viernes. 19.04.2024
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CINE COLISEO

Sobre el cine de barrio y otros asuntos afines

Gerardo Mares

Sobre el cine de barrio y otros asuntos afines

El concepto “cine de barrio”, aunque etéreo e impreciso en la cultura de la ciudad, encontró eco en varios suburbios de modesto desarrollo económico. Por un lado, la exhibición cinematográfica formal estuvo en manos de familias leonesas de abolengo, empresarios de crédito reconocible que vieron en la construcción de las salas de cine en el centro histórico, una manera de proveer lo que es la segunda manifestación de entretenimiento masivo, sólo por debajo del futbol, fenómeno que se mantiene con sus características en nuestros días.

La primera forma del cine de barrio a la que tuve acceso se dio en la Colonia Industrial, dónde un vecino que contaba con los recursos suficientes, adquirió un proyector para organizar en plena calle, ya con la oscuridad de la noche como cómplice, funciones gratuitas para deleite de la chiquillada que asistía, sin saber, a un evento fortuito de fomento a la cultura cinematográfica.

Al paso de los años, el cine de barrio optó por la presencia discreta, casi clandestina, para eludir impuestos y obligaciones fiscales, a la manera de lo que hoy se conceptualiza como una MiPyME (acrónimo de micro, pequeña y mediana empresa). En la colonia donde viví gran parte de mi infancia, el cine de barrio formalizó su estatus en un foro de dimensiones considerables dentro de la escuela Jol Gua Ber, ubicada en la calle Guatemala, espacio de mínima repercusión social debido a la escasa difusión e improvisación de su cartelera, a su irregular actividad lastrada por periodos de ausencia considerable y a las inclementes condiciones del interior que generaban un calor infernal. Sólo bastaba que un infeliz se reventara una pestilente flatulencia para convertir la función en un aquelarre de imprecaciones, guerra de comida y duelo de albures. Es probable que tan refinada clientela haya dado al traste con la vocación cinéfila de la institución educativa, y las insalubres pero jocosas costumbres se trasladaron hacia el Cine Reforma, que compartió con el monumental Cine Coliseo, parte de la militancia de la clase de barriada que tanto se extraña en las funciones de matinée, ya que muchas veces fue más divertido el despiporre entre butacas que las películas en sí.  

Dentro de la rica y críptica tradición oral, se comenta a sotto voce que existió una pequeña sala de cine en la Colonia España, a un costado de la escuela primaria Hermanos Aldama y en un recoveco intransitable, a lado de la antigua salida a Lagos de Moreno, espacio del que se desconoce el nombre oficial, si es que lo tuvo. De la primaria donde estudié tuve contacto con esta información, avalada de alguna manera por mis hermanos mayores, que llegaron a asistir con igual ánimo de echar desmadre, en una construcción que después de años de abandono sirvió para la instalación de una fábrica de calzado.

Varios rumores en circulación referían que ocasionalmente se proyectaban películas por el rumbo del Barrio Arriba, más concretamente en el templo del Calvario, así como en el teatro Fray Pedro de Gante perteneciente al templo de San Francisco de Asís, en el barrio del Coecillo. De ser así, su impacto fue intrascendente y es posible que las funciones hayan sido esporádicas y con fines de obtención de recursos inmediatos, para el sostenimiento de las labores sociales de ambos templos. Otra manifestación de la informalidad de estos espacios se estableció en la parte trasera de la parroquia del Sagrario, acondicionando un salón donde la Asociación Católica de la Juventud Mexicana llevó a cabo proyecciones no necesariamente de corte religioso, funciones a las que concurrió la señora Asunción Sánchez Montes (Chon Chon) como testigo de fe. Donde sí hubo cierto componente doctrinario fue en un espacio administrado por un grupo pastoral evangelista extranjero, que lleno de buenas intenciones y aprovechando la fama de Erik Estrada en su momento cumbre por la participación en la serie gringa Chips, fue habilitado el segundo piso de un edificio del boulevard López Mateos en los alrededores de la ETI, para llevar a cabo la proyección tardía y reciclada de La Cruz y la Navaja (The Cross and The Swichtblade. Don Murray. 1970), telefilm independiente de fines redentores que trata el tema del pandillerismo, la drogadicción y sus consecuencias en un gueto, en algo así como Nacidos para perder (Tom Laughlin. 1967) en una onda evangélica, donde no sale muy bien parada la comunidad latina. Al menos esta inusual labor apostólica no tenía fines de lucro.  

