viernes. 19.04.2024
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BITÁCORA DE UN PINTOR TRASHUMANTE

Germán y el café

Germán y el café

Es muy temprano. Una efervescencia creativa se activa bajo mi piel. Lo primero es poner la cafetera a funcionar, el olor penetrante a café activa mis sentidos. Durante un tiempo guardé, colecté todos los residuos del café de grano para usarlos en pinturas, mezclando la materia con resinas poderosas que le dieran cohesión. El café tiene un color denso, oscuro, y el olor está siempre presente, como recién preparado, incluso después de que está seco y aplicado en el soporte. En esos días trabajaba sobre madera, a veces caobilla, esa maderita delgada de unos 2 mm de espesor, muy ligera; le untaba sin más preparación y sin fondear la rica mezcla con una espátula, no de las pequeñas y costosas de tienda de arte, sino de las baratas, grandes y chingonas de tlapalería; y ahí se iba también el filtro de papel. Todo quedaba pegado en una composición orgánica y caótica. Usaba también madera de pino importado de Chile (supongo que aquí no hay bosques de pino) y en este caso agredía el formato, lo hendía con golpes de espátula, lo pateaba, rabiaba con él, le escupía incluso, entonces pintaba bebiendo mezcal y fumando fuerte. La costumbre me quedó después de pasar una temporada con Germán, un pintor andaluz completamente autodestructivo que despertaba carraspeando y temblando dramáticamente para encender el primer cigarrillo del día, entonces se iba desperezando y poco a poco entraba a su aire, se servía una copa de whisky o cognac (vendía bien) y aporreaba los pinceles con furia sobre lienzos o papeles de algodón siempre trabajados con pinceladas violentas rojas-negras y azules prusianos, expresionistas; cuando yo despertaba invariablemente él ya tenía sobre el escritorio, por el suelo, los sillones, por todos lados, acuarelas con figuras de cirqueros, putas, animales decapitados, insectos, delfines masturbándose… ¡era glorioso! Entonces ambos éramos muy jóvenes y podíamos comernos al mundo y descomerlo enseguida, organizar juergas interminables y gozar de todos los excesos que nos permitiera la imaginación fecunda y contundente que nos mantenía erectos en nuestro pedestal imaginario. No diré lo que sucedió después con Germán porque no es interesante y es más bien decepcionante y/o patético, solo que me heredó esos y otros vicios que he ido acumulando.