martes. 24.06.2025
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Es lo Cotidiano

Street fighting man

César Zamora

Street fighting man

Simpatía por el diablo: el afán humano de liberación

► ¿Qué hacemos para zafarnos de etiquetas, ataduras o vendajes?

► ¿Cuántos planos de lectura hallamos en «V de vendetta»?

Do what thou wilt
shall be the whole
of the law

Aleister Crowley

Pleased to meet you
hope you guessed my name, oh yeah
but what's puzzling you
is the nature of my game, oh yeah

The Rolling Stones
Sympathy for the devil

En la venganza, el más débil
es el más fuerte

Honorato de Balzac
La Vendetta

César Zamora

Todo el tiempo estamos deseando cosas: más perfumes, más zapatos, más enervantes, más elepés, más amigos en Facebook y, desde luego, más redentores: otro Buda, otro Cristo o un enmascarado de látex que nos libere de la opresión marital, laboral o escolar. Tenemos que dejar de pensar que un Mesías, un curandero, un chamán o Dios –cualquiera que éste sea– nos va a solucionar o arreglar las cosas con un solo chasquido de índice y pulgar. ¿Por qué no decimos que el diseño de Dios es fallido y a nosotros nos toca rehacer el Universo?, ¿por qué no decimos que la Iglesia ha destruido u ocultado el conocimiento milenario? No lo decimos ni lo diremos, porque quizá sea demasiada soberbia e implica pensar y este verbo, tan engorroso para casi todo el mundo, no encaja en nuestro mundo cada vez más monótono, cúbico y extremadamente racional –sin alguna horadación para que se cuele por allí el pensamiento lateral–. ¿Por qué no decimos algo fuera de lo común?, ¿por qué no ponemos en jaque a ciertos políticos doble moral que idolatran a Juan Pablo II en estampitas? No lo hacemos ni lo haremos, porque la Santa Iglesia Romana, la familia, la televisión y las Sabritas, nos han hecho creer que ser estólido es mejor que provocar reyertas o que vegetar es mejor que poner el punto en las “íes”. Desde una visión cuasi maniqueísta, vemos que hay dos posturas: la de quienes toman mucho en cuenta el “qué dirán los demás de mí” –utilizan máscaras y se olvidan de sí mismos– y la de quienes se preocupan por el “qué diré yo de mí”. Un “bárbaro psicológico” –en términos «Gregorovius»– vivirá todo el tiempo atrapado en el “qué dirán”, mientras que alguien con un adecuado nivel de conciencia dirá: “Sé lo que yo quiero de mí, precisamente porque soy consciente”. Está de moda llevar una vida meramente orgánica, sin sobresaltos, pero… ¿a poco así debemos pensar?, ¿siempre nos la pasaremos nadando de «a muertito»?, ¿nunca transmutaremos?

¿Qué hacer para transitar de un nivel animalesco de conciencia a un nivel adulto, donde ya aparece el «otro»? Sea como fuere la transición, en el nivel adulto hay dos tipos: el adulto egoísta y el de la conciencia social y planetaria. El primero explota a los más débiles, crea industrias nocivas o acapara el poder político a costa de lo que sea. El segundo comprende que el «otro» es tanto como él, se preocupa por las catástrofes sociales y, sin duda alguna, conoce el término responsabilidad, un término hoy en día tan repelente para los humanos como el insecticida para las cucarachas. Por antonomasia, el modelo aspiracional de un educador social debe ubicarse en ese nivel adulto de conciencia no egoísta, empero surge de nueva cuenta la interrogante: ¿qué debe hacerse para franquear los peldaños previos (primitivo, infantil y adolescente)?, ¿por dónde empezar?

En «Las 10 estrategias de manipulación mediática», Noam Chomsky refiere que los grandes mastodontes de la comunicación estimulan al público a ser complaciente con y ante la mediocridad, es decir, constantemente se induce al público a creer pie juntillas que ser estólido, vulgar e inculto es lo mejor (¿qué efectos nocivos producen series televisivas como “La rosa de Guadalupe” o productos web pseudoindependientes como “Werevertumorro”?

Pensar en la llegada de un «celeb» que provocará el acabose del régimen totalitario del cristianismo es casi semejante a pensar en un Dios que nos libere del esclavismo. ¿Por qué no propiciar nuestra propia liberación? ¿Por qué no liberarnos de etiquetas, ataduras o vendajes por cuenta propia, sin esperar la llegada de algún alguien capaz de liberarnos?

