martes. 24.06.2025
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Escritura y feminismo

Brenda Ríos

Escritura y feminismo

No me considero feminista pero sí acepto que mis temas de estudio son mujeres, escritoras latinoamericanas difuntas (q.e.p.d), una pregunta muy común es por qué. Antes decía que era porque son buenos escritores, sin género; con Clarice Lispector tengo la experiencia de proximidad, de atracción y negación, claro sus personajes son mujeres más que hombres y pueden ser cualesquiera que se refieran a sí mismos como un sujeto; con Clarice empecé una cuestión que no sabía bien a bien por dónde iba...

Se habla tanto de la literatura hecha por hombres o de los cánones femeninos dados por hombres que describen mujeres y que se convierten en estereotipos, que una vez respondí que por una cuestión de justicia aún si fuera minúscula. Pero no creo cabalmente en eso, lo de “rescatar” escrituras abandonadas por la justificación de su género. Con Clarice sigo pensando que sus cuestiones filosóficas y del devenir existencial responden a una problemática más acuciosa: la comunicación. Mientras con Arredondo voy teniendo otro encuentro, el goce de la culpa en la otredad. Arredondo es terrible, exime de responsabilidad a sus personajes femeninos. Quizá como una respuesta a una sociedad mexicana de medio siglo imbuida de valores morales absolutistas, quizá como una burla, quizá sólo es un juego de perversión. Mientras los hombres de esa misma generación situaban a la mujer en una categoría de búsqueda erótica, de la mujer que espera y ansía la conquista amorosa, Arredondo las pone a mitad de la calle quemando los ojos de los otros de deseo, mujeres conscientes de un cuerpo y un deseo tangible.

En Castellanos, por ejemplo, la escritura se convierte en un género violentado y humillado. Hay escritoras que escriben de mujeres y hombres creando espléndidos retratos de las problemáticas de su tiempo, uno deja de pensar en “estoy leyendo a una mujer”, pero hay escritoras que toman la escritura como reivindicación, saben del poder de la creación y lo usan, pero queda una escritura que reproduce esquemas. Hablar del mundo es una tarea de apreciación estética y de técnica, supongo, pero que con- vierta en lecturas de un solo lado no es sólo terrible sino injusto. Hay muchos ensayos sobre Arredondo hechos por hombres que la consideran feminista y a la vez una “reivindicadora” del deseo femenino.

Me gustan tanto escritores hombres como mujeres, pero éstas se han incorporado hace tan poco tiempo a una industria que también responde a cuestiones de mercado. No hay metáforas geniales sobre la fraternidad femenina como lo hay de la masculina, o novelas como la de Sándor Márai, Embers, que habla de la amistad entre hombres como un lazo indisoluble, de lealtad y de compañía. La comparación es absurda pero si lo pensamos bien no hay equivalentes literarios a la solidaridad entre mujeres, parece que el estereotipo de que las mujeres suelen destrozarse entre sí es más fuerte. Las grandes obras hechas por mujeres narran de vidas descubiertas, de nexos con ellas mismas. Pienso en La mujer rota de Beauvoir o Una habitación propia de la Woolf.

Vida nacional

¿Qué será en nuestros tiempos amar la patria? Estamos tan cercanos de la idea de una patria comercial que es fácil confundirse. La suave patria del poeta queda atrás y ahora nos posee una patria grosera, ruda, hecha de hora pico y de malestar estomacal. A las seis de la mañana la patria ya está ocupando sus lugares en el transporte público; las mujeres recién bañadas antes que se inicie la separación por género en el metro; ya como a las siete se inicia el ajetreo. Hordas a las dos y tres de la tarde por las vías centrales de la ciudad, y a las seis de la tarde la patria ya no huele a perfume, ya trae en sí el olor de la oficina, de la grasa de la fonda, de los desaguisados del día. Los viernes están a punto de ser declarados en alerta roja: la ciudad se desquicia: los hamsters quieren salir a donde sea, pero salir al fin; todo el día la ciudad es un grito, un homenaje a la barbarie.

La patria confunde la libertad con la ocupación en los restaurantes y bares pero la idea de libertad se presta para estas confusiones: casa, oficina, bar, casa, oficina: fin del ciclo.

Desde la acera se ve esta patria abrumadora: un auto por persona.

Estar solos

La soledad es necesaria. Para que el ser se revele, como en las sesiones espiritistas, es importante hacer espacio y silencio. Huyendo de ella es cuando la encontramos en su peor forma. Creemos, porque se educa socialmente a ello, que hay que evitarla, darle la vuelta, llenar cada minuto del día con ruido, con actividades y con personas para no darle tiempo a que provoque, a que se quede definitiva como un mal huésped. Por eso buscamos a los seres que parecen felices, que parecen estar bien en nuestra idea de bienestar. Creemos que podemos ser equivalentes, que la algarabía es de contagio, que uno puede ser de tantas otras maneras que nos olvidamos de nosotros.

Sé de una mujer que toda su vida adulta ha estado acompañada, múltiples parejas amorosas sustituyen a los familiares. ¿Qué significa estar solo? Las mujeres mayores (más que los hombres) que por divorcios, viudez o decisión propia viven solas son miradas en gran medida con pena y conmiseración, nunca se les admira. Decimos al que padece te entiendo cuando somos incapaces de estar en casa sin ruido que llene los huecos de las horas.

De Empacados al vacío, Calygramma, 2013.

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Brenda Ríos (Acapulco, Guerrero, 1975). Escritora. Editora (escribe ajeno, por docena) en el área de Publicaciones de Rectoría General en la UAM. Sobrevive la ciudad de México desde 1998. Este año cumple 40, no le pregunten cómo está. Dice que escribió (y por eso ofrece disculpas sentidísimas) Empacados al vacío, ensayos sobre nada, Calygramma, 2013; Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco, IVEC, Xalapa, 2012; El vuelo de Francisca, Pehuén, Chile, 2011; Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en la narrativa de Clarice Lispector, Tierra Adentro-f,l,m., 2005.