Los grandes escenarios de antaño –a diferencia de los sofisticados gallineros actuales- fueron construidos en el centro de la ciudad cuando el punto neurálgico de la economía, la política y la religión confluían en ese punto. Así, el espectador potencial atendía la obligación de asistir a la misa dominical y después participar del pecaminoso espectáculo cinematográfico –o viceversa- con una cartelera más rica, variada y en algunos casos, hasta arriesgada, como lo ejemplifica The Devils (1971) de Ken Russell, ofrecida con desparpajo por el Cine León, que hasta se dio el lujo de ser foro para un concierto del inefable grupo coral venezolano Los Chamos. Este cine estaba situado donde ahora hay un Coppel, frente al teatro María Greever. Los cines Reforma y Américas fueron construidos uno al lado del otro, el segundo más grande y orientado para la producción fílmica extranjera –pero el mítico piojito tuvo el honor de exhibir Canoa de Felipe Cazals y gran parte del cine comercial mexicano-, ambos situados en la esquina de Reforma y Pino Suárez. El Cine Hernán, cerca del hotel Fénix en la calle Pino Suárez, se transformó en el Cinema Plaza, recordado por sus exitosos festivales de cine de terror, de gran repercusión y éxito de taquilla. Y por la calle 5 de Mayo el Cine Vera, convirtiéndose al paso de los años en el cine subterráneo Galerías y en una inesperada resurrección, el Multiplex Cinemas Galerías, con sus minúsculas salas Beta, Gama, Delta y Omega, todos en el recuerdo.

Por cuestiones de pertenencia social, los cines de la época que se pueden considerar populares, barriobajeros o “piojitos” en el sentido peyorativo del término, y orgullosamente descendientes del cine de barrio, serían tanto el Cine Coliseo, construido atrás del mercado Comonfort, aprovechando a su favor la estructura de una plaza de toros y ya desaparecido como la extensión del Cinemas Galerías en su última época, y el Cine Isabel, a un costado de la arena de lucha libre del mismo nombre, edificado en el barrio de Santiago, y actualmente convertido en un estacionamiento. Éstos fueron cines de dimensiones considerables, que los obreros de la industria del calzado aprovecharon para faltar a sus labores e instalar una costumbre semanal para echar la hueva, bautizada con sorna y malicia como “San Lunes”.

En una dinámica inusual, ajena al puro mercantilismo, destacaron otras empresas por la atípica oferta que los hizo identificables a lo largo de los años: en primer término, la Sala de Arte Buñuel, propiedad del productor Gustavo Alatriste, edificado por el rumbo de la calzada, y el Cine Colonial,  dentro de un pequeño centro comercial por la calle 5 de Mayo, proyecto que antecedió la transformación actual y cuya apuesta por la realización de autor los volvieron entrañables para una pequeña cantidad de espectadores que buscaban alternativas inteligentes. La exhibición de películas como Pelle el conquistador (Bille August), El festín de Babette (Gabriel Axel), Matador (Pedro Almodovar), Jesús de Montreal (Denys Arcand) da cuenta de su vocación. De mayor longevidad fue el foro del señor Alatriste, por su posterior orientación pornográfica hard core; sin duda el cierre de estos espacios significó un duro golpe para el desarrollo de la cultura cinematográfica en la ciudad, que no requería de directrices culturales públicas. Sin embargo, la cinefilia se encontraba en una etapa embrionaria, irónicamente, con una orientación inteligente por parte de los programadores, que sabían los gajes del oficio al elaborar el programa doble. No está de más recordar que el Buñuel también fue el promotor de las exitosas funciones de media noche, con las películas de Sylvia Kristel como estandarte y, en los inicios de su decadencia, del espectáculo burlesque. La “sala de arte” también tuvo hitos como la proyección de Calígula de Tinto Brass, el filme musical de AC/DC: Let There Be Rock; Halloween (John Carpenter) y Phantasm (Don Coscarelli), de notable permanencia en pantalla.    

La Sala Madrid, por el contrario, tuvo una excelente aceptación de parte de espectadores en busca de un palacio del morbo, sin llegar a los extremos del porno. Por su pantalla varias generaciones pudieron acceder a las comedias eróticas italianas, donde dominaron bellezas del talante de Edwige Fenech, Stefania Sandrelli y la recientemente desaparecida Laura Antonelli. Su único inconveniente, la desafortunada ubicación en la calle 5 de Febrero, justo en la desembocadura de la calle Independencia. No contaba con estacionamiento, para mayor problema. No obstante que también apostó por el cine de naturaleza sicalíptica en la época de su agonía (Hermana Súper Húmeda consignada en la marquesina a modo de epitafio) mantuvo una dignidad de la que carece el Cine Fantasía XXX, hoyo infecto y degradado que sustituyó al cine Buñuel, ya muy lejos de su esencia. Para redondear el panorama del circuito porno, existen unos impresentables Cinema León, videosalas enfocadas en el entretenimiento de tono grueso, que permanecen en funciones en las cercanías del centro comercial Coliseo, en la calle Ignacio Comonfort. 

