Es lo Cotidiano

EL DISCURSO URBANO EN LA MÚSICA

Y si no entiendes nada de esta canción…

Eduardo D. Aguiñaga

Y si no entiendes nada de esta canción…

 

Baudelaire quiere obras de arte que nazcan en medio del tráfico,
que surjan de su energía anárquica, del incesante peligro y terror de estar allí,
del precario orgullo y júbilo del hombre que ha sobrevivido hasta entonces.

-Marshall Berman

Todos los días escuchamos música. Desde la que nosotros elegimos gustosamente en la mañana, o en la tardecita, ahora en la nochecita, para alegrarnos el día, hasta la que nos es ajena, la basura de la televisión, etcétera. ‘Pero qué hay detrás de todas esas letras y ritmos? ¿Cómo se construyen estos discursos? ¿Qué funciones tienen?

Existen, sí, distintos tipos de músicas. Ya no hablemos de estilos sino de pertenencia. Están por ejemplo las músicas de alta cultura de occidente, las del folklore, las vernáculas, las masivas... Existen también las propiamente urbanas, no sólo por una concatenación transterritorial y extratemporal de todas las anteriores –donde se da, dice Francisco Cruces, un préstamo e hibridación entre estas disparidades, conduciendo a una heterogeneidad y diversidad sociocultural–; también las que están elaboradas bajo influencia de un contexto urbano e integradas a un discurso citadino preexistente y que, sin embargo, se reinventa en cada composición.

Así que, de entrada, la construcción de discursos en la música urbana está determinada por los contextos socioespacial e ideológico. Respecto a lo primero, es Ricardo Tena quien habla de ese efecto que la ciudad –con sus propias características–, como ser viviente y persuasivo, tiene sobre sus habitantes, permitiéndoles hacer/ser o no, urbanizándolos (a ellos) socioculturalmente, modernizándolos e incluso posmodernizándolos. De lo segundo, ya nos ha aconsejado Kiko Amat –con esa frase de Samuel Beckett: “No existe nada más, seamos lúcidos por una vez, que lo que me pasa a mí”– que la ficción pura no existe. Que no hay más que “plasmar con honestidad sus vivencias... Hablen de ustedes. Hablen de sus amigos. Incrusten sus anécdotas adolescentes. Cámbienles el nombre a sus conocidos… Derritan su vida… es el terreno que conocen a fondo de veras”. Algo tiene qué ver esto con la intertextualidad de Marc Angenot, cuando se “extrae” y “transforma” un “discurso que se sostiene sobre algo previamente discursivo” (Michel Pêcheux) y que se halla flotando entre la polución, el concreto y la cotidianeidad de las urbes. La música también es narrativa, crónica, en fin… por qué no escribir de ese ente viviente al que metafóricamente Guillermo Fadanelli nombra La Iguana: la metrópoli.

Charles Baudelaire lo hacía, describía los acontecimientos en sus arterias haussmannianas. La ciudad es el espacio público por excelencia –asegura Jordi Borja-, la ciudad es la calle, la calle es la gente caminando en ella. Esa movilidad nos sumerge en experiencias y actividades que nos modelan como ciudadanos. Debemos luchar por el derecho a esa ciudad (Henri Lefebvre), cada vez más privatizada, pues su ausencia nos generaría el “sentimiento de una soledad insoportable” y de una “incompletud dolorosa”. Ella es también nuestro alter ego, una “extensión” –sostiene Edgar Morin- y “doble” del habitante.