La cinta «V de vendetta» es, a juzgar por cinéfilos empedernidos, una suerte de holograma que arroja diversas imágenes de la sociedad actual: alienización, masas despolitizadas, control mental, gobernantes corruptos y, subrepticiamente, un mensaje gnóstico que contradice las palabras de Cristo: “El hombre es el salvador de sí mismo”.

Son múltiples planos de interpretación que se yuxtaponen en una producción embelesadora que asemeja ser sólo de palomitas y arrumacos. En el plano superficial o epidérmico, sólo vemos un misterioso enmascarado que evoca al multicitado Robin Hood. Sin embargo, en el connotativo descubrimos mensajes soterrados que inexorablemente nos conducen a visualizar las desventajas del cristianismo y el lado abyecto del clero u otros aparatos de sujeción. El personaje principal, es decir, el de la máscara, simboliza el afán humano de liberación, mientras que el líder fascista es la mismísima encarnación de un Dios que, grosso modo, pretende implantar sus leyes en la tierra.

Si en el plano denotativo se intuye que el enmascarado es el ideal de pluralidad y libertad de expresión, en el profundo veremos al mismísimo Lucifer, o sea, el primero en desafiar al Dios cristiano. Desde la visión gnóstica, Lucifer es el primer revolucionario –ya en otros textos he señalado que no es lo mismo hablar de revolución que andar en la revolución, y no es lo mismo hablar de intervención educativa que hacer verdadera intervención educativa, y en otros textos ya se han diseccionado obras fílmicas desde ambos ángulos–.

Con tales proposiciones, podríamos empezar a comprender por qué razones está en boga el “licenciafirrurrismo” –cualquier escuela patito de nivel superior expide títulos y pone prepas al vapor, como si éstas fueran puestos de tacos al ídem–, y también podríamos explicar por qué razones no han muerto los «vicios mexicanos» que Porfirio Díaz señalaba con dedo flamígero hace una centuria. ¿Por qué luciferinas razones aún llevamos a pastar a nuestras «vacas»? ¿Por qué las alimentados, por qué las masajeamos? Recordemos, de nueva cuenta, que una «vaca» representa una excusa, una evasión.

La palabra «Lucifer», con tan sólo escucharla o escribirla nos aterroriza, pero… ¿no es acaso la antropomorfización del conocimiento, la llama de la rebeldía que amenaza con incendiar las cadenas de la esclavitud cognoscitiva que la iglesia católica nos impuso hace más de mil años? Citado por el maestro José Báez, el polémico historiador francés Jules Michelet –de familia calvinista– ya lo había propuesto más o menos así: “Lucifer es la antípoda del Dios burgués, el Dios que demanda fe y no conocimiento”. Para subsistir, el orden teocrático requiere la fe y –por ende– la sumisión de los feligreses; requiere que éstos jamás se rebelen.

Y no es casual que la aliada del personaje central sea una tal Evie Hammond (Natalie Portman). ¿No es acaso una alusión a Eva, quien aceptó el fruto prohibido de Lucifer? ¿No fue acaso Ella quien se acercó al conocimiento y por ello salió por la puerta trasera del Edén? ¿No es acaso la misma idea que se pretende insuflar en las mujeres de nuestros tiempos para que no se rebelen? ¿No se pretende formar mujeres sumisas que amen mucho, demasiado, tratando de olvidar la osadía de Eva?

Podríamos escribir mil volúmenes sobre la implicación de referencias subrepticias en la cinta de los hermanos Wachowski –basada en la mítica novela gráfica de Alan Moore, un ferviente admirador del esoterista Aleister Crowley–, pero hagamos un alto para preguntarnos por qué las juventudes de América Latina exhiben un bajo nivel de participación política, bajísimos niveles de lectura y altísimos niveles de adicción a la interacción cibernética ¿Por qué no creen en el matrimonio? ¿Por qué sí creen en el consumismo como una forma new age de redencionismo o iniciación espiritual? ¿Por qué diablos creen que la educación superior no les garantiza un súper empleo y el título sólo es un adorno más en la sala? ¿Por qué aún vivimos adormecidos y empobrecidos por el influjo católico? Si volvemos a ver «V de vendetta» regresamos a la dupla Weber/Marx, reelemos a Freire y también nos ponemos so high con «One plus one» del revolucionario Godard, tendremos una respuesta bastante aceptable. Mientras ese momento llega, disfrutemos a todo volumen de «Street fighting man» en el tornamesa.