martes. 24.06.2025
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DUERMO SOLA

No mires hacia afuera

Giselle Ruiz

No mires hacia afuera

Me dirijo a todos los que leen esta columna y alguna vez han leído alguno de mis poemas, intento de novela o apuntes en servilleta, de la manera más sincera que puedo hacerlo:

Hay quienes me han dicho que no escriba de mi vida, que en este espacio no haga referencia a lo que me sucede aún si son situaciones comunes para la mayoría. Temo decir que me es imposible escribir sobre algo que no haya vivido, deseado, imaginado o sentido en algún momento.

Lo que quiero decirles es más grande que yo y sé que no soy la única que lo vive.

¿En qué momento hemos dejado de hacer lo que amamos de forma pura para convertirlo en algo que agrade a la sociedad?

 Llevo días pensando que sufro de bloqueo al escribir, he sentido frustración y ganas de llorar cada que leo algo maravilloso y me doy cuenta que a mí no me sale ni una palabra.

Justo ahora caigo en la cuenta de que no tengo bloqueo, tengo la necesidad de agradar con mis letras y de que se me critique de buena manera. Me siento estúpida al decirlo, pero es verdad.

He prostituido mis ideas y mi amor por las palabras al grado de no poder plasmarlas, he permitido que la crítica, el hambre de publicar y mi ego manejen mi amor y lo disminuyan a comentarios vacíos.

¿Cuántos de nosotros hemos hecho esto? ¿Cuántos se sienten orgullosos de no haber caído ni una vez en las garras del ego? ¿Cuántos hemos permanecido en silencio dejando que lo que amamos sea suficiente para ser felices?

Yo no lo he hecho últimamente y pido una disculpa por eso.

Rainer María Rilke me ha dado una lección importante que quisiera compartir con ustedes.

En 1903, Rilke respondió una carta de un joven poeta que le había mandado sus trabajos para ser revisados. Sus palabras son un golpe vigente para todas las generaciones:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Sí debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.

¿En qué momento dejaremos que nuestra pasión logre ser libre dentro de cada uno de nosotros? ¿Cuándo entenderemos que no le debemos la grandeza de nuestros días a lo que está afuera?

No salgas a la calle en busca de reconocimiento, no busques afuera lo que adentro debería ser un universo en expansión. No culpes a la sociedad o a la naturaleza de no ser suficientes para tu momento de creación. No importa nada, sé el mejor barrendero, sé el mejor médico, sé el mejor cantante de regadera, no hay pasión pequeña. Choca con tus miedos, date permiso de ser pésimo y mejorar para ti mismo.

Deja de pedir opiniones y entrégate a lo que tu pasión pide.

No cometas mi error, no mires hacia afuera.

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