Ignorarla es no luchar por ese derecho. No es que sea reprochable hablar de la guerra en Afganistán o de la nariz de Charlie Brown, pero “¿Para qué ambientar” canciones en otros lugares?, “¿Qué tiene de malo su barrio… o bar?” –nos cuestiona Amat. Al final, no se trata de “malos poetas”, como les califica Marshall Berman, por intentar con la ficción pura al mantenerse al margen de sus calles y “no hacerse más parecidos a los hombres corrientes”, porque los rasgos de urbanidad están presentes de alguna manera en estos discursos (a menos que los autores sean prisioneros en sus hogares y les importe un cacahuate el exterior). Es una narrativa con marcas de oralidad (Julieta Haidar), las letras muestran una espontaneidad donde el uso de la retórica hace que, muchas veces, nos encontremos con lo que “el autor no podía querer decir” (Umberto Eco) Y –cantan Los Negativos– si no entiendes nada de esta canción, quizá algún día llegues a comprender.

Entonces, además del problema de la interpretación personal que el ciudadano tiene de las metáforas y metonimias (y otras figuras) que emplea el autor que habla sin hablar de la ciudad, está el peligro de desconocer el contexto del que se está hablando cuando sí se habla explícitamente de ella (o de sus lugares), y no entender ni un carajo. Me sirvo de un ejemplo de los mismos Negativos, “Bagdad”:

Busqué otro local
Creo recordar que una luz de neón decía “Bagdad”
Cuando la orquesta paró
Me rodeó entre sus brazos
Y me dijo: “¡Hey! ven acércate, yo te haré olvidar”…

Ese otro local no remite a uno en la capital iraquí, sino a “La Sala Bagdad” con sus shows de porno en vivo, ubicada en la calle Nou de la Rambla, en la misma Barcelona (su ciudad de origen). Es decir, un espacio urbano claramente reconocible (para los autores) de la vida real.

Estos discursos funcionan como “reinvenciones representacionales” (Natalia Milanesio) del espacio físico, de lo material y real. Son imaginarios, como “invención” y “producción”, construidos por la “percepción” y “cognición” de imágenes urbanas –de productos (arquitecturas, calles, mobiliario) y prácticas (vida cotidiana) culturales- que, al ser representaciones paramétricas del mundo real, tienen que “extraer simplificadamente la información, pasarla a los filtros culturales, organizarla y estructurarla de acuerdo a... su cultura y... memoria… formando ‘su visión’ de la ciudad” (J. A. García Ayala). Como con Prietto Viaja Al Cosmos Con Mariano:

Noche de sábado en Capital,
Fui a enterrar lo que seré
Caminando por Corrientes,
Los tontos se mordían los dientes
Yo, en soledad, fui a buscar dolor,
Sólo encontré a la felicidad de ser tan necio
De no estar sobrio, de olvidar a recordar
Si me había olvidado a no extrañar…

Lo que es la crónica de fare le ore piccole en Avenida Corrientes, en Buenos Aires. La descripción “oscura, imperfecta, sugerente” (Idem.) de este eje -como elemento espacial y realidad ausente- de la vida nocturna, de bares, en Argentina.

Están también los discursos que se constituyen de opiniones de primera vista, de viajeros, extranjeros –como el francés Manu Chao en “Welcome to Tijuana”: tequila, sexo, mariguana, y que más que tratarse del relato de un paraíso cuasi anárquico (en Av. Revolución; para machos, hippies y alcohólicos), es una crítica irónica a la cruda realidad de esta ciudad fronteriza–, así como, por otra parte, aquellos que se componen por lo que les cuenta otro imaginario –literatura, música, las noticias o la memoria del padre, la madre o el abuelo, etcétera.

Para lo primero me sirvo de un tema de Seguimos Perdiendo:

[…] Santa Fe, barrios y avenidas, yo no sé por qué
No me vuelvo a parar por Galerías Santa Fe.
Se ven muchos blancos por Santa Fe, no hay amigos
Todos están vestidos para ir a una fiesta,
y yo que soy un vago los perras ni me miran.
No, no sé por qué, me vuelvo a mi patria…

Sería equívoco relacionarle con ese ex territorio panchito –Santa Fe: hoy el más grande centro urbano financiero y de corporativos en México– en el Distrito Federal. El uso del lenguaje: muchos blancos, los perras y sobre todo me vuelvo a mi patria, nos remite a que los autores hablan de otro lugar (seguramente en Argentina), que no es ni su barrio ni su país. Lo segundo se puede abordar con “Cuarentón” del californiano Pep Torres:

Tengo una carcachita que acabo de arreglar
Ss del 49 y funciona a todo dar
Y así voy conduciendo por mi linda capital
En mi carro que era nuevo ya muchos años atrás.

