Aceptar lo inaceptable. Travestismo femenino en las colonias españolas, siglos XVII y XVIII
Eduardo Celaya Díaz
Uno de los temas que siempre causarán polémica y hasta molestia será el rompimiento con los órdenes establecidos por la sociedad. Las normas, los usos y costumbres, lo socialmente aceptado será siempre visto como lo correcto, lo usual, incluso catalogado de natural. Una mujer que se hace pasar por hombre será siempre tema de indagaciones, de suposiciones, incluso de celebridad, pues escapa a los órdenes establecidos fuertemente por siglos en las sociedades.
Bien documentados están tres casos de travestismo femenino en el nuevo continente en los siglos XVII y XVIII, bajo el gobierno de la Corona Española. Los tres casos poseen factores en común (y amplias diferencias) sobre todo que uno de ellos fue favorecido por el mismo Rey y por el Papa, mientras que los otros dos fueron causa de procesos judiciales efectuados por el Santo Oficio.
Lo importante en este texto no será el determinar lo bien o mal visto que hayan sido estos casos, sino la repercusión que tuvo el vestir como hombre para estas mujeres en la realización de sus objetivos, que marcará claramente la diferencia de las consecuencias de estos.
Lo masculino en la mujer
Para entender claramente el problema que nos atañe, primero es importante señalar la peculiaridad de las tres mujeres que nos conciernen. El travestismo no es sólo una cuestión de búsqueda de oportunidades mejores para la mujer, sobre todo en los siglos XVI al XVII, sino una manifestación tanto de las diferencias entre los sexos, la búsqueda de una mejor vida y sobre todo, la realización personal, sin importar el sexo del sujeto. Según Marta Lamas, “el género consiste en las creencias, las prescripciones y las atribuciones que se construyen socialmente[1]”, por tanto, el cuerpo, como parte de la persona en su todo, no representa este todo, sino sólo una atribución. La peculiaridad de estas tres mujeres, a saber, Catalina de Erauso, Antonia de Soto y Gregoria Piedra, es precisamente lo que el vestir como hombres les permitió realizar en su vida cotidiana, por diversas razones y con diferentes motivaciones cada una de ellas, pero muy alejado de la concepción social de lo que representaba ser una mujer. “El llamado sexo biológico no proporciona un fundamento sólido a la categoría cultural del género, pero amenaza constantemente con subvertirla[2].”
La situación diaria que enfrentaron estas tres mujeres estaba empapada de un pensamiento en el que el género estaba estrictamente establecido por normas sociales y culturales. El atrevimiento de estas y muchas otras mujeres les convirtieron en personas conocidas. Por ejemplo, según nos informan Dekker y van de Pol[3], en los Países Bajos el travestismo femenino se castigaba incluso con la muerte, a diferencia del Imperio Español, que es el que nos atañe. Sin embargo, y a pesar de este castigo, las mujeres buscaban una vida cotidiana más digna y menos peligrosa, viéndose impulsadas a portar la vestimenta masculina, dejando atrás todo lo que en su vida tenían en miras de nuevas oportunidades.
Las mujeres travestidas comparten ciertos rasgos comunes, como el valor, el arrojo, el impulso por motivos muchas veces dignos, en otros casos criminales, pero siempre demostrando un nivel similar al de los hombres, de acuerdo a las creencias de su época. La mujer era considerada frágil, débil, obligada a permanecer en su casa mientras los hombres luchaban contra otros hombres por lograr la prosperidad. Por tanto, una mujer que se enfrentara a estos mismos retos, desde su supuesta fragilidad, rompía fuertemente con los establecimientos sociales y era digna de ser señalada e incluso juzgada.
