O terrario do Pai
Yara Ortega

[…] y que nuestro amor sea reflejo de Tu amor. Amén.
Con esto se cierra una jornada más en casa de los tíos. Y empieza una promesa para mí... tirarme a fondo, hasta el dolor infinito... experimentar. Ser un Observador Activo, como lo enseñé en Metodología de la Investigación, hace ya muchos años. Observador "participativo", como he aprendido a hacerlo bajo la tutela de ellos, y a más de las veces, amparo.
Ella recién operada. Él, ya bastante cansado, es el que me preocupa más. Cansado, tanto que ya no lo perturban los comentarios del protomédico ni mis zafias acotaciones sobre la caída de París, la eterna admiración por la hombría del Frente del Este o la discusión sobre la estética de la artillería pesada alemana versus la pragmática y aplastante eficacia rusa. Sólo le animó un poquito saber que el pentartillero de antaño le enviaba unas empanadas de la facultad, con las que sobrevive el día a día (a veces, para todo el día con apenas un nescafé). Otro chispazo, al saborear el añejo bouquet de un consomé "boullangerie" (o sea, de menudencias...), entreverado con empanada de piña.
El pasado 8 amanecimos sin asistencia. La azafata y la fisiatra, con emergencias domésticas.
Y mis medianos conocimientos en las artes de la marmita y de la sobada se vieron rebasados por el amor. El que esperaba mirar, analizar, estudiar... empezaba a fluir, en un arcoiris de cheesecake, pollo, sopa celta, café de grano... Lo que buscaba, lo que anhelaba, lo que pedía, lo que exigía... estaba dentro mío.
Me resultaba incomprensible, inadmisible. ¿Yo, la Yerma...? Imposible. Fustigada por casi todos los dolores, muchas penas, enfermedades sin cuenta, traiciones recientes, pérdidas añejas. ¿Sentir así? Si desde que recuerdo está en mí la memoria de la sin-salud como cotidianeidad, la alternancia de tratamiento múltiple, el cansancio epistolar que devino en soledad. Los trasuntos de pócimas, pomadas, lociones, cremas y mezclas de ingredientes de todos y cada uno de los reinos (mineral, vegetal y hasta animal... no se me olvida el hígado de zorrillo para una bronquitis emperrada). Aromas de cocimientos, extractos, decocciones, reducciones... se fueron diluyendo hasta percibir el aroma de mi casa de León.
Un instante de aquel aroma conocido, nunca familiar... lluvia, aire, polvo, smog, lavanda, orquídea y patchoulí, canela y clavo; el atardecer naranja-violeta del sol en las jacarandas antes del primer relámpago.
Aquellos pies como de Nazareno, llenos de las rasposidades que ni el dinero ni la buena voluntad pueden llevarse. Igual que los míos, han andado por diversos infiernos igual que caminado altos cielos. Ahora inmóviles, lastimeramente inútiles y más dolorosos que la realidad. Antes corrieron a donde mis lágrimas brotaban. En mis manos, ahora, fueron como palomas moribundas en el invierno que mayo trae a las madres abandonadas.
A 35°C a la sombra de la media noche. A los 40 de sensación térmica cenital. Humedad del 60%. Los milibares crecían. Y sus pies, juanetudos y de uñas largas, se deformaban sin tocar el piso. Envueltos en los calcetines del marido que dormita después de cada alimento, antes de ir al baño, en la silla o el sillón, en su cama o el sofá; porque no hay visitas (hasta los recuerdos les rehuyen).
La formación agonística[1] del gladiador se derrumba. No pude ayudar con la rehabilitación de la tarde. Un dolor verde me punzaba en el costado. El amargo reverberaba en la boca al fingir como anfitriona del alumno-compadre-celestino. Se convirtió en cólico al despedir a la nieta abodiabla que cumplió con su visita y finiquitó el asunto con más furia que el granizo que azotaba su trenza. Y diluyéndose en un suspiro aliviado a las 8 de la mañana luminosa en que oí: "Mayra, te extrañé ayer".
Yo opino que todos deberíamos tener la obligación de extrañar a alguien. La generosidad de hacernos extrañar.
Y podríamos, con un poco de bondad, tener el gesto amable de dar, como el Maestro, un lavado de pies al prójimo y acariciarle el corazón escuchando (otra vez) sus recuerdos. Y en vez de dilapidar una hora diaria en el gym, otra en religiosidades, otra con los amigos de la misma edad y profesión, muchas horas juntando el dinero que no comprará ni la salud ni la paz en la vejez, pero sí la envidia de nuestra generación escolar, aquí y ahora. Aunque mañana haya necesidad de abandonar la residencia de nuestros sueños, sin apenas haberla estrenado, para salir a buscar nuevos horizontes y una casa mercenaria. Porque el lugar del hogar es aquí, donde se te quiere. Ahora, cuando eres necesario; antes de convertirte en imprescindible. Antes de tener el dinero y el poder, para que otro tome tu lugar.
Gracias por desgarrarnos en esta despedida, porque entre llanto reconocemos que puede ser la última.
Y sí, besé tus manos y tus pies.
[1] "Agonística", la "educación" que junto con el entrenamiento recibían "quienes van a morir"; siendo que ya habían sobrevivido al primer enfrentamiento y por su desempeño en la lid, eran designados como "aptos" para continuar, contando ya con el "padrinazgo" de algún noble o liberto, quienes pagaban un "preceptor" para que les enseñara la manera de salir otra vez a la arena, pero ahora ya con una actitud de claro desprecio a su destino "natural": la muerte, vencidos por otro mejor. Aceptar su inferioridad física o técnica frente a otro más apto; o superar su pasajero triunfo, que duraría hasta el siguiente enfrentamiento; achacando el éxito a la intervención de los dioses o del "fato" o destino, sin envanecerse por ello. En el verdadero sentido de que "nada es para siempre" y hay qué disfrutarlo mientras dure.