Sin duda, los cines dedicados a la proyección de material fílmico de calidad encuentran diversos obstáculos para su sostenimiento. El más grave es la indiferencia de un público convertido en un gorrón institucionalizado por los programas de sensibilización ejecutados por el Instituto Cultural de León, por la piratería rampante y por la oferta al alcance de la mano en Internet, cuyos efectos fueron devastadores para un esperanzador proyecto independiente llamado Vitascope, videosala que replicó el esquema creado por la escuela de cine de Daniel Varela, espacio de notable repercusión en la ciudad de Guadalajara. Inaugurado con bombo y platillo y grandes expectativas por su atractiva ubicación (Alud y Niebla, en la colonia Jardines del Moral), aunque ofrecía una programación ecléctica y un taller de apreciación cinematográfica, los resultados se reflejaron en una asistencia mínima a pesar del bajo costo del ticket. A Vitascope no asistieron ni los familiares de la promotora cultural, tronando gachamente a pocos meses de su puesta en funcionamiento.

Aun las grandes empresas se ven inmersas en problemas e imponderables no previstos u obviados. Cinemas Independencia, copiando el esquema de los Cinemas Gemelos y pertenecientes en su etapa final al circuito Montes, de funcional estructura y una cartelera mayoritariamente compuesta de re-estrenos y la película de relleno en un programa doble, generalmente interesante (dos conceptos en la práctica desaparecidos y que con descaro exhibían tanto Tiburón como Poltergeits por el mismo boleto), el mayor culpable de la defunción de las salas fue el progresivo vandalismo. Dos pantallas erigidas en la calle Independencia del barrio de San Miguel, sin duda una zona de alto riesgo para un proyecto de esta índole, materializaron la inversión de una compañía que apostó por crear un cine al alcance de estratos sociales modestos, con instalaciones en principio impecables y de dimensiones parecidas a las actuales, y fueron llevadas al traste por gentuza insensible.  

Al complicarse el acceso al punto neurálgico de la ciudad y envejecer las edificaciones a pasos acelerados, los nuevos cines se fueron alejando en la búsqueda de opciones más adecuadas para la comodidad de los consumidores de altos ingresos. El Cinema Estrella Dimensión 70 mm y un poco más tarde los Cinemas Gemelos (padre y tutor de Cinépolis), hoy convertidos en las salas de bajo costo Xtreme Cinemas pertenecientes a la poderosa cadena michoacana –sometidos en estos días a su cuarta cirugía reconstructiva extrema-, resultaron no ser tan accesibles para las clases que se movían en el transporte público. Al menos el Cine Insurgentes contó a su favor con una localización funcional y un estacionamiento informal, agandallado a la tienda Fábricas de Francia y a la Comercial Mexicana.

Las cosas ya no volverían a ser iguales a raíz de la inauguración de las dos salas de Organización Ramírez (Cinépolis again), construidas en el hoy casi extinto centro comercial Plaza Hidalgo, un enfoque industrial que prevalece, domina y se expande, donde se percibe que este asunto del comercialismo se ha reducido a una simple e impersonal imagen corporativa, donde la identidad y sentido de pertenencia de un cine en específico, es un asunto pasado de moda y bien enterrada en la memoria colectiva.

La esperanza de un rescate de la otrora Sala de Arte Buñuel, como símbolo de resistencia y para recuperar la esencia perdida de las salas de antaño, se desvaneció completamente. A través de una serie de señales ominosas que manifestaban un extraño aliento de secretismo por parte del personal de la constructora, al final resultaron ser reveladoras. Con la decorativa apariencia de un cine de la vieja escuela en la fachada, un antro destierra para siempre al cuestionado Cine Fantasía XXX. En los hechos, oficialmente ya podemos hablar de la extinción de cualquier manifestación del arte y mercado fílmico en lo que fue su medio natural. Al paso de los años, y tanto en administraciones panistas como la actual priista, la zona centro de León se ha convertido en un espacio para la francachela y el bullicio. Nomás baste ir un sábado por la noche para comprobar in situ esta triste situación.