Catalina de Erauso, la monja alférez
Un documento encontrado en el Archivo General de Indias[4] propone un análisis exhaustivo de la vida de Doña Catalina de Erauso. En él, la llamada monja alférez hace una petición a la casa de la Contratación en Sevilla para que se le permita la entrada a la Nueva España, además de solicitar su despacho, es decir, la manutención que la Corona le debe por los méritos militares realizados, y lo que más sorprende es lo que presenta junto con esta petición, la Real Cédula firmada por el rey de España. ¿Cómo hizo esta mujer para obtener el visto bueno del mismo rey, y con ello lograr la obtención de este despacho, del cual gozó una vez que estuvo en territorio americano? El apoyo que Doña Catalina recibe del rey es evidente en este fragmento de dicho documento, en el que no sólo recomienda, sino ordena que se le deje pasar sin pedirle ninguna información:
Yo os mando dejar pasar á la Nueva España á el Alferez Doña Catalina de Erauso/ que vino de las provincias del Peru sin le/ pedir ynformación alguna fecha en Madrid/ á doze de Julio de mil y seiscientos y veinte/ y ocho años = Yo el Rey = Por mandato del/ Rey nuestro Señor Don Fernando Ruiz de/ Contreras, y á las espaldas de la dicha Real/ cedula están seis rubricas de firmas. Con/cuerda con el original, donde fue sacado. Fecha/ en Sevilla á 11 de Julio de 1630 años [5]
La habilidad militar, política e incluso para ocultar su condición de mujer fueron factores importantes para lograr la buena imagen y posición de Doña Catalina, sin embargo, esto no era suficiente pues, dadas las ideas y normas sociales de la época, una mujer no debía participar en las artes militares. Sin embargo, la llamada monja alférez tuvo a bien mantener buenas relaciones con aquellos a quienes servía además de hacerlas evidentes en testimonios y certificaciones. Si bien Doña Catalina fue descubierta como mujer al estar en peligro de muerte, cuando ella misma se confesó ante un sacerdote de la Compañía de Jesús, tuvo la fortuna de ser protegida y resguardada durante su recuperación para ser enviada de vuelta a España. Esto le permitió no solo regresar con bien, sino continuar en su búsqueda de legitimación como verdadera mujer de armas, digna servidora del rey y, por tanto, merecedora de beneficios.
Cuatro son los documentos principales que un tal Sebastián de Illumbe presenta, por encargo de la misma alférez, con los cuales logra ser reconocida por sus servicios militares. Los autores de dichas certificaciones le conocieron en los reinos de Perú y Chile, en donde convivieron con ella, sin saber de su realidad de mujer y le admiraron por su arrojo y determinación como soldado, siempre atento a cumplir las órdenes y requerimientos, por pesados y peligrosos que fueran. Estas certificaciones fueron realizadas por Don Luis de Céspedes, Don Juan Cortés de Monroy, Don Francisco Pérez de Navarrete y Don Juan Recio de León[6], todos hombres notables y todos dando su entero apoyo a la alférez. Si bien su condición de mujer podría haberla mandado de vuelta al convento del que escapó siendo joven, su precaución de llevar registro escrito no sólo de su propia voz, sino por notables de lo militar en el Nuevo Continente, le permitió gozar de una vida más cómoda.
Curiosas son las acciones que toma tras su primer intento de viajar a Roma a entrevistarse con el Papa, pues siendo asaltado su contingente de peregrinos por soldados franceses, tomando en cuenta la guerra que enfrentaba a España y Francia en ese momento (la llamada Guerra de los Treinta Años) es hecha prisionera[7]. Esto no es lo importante, sino que hace que se le dé una referencia de dicho viaje y sus problemas, por medio de varios testigos, y redactada por el Dr. Don Nicolás de Plazaola, alcalde de las guardas y gente de guerra, infantería y caballería del reino de Navarra. ¿Su motivación? Hacer de los problemas enfrentados en su viaje méritos propios, pues no sólo sufrió las vejaciones de los soldados franceses, sino que recibió agresiones físicas por defender el buen nombre del Rey. Catalina de Erauso sabía muy bien que el medio para conseguir honores era la certificación de méritos propios. Cabe recalcar que, en todos los testimonios y en la solicitud de dicha referencia, siempre se hace llamar Antonio de Erauso, tal vez temiendo perder estos méritos por ser mujer.
Su viaje a Roma, una vez realizado, le ganó la dispensa y la licencia del mismo Papa Urbano VIII de portar vestimenta de hombre, y más adelante el Rey le dio el título de alférez, adoptando el nombre de El Alférez Doña Catalina de Arauso, nombre que utilizó en siguientes despachos y peticiones. Su posición deseada había sido alcanzada, tanto por sus logros y méritos militares, sus buenas relaciones con notables del campo militar, su precaución de mantener registrados todos estos logros, y su insistencia de lograr este objetivo. Nada tuvo que ver su pertenencia a una familia noble ni su misma condición de ser mujer, sino los propios méritos que ella mismo logró.
El travestismo en Antonia de Soto y Gregoria Piedra y la Inquisición
En fuerte contraste con los logros que hizo la alférez Doña Catalina de Erauso, nos encontramos con dos casos en el que lo criminal se mezcla con lo herético. El proceso llevado a Antonia de Soto y a Gregoria Piedra por la Inquisición en territorio americano nos da testimonio de las acciones que les llevaron a enfrentar este cuerpo judicial, en el que se hace notable su condición de vestir como hombre para realizar ciertas acciones que de otra manera difícilmente hubieran efectuado.
