Vicente Leñero en mi vida

Alicia Arias

Un día, cuando apenas cursaba el segundo cuatrimestre de la Licenciatura, un profesor de la materia Teorías de la Comunicación nos informó que en el periódico El Sol de León buscaban estudiantes que hicieran servicio social y, aunque en la universidad no era obligatorio hacerlo, sino hasta el final de la carrera, una compañera y yo nos interesamos y ahí fuimos a dar.

De periodismo no sabíamos nada, es más ni siquiera cursábamos la materia todavía. Pero la valentía, producto de nuestra ingenuidad nos llevó hasta la redacción del periódico más antiguo de la ciudad de León. El jefe de información nos dio órdenes de trabajo y nos mandó a la calle, nada más y nada menos que a reportear.

Con más preocupación que gusto, salí de las oficinas de la calle Madero con cuaderno de reportera, de esos que nos daban en el periódico, hechos con papel estraza,  y luego una pregunta que la banqueta me aventó a la cara  ¿Ya soy reportera? No, ¡cómo voy a hacerlo! Me respondí llena de vergüenza.

El susto me duró varios días porque no sabía nada del oficio al que terminé por dedicarme de tiempo completo durante 17 años.

Qué carajos voy a hacer, cómo voy a conseguir esa información que me piden; eran las dudas que no me dejaban en paz. Deseaba que al menos me hubieran hecho acompañar a uno de los reporteros con experiencia para ver cómo se hacía eso, sin embargo, eso nunca ocurrió y tampoco me mandaron a cubrir ruedas de prensa, ni ninguna otra actividad en la que hubiera otro periodista para copiarle o seguir su ejemplo.

 Así que decidí hablar con mi profesor de Sociología y contarle mis penurias de salir a la calle con cuaderno de reportera y pluma en mano en busca de la noticia que ni siquiera sabía buscar y menos redactar. Sereno y dándome ánimos para continuar, me recomendó adquirir el libro que más veces he comprado en mi vida, recuerdo que me dijo: se llama “Manual de Periodismo”, de Vicente Leñero, y lo puedes conseguir en Nano´s. Ni siquiera mencionó al coautor Carlos Marín.

En cuanto salí de clases pasé a la librería, aquel pequeño local de la Zona Centro lleno de libros, revistas y carteles, en las paredes, en el piso; había que abrirse paso entre todo eso. Pregunté por el libro de Vicente Leñero y así llegó a  mis manos. Lo recibí como aquello que me iba a sacar de la situación en la me que encontraba, y no me equivoqué.

Vicente Leñero, como a mucho otros colegas, nos entrenó en la fidelidad de los géneros periodísticos: los informativos, los opinativos, los híbridos… Aprendí a distinguir las notas de las crónicas y a disfrutar los tipos de entrevistas. Qué deliciosamente releía y releía mi Manual, mi único profesor de periodismo en esos meses.

Después cursé la materia de Géneros Periodísticos. El libro de Leñero no fue el que escogió el maestro para enseñarnos, pero yo ya lo había descubierto y, desde entonces, ha sido mi libro de cabecera, aunque no conservo el original, pues lo he prestado tantas veces como el mismo número de veces no me ha sido devuelto. Sin lugar a dudas, es el libro que más veces he comprado.

Con el pasar del tiempo me interesé por conocer a ese hombre que con unas páginas había logrado que yo entendiera lo que es el periodismo, aquel que en un solo libro me dio toda una cátedra. Leí parte de sus obras, pero sobre todo buscaba sus entrevistas, quería leer todos sus trabajos periodísticos y después, con la internet a mi alcance, lo seguí estudiando, sobre todo analizando la maestría con que solía entrevistar.

Leñero fue mi maestro de periodismo. Si no no nos encontramos en las aulas, sí lo hicimos en las páginas.

A los 25 años era jefa de información del periódico El Nacional y tenía a  mi cargo los municipios de León, San Francisco, Purísima y Manuel Doblado; en este tiempo procuré que también fuera el maestro de los reporteros que llegaban a la redacción; muchos de ellos eran tan novatos como yo cuando llegué a El Sol de León y mi función era darles las órdenes de trabajo, pero mi pasión era enseñarles lo que yo había aprendido y lograr que llegaran a dominar, o al menos a distinguir los géneros perodísticos, así que Vicente Leñero siempre estuvo con nosotros en un librero de la oficina; el libro más ojeado, por cierto.

Cambié de trabajo y ahí dejé mi libro, pero pronto conseguí otro que me acompañó por varios años más y en el que me apoyé totalmente cuando, ya estando en el diario Correo, me pidieron una capacitación para el equipo de editores, con la finalidad de que distinguieran los géneros y así poder “cabecear” de mejor manera y respetar el ritmo y cadencia de una crónica, a la que no se puede editar con el mismo criterio con el que se edita una nota.

Aunque yo no tuve la oportunidad de estudiar a Leñero de manera formal en un salón de clases, sí he procurado, siempre, llevarlo a las aulas. Por varias ocasiones me han solicitado que capacite a estudiantes encargados de publicaciones universitarias y la lectura obligada es el Manual de Periodismo, y siempre les aclaro que busquen el de Vicente Leñero y Carlos Marín, porque hay otra edición, sólo con Carlos Marín, pero entre una y otra hay un capítulo de diferencia que tiene que ver con la ética, algo que hoy en día suena raro en muchas redacciones en las que la publicidad dicta la pauta.

Pero, volviendo a las aulas, comentaré que además de capacitar a estudiantes para proyectos específicos, desde hace unos años también he impartido clases de diversas asignaturas relacionadas con la comunicación y las relaciones públicas, y hoy que escribo estas líneas caigo en la cuenta de que, aun cuando la clase no sea de periodismo, de manera recurrente utilizo ejemplos de entrevistas realizadas por Vicente Leñero.

Creo y defiendo la ética y el respeto con los que debemos entregarnos a nuestras actividades, cualesquiera que sean. Y lo menciono porque entre los distintos perfiles de alumnos con los que me ha tocado trabajar, mención especial merecen los de la licenciatura en Enfermería Obstetricia, jóvenes con una sensibilidad más acentuada, de quienes he escuchado las mejores expresiones y  análisis de las entrevistas de Leñero.  Ellos perciben la honorabilidad del autor, del periodista que les provoca respeto y admiración por el trato que otorgaba a su entrevistado, y lo preparado que se presentaba ante ellos. Solía llevar anotaciones y hasta algunas preguntas redactadas, una práctica casi extinta en estos tiempos, ante la creencia de que ya lo sabemos y no necesitamos más preparación.

He andado con Leñero de arriba para abajo, su Manual no faltaba en mis maletas en los años en los que solía cambiar de residencia entre Guanajuato y León, perdí la cuenta de cuántos libros presté y no volvieron. Tampoco recuerdo cuántos he obsequiado, pero no olvido que gracias a él salí adelante cuando debía hacer notas y no tenía la menor idea de lo que eso era.

Tampoco olvidaré que de Leñero aprendí el oficio al que más años he dedicado. No he abandonado sus lecciones, tan vigentes en estos momentos cuando los hechos que sacuden  nuestro país exigen de los periodistas un abordaje de la información más analítico, más comprometido y más ético. No importa la trinchera que se escoja, tenemos que contar verdades completas y, en eso hay mucho que aprenderle al gran Vicente Leñero.