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CINE COLISEO

Momias del Tercer Mundo

Gerardo Mares

Momias del Tercer Mundo

El desaparecido Cine Coliseo fue construido sobre lo que fue una pequeña plaza de toros, según la afirmación de algunos cronistas de la ciudad. Lo que sí es una realidad irrefutable, de los cines piojitos de dimensiones colosales, fue el más chilapastroso que se haya edificado en el centro de la ciudad, en los linderos de la cuasi zona de tolerancia localizada en la parte chamagosa de la avenida Miguel Alemán. Amén de la plaga de chinches que lo dejaban a uno en calidad de garapiñado y por el chiste de que el boleto se pagaba en piedrólares –lo que habló de su pertenencia social-, gracias a su pantalla entré en contacto con el cine de luchadores y me di cuenta que el género iba más allá de Santo, Blue Demon o Mil Máscaras. En ese muégano de construcción, en una función de matinée dominical, vi por primera vez El Castillo de las Momias de Guanajuato.

Sin duda alguna, Las Momias de Guanajuato (1970. Federico Curiel) es el Santo Grial de las películas de luchadores enmascarados y la que terminó por entronizar en la cultura popular a su verdadero protagonista, Blue Demon. También es el punto de partida de una de las temáticas más socorridas, gracias al impacto que generó en los espectadores la aparición de estos antagonistas de estirpe fantástica. De la galería de villanos con origen de ultratumba, las momias se suben al podio con la considerable cantidad de producciones que se realizaron. A ojo de buen cubero, hablamos entre ocho o nueve filmes a los que habría que agregar la trilogía de la Momia Azteca, que se cuece aparte. Desde del aspecto numérico, sólo el vampiro se les opone y eso porque su caracterización no demanda demasiados recursos e imaginación: basta con imitar la iconografía de Drácula. Lo raro de la cuestión con las momias, no obstante la artesanía y pobreza en su elaboración, es su petulancia al convertirse en los enemigos más inquietantes y de veras problemáticos para las destrezas de los héroes, descritos en su mayoría con visibles elementos extraídos de la literatura titánica helénica.

Ante el imprevisto y apoteósico éxito de la película Las Momias de Guanajuato, la única que se rodó in situ, Don Tito Novaro, tal cual ave rapaz, al ver la veta que se abrió, se dio a la tarea de fusilamiento colectivo sin consideración alguna. El castillo de las momias de Guanajuato (1972) mostraba, como los inefables posters y lobby cards colocados en el hall del Cine Coliseo, los alcances de esta derivación: Tinieblas, Superzan y Blue Angel tienen que hacer frente a un ejército de espectros resucitados por Tanner, un sombrío demiurgo que busca recuperar la juventud perdida (y un tórax que le compite al del actor Tony Bravo) a través de la trasfusión, sangre enriquecida con una hormona que se obtiene con la ayuda de singulares mecanismos de tortura, en el paroxismo del dolor…

Si bien exigir inteligencia o lógica interna a estos subproductos fílmicos del tercer mundo es pedir peras al olmo, no menos sorprendente resulta la exposición de un esoterismo de quinta, más o menos influenciado por las excentricidades visuales de Alexandro Jodorovski que ya hacía de las suyas en el medio, además de un malinchismo a ultranza de pena ajena, ya que los personajes antagónicos y supuestamente ilustrados son de apellido sajón. Los demás que se chinguen…

Si bien suenan comprensibles las argumentaciones de un heredero de la familia Agrasánchez acerca de la decisión de buscar locaciones fuera del país, no puede negar la intención de lucrar con la mención de Guanajuato como si se tratara de un personaje central, cosa que no ocurre. Muy niño y todo, pero recuerdo claramente sentirme decepcionado por observar un poblacho irreconocible, sin belleza arquitectónica, la distinción y la mística de nuestra ciudad colonial; fraude que incluyó el escamoteo de la  majestuosidad del castillo captado apenas de reojo y perdido en la inmensidad de un bosque y, sobre todo, la carencia del acento gótico anunciado en los lobby cards y posters promocionales colocados en las marquesinas, quesque atmósferas enfermizas apenas y rozadas de chiripa. Los aspectos técnicos como el sonido y una musicalización monoaural de verdadero espanto, sólo sirven para confirmar la estatura de la película que lo inició todo.

Para honrar el juego limpio, no todo es desperdicio. Algunos elementos pasaron a la historia con cierto decoro e impidieron que el metraje se convirtiera en un espectáculo monótono y derivativo, como lo ejemplifica la secuencia de la misa negra y reanimación de las momias, con una lúgubre recreación atmosférica, dada la precariedad de recursos. También son dignos de mención, además del doblaje que saca la casta para reafirmar la personalidad de los estelares, los cuadros de tortura medieval, secuencias realmente difíciles de olvidar, detallando una violencia gráfica abigarrada, impregnadas de un sadismo no muy saludable, sobre todo para el mayoritario espectador infantil; secuencias rodadas en el interior de una bóveda con decenas de extras enrollados en túnicas blancas chorreando litros de sangre necesarios para el rejuvenecimiento del villano en cuestión. Destaca también la imponente presencia de un desaprovechado Tinieblas con su fastuosa vestimenta deportiva, diseño bastante adelantado para su tiempo, y finalmente la canción “Que calor en la ciudad” en la interpretación de Zulma Faiad, una vedette de origen argentino en evidente decadencia como su horrenda peluca rubia.

A pesar de una narrativa accidentada que hace que todo transcurra como si combatir seres del más allá fuera un asunto de todos los días, la visión de Tito Novaro posee un interesante viraje anticipatorio del posmodernismo, señal a la que el propio realizador y prácticamente a la totalidad de los espectadores, no prestaron demasiada atención: los ataques de las momias no se restringieron a su ámbito como criaturas noctámbulas, logrando aterrorizar y secuestrar en plena luz del día a los habitantes del fotogénico y mentiroso poblacho guanajuatense de Tlapa (¿?); los mismos superhéroes se enfrentan a puño limpio con el maremágnum de espantajos en el exterior e interior del castillo en un horario digamos de oficina, lo que termina por relacionar a estos entes, aunque sea en mínimo grado, con los zombis de genealogía contemporánea, los creados por George Andrew Romero, careciendo además de la considerable fuerza física y don de la ubicuidad de que gozaron por el contrario, los villanos malignos de Las momias de Guanajuato.

Quizá no tan mala, después de todo, si se aprecia bajo la óptica de un niño enajenado…

El Castillo de la momias de Guanajuato/ D: Tito Novaro/ G: Rogelio Agrasánchez, Laura Marchetti y Tito Novaro/ F en C: Antonio Ruiz/ E: Ignacio Chiu/ M: Bernardo Serrano/ Con: Superzan, Tinieblas, Blue Angel, Zulma Faiad, María Salomé y Tito Novaro/ P: Producciones Fílmicas Agrasánchez, S.A. y Tikal Internacional. México-Guatemala. 1973.