. Sin embargo había una palidez fuera de lo normal. Su mirada, de ojos grandes, carecía de expresión concreta y sin embargo, difícilmente se podía evitar atraparse en esos hermosos ojos color miel.

Cerca de su piel le sintió fría, más allá de lo que el ambiente dictaba. Le miró de nuevo y entonces entró en pánico, una incredulidad le evitó correr, pero sabía de algo sobrenatural en ella.

Entonces con una voz tranquila, agradable inclusive, ella le dijo: “gracias por la compañía, es difícil encontrar quien se ocupe de uno sin que intente abusar, conquistar, manosear y entonces se lleve una desagradable sorpresa”.

Octavio entonces sintió terror.

“Perdón – le dijo  – no es una amenaza, pese a tu borrachera te ves buena persona. Es sólo que es difícil esta soledad nocturna. Sabes, dicen algunos que se inventan leyendas en las calles, que soy un fantasma, una muerta viviente, una asustadora y hasta el coco que se llevará a los niños que se portan mal”.

Octavio la miraba azorado.

“Yo creo, casi estoy segura, de que soy un sueño. Alguien de quien no recuerdo me sueña todas las noches. Supongo que debiera sentirme halagada, pero una vez que alguien muere, requiere, de eso estoy segura, que los recuerdos de la gente te dejen en paz”.

Una lágrima recorrió la mejilla de ella, cayó al suelo, brillante, y se esfumo como si la evaporara un calor increíble.

Continuó: “ya no me recuerdo de mi muerte. Algunas veces, en el andar por las calles, en ciertos lugares, se esparce en mis aún vivos sentidos, un dolor intenso pero breve. Imagino entonces que fue algo rápido. Nada angustiante. Y entonces supongo que esa velocidad para morir, dejó en alguien una huella imborrable, quizá una despedida inconclusa. A veces pienso en alguien, cuyo amor inmenso por mí, hoy le obliga, ante la incapacidad de despedirse, a soñarme noche a noche, a no dejarme ir, aferrarse”.

“A veces pienso sin embargo, que quizá el sueño es el mío. Que quisiera haber muerto siendo el amor de alguien. Tengo dudas la verdad. ¿Sabes?, ser fantasma o sueño o imagen etérea, no es fácil. Es una tarea complicada. Uno se presenta aquí, en la noche, recorre las calles, y luego regresas a un lugar imposible de comprender en el medio de la nada, de donde no puedes moverte, de hecho, en donde ni siquiera sabes que existes”.

Octavio le miró con ternura. Ya no acababa de entender si era la borrachera, o si era de verdad aquella bella mujer un fantasma.

“¿Estas confinada a no andar con nadie por las calles?”, le preguntó Octavio.

“Hasta donde yo sé, no hay reglas precisas, por lo menos nadie se ha presentado a decírmelas”.

“Camina conmigo entonces”.

Sin entender razón, Octavio se levantó, le tendió la mano y caminaron a corta distancia el uno del otro. Entonces platicaron como dos viejos conocidos, rieron. De pronto estaban en la casa de Octavio y no sin cierto temor, entraron en ella.

Se sonrieron en el umbral de la puerta una vez que esta se abrió. Entonces se acercaron y se besaron. El sintió un frío abrazador, no lastimoso, sino refrescante, agradable; ella, una sensación olvidada y anhelada.

Ya en el sofá de la casa, él le rodeó la cintura. Su piel era suave, de tono pálido. En la desnudez descubrió a una mujer delgada, con una figura increíble. Se hicieron el amor de un modo extraño, necrófilo, pero inmensamente placentero.

En el amanecer, luego de dormir abrazados el uno del otro, Octavio ya no le encontró a su lado. Sintió alegría de haberle descubierto, pero ahora una nostalgia le invadía por la ausencia.

En la barra de la cantina le recordó y pensó, por un momento, que quizá él le soñará y ella estaba presente ahí, en ese sueño. Quizá fuera Octavio el culpable de esa fantasmal existencia.

Sintió pena y vergüenza entonces, pero alegría igual. Ya sabía dónde encontrar a esa hermosa fantasma. A ella que era suya y nunca jamás estaría con él.