Me voy por Insurgentes con el tráfico atrás
Por favor no me la mientes que te puedo escuchar
Chamacas se suspiran cuando ven su gavilán
En mi carro que era nuevo en los tiempos de Tin Tan.

El asiento trasero hasta parece un sillón
Pa’ cuando Tongolele le pida un aventón
Muchachas se desmayan cuando ven su gavilán
En mi carro que era nuevo en los tiempos de Tin Tan.

Me voy pa’ Xochimilco y también Chapultepec
A la plancha del Zócalo doy vueltas vez y vez
Yo me creo Pedro Infante pues ya no faltaba más
En mi carro cuarentón yo me siento muy galán…

Este discurso es trabajado a partir de la posición de no habitante y, más bien, por ser un músico de ascendencia mexicana, está cimentado por relatos familiares, tal vez, de “cómo era aquello”, y algunos esporádicos viajes. Menciona personajes anacrónicos (incluida la carcachita) de mitad del siglo XX: Tin Tan, Tongolele, Pedro Infante, muy a la manera de “El Cocodrilo” de Maldita Vecindad. Pero además juega con una serie de trayectos, recorriendo Avenida de los Insurgentes, ligados por nodos urbanos como Xochimilco, Chapultepec o el Zócalo de la linda capital mexicana.

De modo axiomático, sobre la ciudad de León (Guanajuato), hay pocos discursos urbanos más allá del célebre “La vida no vale nada” del borracho de José Alfredo. Los Standards tenían un tema instrumental llamado “Los Pozos del Fraile” (2005), título enfatizado en este geosímbolo cercano a lo que fue su lugar de ensayo (cerca del Santuario de Guadalupe y la colonia Obrera). Seguramente en la nueva oleada de rap leonés hay muchos ejemplos, sin embargo, la letra de “La Calle” (2002) de Libre Pensamiento es ideal para explicar este fenómeno metropolitano:

La calle no es la misma, la calle no, no,
La calle no es la misma, tampoco el callejón...
La calle ya cambió, de pavimento se llenó,
La calle no es la misma, pero tampoco yo
Ahora estoy tranquilo, pero no estoy contento,
De ver cómo mi gente, se traga cualquier cuento.

La calle está vacía, está solo el callejón
Los campos se han cercado, los privatizaron
Ya todo es pavimento, por donde corría yo
Cuando era chavito, bajo el caliente sol.
Mis amigos crecieron, quién sabe a dónde fueron,
Estoy solo aquí en la cuadra, rodeado de recuerdos

Y ese campo enorme, donde jugaba fútbol,
Ahora ya no existe, es un gran fabricón.
La calle no es la misma, pero tampoco yo,
La calle ya cambió, de pavimento se llenó
Los árboles cortaron, las calles pavimentaron
Los campos los cerraron, todo lo privatizaron.
Y dicen que es progreso, pero es autodestrucción,
No me vengan con cuentos, que no los trago yo…

Culpemos al punk. ¿Qué demonios? Principios de siglo, y el punk que sonaba a ska parecía el mejor modo de exponer el “deseo de cambiar y el miedo a la desorientación y la desintegración, a que su vida se haga trizas” (Berman). El autor de “La Calle” protesta en contra del urbanismo de visión progresista, el que pretende hacer tabla rasa con todos aquellos elementos –formales e informales– urbanos considerados (por ella) inútiles, rústicos, salvajes y, sin más, desechables. Y jugar con nuestra memoria, con nuestra existencia: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado” (George Orwell).          