Antonia de Soto era una mulata, esclava, escapada de la casa de sus amos, tras lo cual conoció a un indio llamado Matías que le enseño hechicería. Tuvo contacto con el demonio, hizo un pacto con él y éste le dio fuerza para hacer labores de hombre, lo cual aprovechó para realizar asaltos, según consta en relatos documentados. En uno de estos asaltos, siendo robada por dos de sus cómplices, dice ella que pidió al Demonio su ayuda y éste les mató. Para realizar estas actividades vestía de hombre, no tanto por esconder su condición de mujer, sino para legitimarse ante ella misma su nueva fuerza adquirida por, según la confesión posterior que hace, intercesión del Demonio. Cuando es interrogada sobre si conocía a estos hombres o si les reveló su identidad de mujer, ella responde de esta manera:
Dijo que/ no los conocio, que el uno de ellos era mulato harriero mexicano llamado [ilegible]/ Diaz, y de los otros dos no supo el nombre; que el otro era coiote, y el otro/ parecia español, y que a ninguno de ellos le comunico lo de las piedrecillas,/ y rosas, ni se les descubrio el ser muger./[8]
Evidentemente, Antonia de Soto no deseaba revelar su identidad de mujer, como no lo deseaban todas las mujeres travestidas, pues se encontraba en un ambiente de criminales y ladrones y su imagen de hombre le daba fuerza ante los demás.
El caso de Gregoria Piedra no nos llega por su propia palabra, como en los dos casos anteriores, sino que lo que conocemos de su historia es por medio de informes realizados por el Bachiller Agustín José Montejano y Larreaga, prefecto de cárceles, quien gobernaba la cárcel en la que ella se encontraba cumpliendo condena. Del ella sabemos:
Ella es una Muger hombrada, cara fea, trigena, pelo/ crespo, anulado, cuerpo y andar de hombre, nacio en la Plasuela de las Vis/cainas y su regluar, vivir ha sido por ese rumbo, de San Juan, Puente de Pe/redo, y Callejon de la Baca, es bien conosida por este lado; por Gregoria la/ Macho, su ocupación frecuente ha sido jugar a la pelota, al picado y raiue/la acompañandose mas bien con Mugeres que con hombres, ha estado presa/ en la Carsel de la Ciudad, quatro ocasiones por haverla encontrado en tra/je de hombre, y por pleitos y borucas que ha tenido, haora dos años fue cojida/ en la propia Yglesia del Sagrario, por recomulgadora, ya en [ilegible] propio/ ya en el de hombre, y se paso ala Carsel Eclesiastica, parece que esa mal/dad la ejequtaba para bender las sedulas[9].
Gregoria Piedra, por tanto, utilizaba la vestimenta de hombre para realizar actos criminales, específicamente, vender la hostia que robaba de los templos. Se le capturó cuando, en una procesión, apagó una vela que se utilizaba en el acto religioso y se burló de los presentes, lo que causó gran escándalo. En importante mencionar que se le conocía como “la Macho”, precisamente por usar vestimenta de hombre y preferir la compañía de mujeres a la de hombres. En la cárcel donde se le tenía, la única molestia que causaba era el apartarla de otras mujeres, por mostrar preferencia hacia ellas.
Lo militar contra lo criminal
La diferencia principal que existe entre el caso de la monja alférez y las dos mujeres antes referidas, a saber, Antonia de Soto y Gregoria Piedra, está en los usos que hicieron de su travestismo. Podría decirse que su posición social influyó en la imagen que se tenía de ellas, pues Catalina de Erauso era de familia noble, mientras que Antonia de Soto y Gregoria Piedra eran mulatas, pero poca importancia tiene.
Catalina de Erauso huyó del convento en que su familia designó colocarla por conflictos con otras monjas y se dedicó a crearse una buena imagen siendo paje, sirviente, asistente de notables; logró de esta manera viajar a Perú donde destacó por sus hazañas militares. Es cierto que también tuvo varios enfrentamientos y riñas en cantinas, lo que demostraba su actitud sumamente ruda y nada frágil, pero estos episodios son eclipsados por los méritos que logró en el campo de batalla. No conforme con esto, se hizo acreedora de reconocimientos y certificaciones que le protegieron una vez descubierta su identidad femenina, por lo que la opinión pública, a través de la publicación de dos relaciones sobre su vida y sus logros, le dio su aprobación. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que usó el travestismo para servir a la Corona, sobre todo en una época en que la fuerza militar era de suma importancia en la implantación de la hegemonía española en el nuevo continente.
