martes. 24.06.2025
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LA DESGRACIA AJENA

Ruta Cañada

Dante Alejandro Velázquez

Néstor no quería despedirse pero ya era tarde para llegar hasta la Cañada, así que se levantó y dijo “me voy, pues necesito alcanzar el último camión”. Se fumó el delicado y salió del bar, despidiéndose de todos con su chiflido tradicional.

A dos cuadras de ahí alcanzó el último de la ruta, cuando ya la ciudad empezaba a bostezar. Subió, pagó y fue a sentarse a medio cuerpo del camión. El único lugar ocupado, además del suyo, era un asiento del fondo en el que dormitaba un hombre de mediana edad, hundido en una sucia boina.

El chofer partió con fiereza, arrancando gruñidos y traqueteos al pobre camión, cansado de la jornada, mientras se internaba en las intrincadas calles y baches de una ciudad que rompía en los cristales su color nocturno y el raudo paso de otros vehículos. Afortunadamente, ya nadie hizo la parada y el viaje era pleno.

Repentinamente, en Loma Bonita, el camión giró hacia una calle discreta, saliendo del trayecto cotidiano. Néstor apenas iba a preguntar si había cambiado la ruta, cuando el chofer se detuvo bajo un laurel, frente a una barda larga, bañada en penumbra, en la que sólo los grillos imperaban. Apagó el motor y se levantó hacia él empuñando un bastón de hierro. Néstor, perturbado, miró hacia atrás. El hombre de la boina venía también por el pasillo, mirándolo con los ojos encendidos.

Era, efectivamente, su último camión.

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