Es un discurso nostálgico pero también de denuncia. Calles y callejones que han cambiado, campos borrados, pavimentados, cercados, privatizados, mutados en fabricones. Jóvenes que no creen en las buenas obras de sus gobernantes al tratar de incorporarlos a la modernidad. Y hacen bien en dudar, porque “ser modernos es… estar dominados por las… organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar, y a menudo destruir, las comunidades, los valores, las vidas” (Berman).

La iguana devora lo que el domador le permite. No sólo se trata de acabar con el campo, y otros respiraderos urbanos, sino también de darle final a la vida tradicional, barrial. Estas urbano-cirugías plásticas bien podrían ser la enajenación de algún (domador) desquiciado con problemas de personalidad: ejes y distribuidores viales, segundos pisos, puentes peatonales, remodelaciones, fraccionamientos insulares, intervenciones, abrir bulevares, cerrar calles, desaparecer edificios, borrar jardineras y auménteme los glúteos, por favor.

Le Corbusier, sí, el idolatrado Le Corbusier, lamento informales snobs, arties y, cómo les llaman ahora, hipsters, tiene algo de culpa en todo esto. Para él, la ciudad debía ser un conjunto de maquinarias, como una enorme fábrica fascista controlada por el Gran Hermano orwelliano. Llamaba a sus casas “máquinas para habitar” y a las calles “máquinas de (producir) tráfico”. Sin peatones. Únicamente circulación, en automóvil. De modo que, “el hombre de la calle se incorporará al nuevo poder al convertirse en el hombre del coche”. En L’urbanisme (1924), añadió que “Los cafés y los lugares de esparcimiento ya no serían ese hongo que devora los pavimentos…”, ¡por Dios! Qué vida tan mísera y aburrida tenía planeada para nosotros.

Sin embargo, debido a su posición como el arquitecto más influyente del siglo XX y las cientos de ciudades europeas devastadas por la II Guerra Mundial, tuvo la posibilidad de incorporar su modelo de ordenamiento urbano en las reconstrucciones. Su lema: “Tenemos que acabar con la calle”, pudo aplicarse y “en todas partes las calles fueron, en el mejor de los casos, abandonadas pasivamente y con frecuencia… destruidas activamente” (Berman). En la Carta de Atenas (del CIAM de 1933) establece un manifiesto urbanístico basado en cuatro funciones básicas: habitación, trabajo, esparcimiento (los fines de semana, fuera de la ciudad) y circulación. Lo que es el principio de la zonificación y la planificación urbana que están en disputa con la diversidad del espacio público, de estar en la calle por puro gusto. Así, “el dinero y las energías fueron encauzados hacia las nuevas autopistas y la vasta red de parques industriales, centros comerciales y ciudades dormitorio…” (Idem.). ¿Funcionalismo? ¡ABURRIDO!

La ciudad nos transforma en seres modernos e irónicos, es decir, “antimodernos”, pues es “imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo moderno sin aborrecer y luchar contra algunas de sus realidades palpables”. Nos desquicia y no podemos vivir sin ella. Le queremos tan entrañablemente que nos es fastidiosa. Y, aunque para el domador “la calle… vino a simbolizar algo sucio, desordenado, indolente, estancado, agotado, obsoleto”, a veces insegura, NUNCA hay qué olvidar que las vivencias en la calle son “el medio en que pueden encontrarse, chocar, fusionarse y encontrar su destino y significado último, todas las fuerzas modernas, materiales y espirituales”. La iguana es nuestro alter ego. Hablemos de ella, puede ser el “personaje activo y central… de… paisajes imaginativos” (Idem.) en nuestros discursos “político-erótico-místicos… que se entremezclan con la mierda de todos los días” (Oldenburg). Intentar ignorarla, no querer ser ella, es absurdo, porque es que uno es uno y ya.

***

Eduardo D. Aguiñaga (León, Guanajuato, 1984) es arquitecto preocupado (y ocupado) por cuestiones sociales, músico y coleccionista de discos y experiencias. Es pinchadiscos y coeditor del Fanzine del Cerdo Violeta.

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