Los casos de las mulatas son diametralmente opuestos, pues la vestimenta de hombre se utiliza para cometer actos ilícitos. En el caso de Gregoria Piedra para robar y vender la hostia y en el caso de Antonia de Soto, para cometer robos y asesinatos. Por lo que podemos saber gracias a los documentos conocidos, Antonia de Soto confesó por propia voluntad todos sus actos y el travestismo fue al parecer el menor de los delitos, ya que está involucrada en crímenes, robos, muertes y hechicería. De Gregoria Piedra sabemos que fue arrestada y cumplía una sentencia y que dentro de la cárcel se mostraba respetuosa y rezaba el rosario. Sin embargo, las agravantes de estas mujeres no eran el simple hecho de vestir de hombre en una sociedad claramente diferenciadora entre los sexos, sino el usar esta condición para afectar el bien común.
Conclusiones
Como en cualquier saber histórico, el prejuicio es uno de los más grandes enemigos que podamos enfrentar. El conocer documentos os da una visión parcial de los hechos, haciendo estrictamente necesaria la búsqueda de mayor información. Los casos analizados en este breve estudio presentan un factor común, el travestismo, y diferencia de condiciones entre las tres mujeres, sin embargo, es gracias al análisis exhaustivo que podemos determinar en qué dependieron estas diferencias. El travestismo como tal no es un fin en sí mismo para estas tres mujeres, es un medio para conseguir un objetivo. Es aquí donde está la principal diferencia entre Doña Catalina de Erauso, elevada a la dignidad de Alférez y, como tal, beneficiaria de una pensión por parte de la Corona, y las dos mujeres mulatas, quienes, no sólo rompieron los estatutos sobre la diferencia entre sexo vigente en su época, sino que utilizaron este medio para romper el orden público.
Fuentes
Antonia de Soto, 1691-1693
AGN, Ramo Inquisición, vol. 525 [2], exp. 48. ff. 516r-518v.
Catalina de Erauso, la Monja Alférez, 1630-1639
AGI, Ramo Contratación, 5408, N.41
Gregoria Piedra, alias la Macho, 1796-1798
AGN, Ramo Inquisición, vol. 1349, exp. 28-29
J. Ignacio Tellechea Idigoras, Dña. Catalina de Erauso. La Monja Alférez, Donostia-San Sebastián, 1992, pp. 73-124, 142-145, 167-172 y 185.
Bibliografía
Solange Alberro, “Segunda parte. La actividad inquisitorial”, en Inquisición y sociedad en México, 1571-1700, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, pp. 143-198.
R. W. Connel, “La organización social de la masculinidad”, en Biblioteca virtual de ciencias sociales,http://www.cholonautas.edu.pe
Rudolf M. Dekker y Lotte van de Pol, “4. Sexualidad” y “5. Condena y elogio”, en La doncella quiso ser marinero. Travestismo femenino en Europa (siglos XVII-XVIII), Madrid, Siglo XXI, 2006, pp. 61-92, 93-125.
Marta Lamas, “¿Qué es el género?”, versión manuscrita, 2009.
Thomas Laqueur, “Capítulo IV. La representación del sexo”, en La construcción del sexo: cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid, Valencia, Cátedra/Universitat de Valencia/Instituto de la Mujer, 1994, pp. 203-256.
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, Marta Lamas, compiladora, México, PUEG/UNAM/Miguel Ángel Porrúa, 1196, pp. 265-302.
[1] Marta Lamas, “¿Qué es el género?”, versión manuscrita, 2009, p. 1.
[2] Thomas Laqueur, La construcción del sexo: cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid, Valencia, Cátedra/Universitat de Valencia/Instituto de la Mujer, 1994, p.219. Para una mayor profundidad en los aspectos en que se basa la institución social del género en base al cuerpo se recomienda la lectura de este texto.
[3] Para mayor profundidad, consultar Rudolf M. Dekker y Lotte van de Pol, La doncella quiso ser marinero. Travestismo femenino en Europa (siglos XVII-XVIII), Madrid, Siglo XXI, 2006.
[4] AGI, Contratación, 5408, N.41
[5] AGI, Ramo Contratación, 5408, N. 41, ff. 2 v.
[6] Para un más extenso estudio y apreciación de estas referencias, así como sus certificaciones ante notario, consultar J. Ignacio Tellechea Idigoras, Dña. Catalina de Erauso. La monja alférez, Donostia-San Sebastián, 1992, p. 106-115.
[7] Para abundar en detalles sobre el primer viaje frustrado a Roma de Doña Catalina de Erauso, referirse a J. Ignacio Tellechea Idigoras, o. c., p. 96-105.
[8] AGN, Ramo Inquisición, vol. 525, exp. 48, ff. 518 r.
[9] AGN, Ramo Inquisición, vol. 1349, exp. 28, ff. 18.