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YOUNGER THAN YESTERDAY, O DE LA MÚSICA ROCK EN TIEMPOS DE LA ALDEA GLOBAL (1)

Noticias del Imperio

Héctor Gómez Vargas

Noticias del Imperio

 

Si los otros no hubieran sido necios, nosotros lo seríamos.
-William Blake, Proverbios del infierno

 

 

Uno

La primera vez que escuché a los Beatles estaba por cumplir cinco años. Era diciembre de 1963 y unos días antes mis padres habían estado en la ciudad de Los Ángeles. Al entrar en una tienda mi madre observó cierto frenesí de muchos jóvenes que estaban alrededor de un mueble donde había varias pilas de discos que desaparecían en cuestión de minutos. Me imagino que un tanto emocionada e intrigada, mi madre compró uno de esos discos y, una vez que regresó a la casa, se los entregó a mis hermanos mayores, quienes de inmediato lo pusieron en la vieja consola de la casa familiar. Entonces se escuchó una canción fresca, vibrante y contagiosa: She Loves You.

Gómez Vargas, Héctor - Younger Than Yesterday 1


La escena que presenció mi madre en la tienda de discos era parte de la campaña de promoción de la música de los Beatles para su primera visita a Estados Unidos planeada para los primeros días de febrero de 1964 y la escena que me tocó observar con mis hermanos, bailando y cantando, era parte de lo que en esos momentos la música de los Beatles despertaba en muchos adolescentes, algo que se estaba preparando a nivel internacional para lo que se llegaría a conocer por todos lados como beatlemanía.

Cuando mis hermanos bailaban al ritmo de She Loves You pocos tenían idea de lo que se vendría encima dos meses después y, más que pensar en una invasión como se señaló en los años siguientes, había algo de sorpresa que llevaba a pensar en que algo extraño y anormal estaba aconteciendo. Por lo que he leído en la prensa local, en esos momentos es muy posible que el fenómeno de los Beatles fuera visto como una anormalidad entre los jóvenes o algo así. La primera mención explícita sobre los Beatles fue un reportaje en dos partes que apareció en El Heraldo de León a finales de marzo de 1964 y que se titulaba “La historia de la histeria”, donde se aprevenía a los padres de familia sobre el posible contagio que podían padecer las hijas en caso de escuchar a un grupo inglés de twist (así los denominaron en esos momentos) que se llamaban los Beatles.

Pese a la edad que tenía en esos momentos, mi reacción al escuchar She Loves You fue un estímulo que, de manera inexplicable, despertaba en mí cierta alegría y ganas de moverme, de compartir y ser parte de esa experiencia que estaban teniendo mis hermanos. Pusieron la canción varias veces hasta quedar agotados y en cada ocasión había un momento en el que mis hermanos parecían estremecerse y moverse más, con una coordinación casi ensayada, cuando aparecía ese breve pero vibrante coro: ¡uuuuuuuhhhh! Pero lo que más me movió al escuchar por primera vez a los Beatles fue que después del She Loves You seguía algo que no tenía sentido pero si un enorme atractivo: yeah!, yeah!, yeah! Ninguno de mis hermanos sabía qué significaba ese yeah!, pero sin dejar de bailar se miraban unos a otros para decirlo al mismo tiempo, como si en ello hubiera algo de complicidad, de magia, de juego entre ellos, entre nosotros.

Con el yeah!, yeah!, yeah! no solamente sentí que era parte de esa pequeña comunidad que se formaba con mis hermanos mientras bailaban y cantaban, sino que igualmente era una especie de código de identidad y de diferenciación porque parecía que era algo nuevo y nos gustaba, porque era diferente a lo que se había conocido hasta el momento. En esos momentos yo era un niño y no lo tenía así de claro como ahora que lo puedo recuperar y reflexionar; solo lo sentía y lo volvía a sentir en momentos cuando veía la televisión, con ciertos programas sobre todo infantiles y cuando junto a mis hermanos veía todos los viernes a las ocho y media de la noche el programa Premier Orfeón, que después se llamaría Discoteca Orfeón a Go Go.

Esos momentos en que escuché por primera vez a los Beatles no eran cualquier cosa: algo se había puesto en marcha en gran parte del mundo, allá afuera, y ahora llegaba a la ciudad, a mi casa, a mi vida. Eran los años en que mucha gente se ponía a reflexionar qué estaba pasando con el mundo, con los jóvenes, con la cultura y los medios de comunicación. Marshall McLuhan había publicado su libro La Galaxia Gutenberg en 1962 para proponer su visión del cambio civilizatorio a partir de transformaciones de lo impreso por la electricidad; Edgar Morin había escrito El espíritu del tiempo en 1962 para anunciar una nueva etapa antropológica civilizatoria ante una cultura dinamizada por los medios masivos de comunicación y la emergencia de una cultura juvenil que tendía a tornar juvenil al mismo mundo; dos años después Umberto Eco escribió Apocalípticos e integrados, un intento por comenzar a entender lo que le hace la cultura de masas al hombre promedio, a las personas comunes y corrientes, más allá de la clásica división de la alta y la baja cultura que había sido la marca para diferenciar el desarrollo civilizatorio de pueblos, naciones y continentes enteros.

Cuando escuché por primera vez ese yeah!, yeah!, yeah!, me hice parte de un movimiento que se había puesto en marcha años atrás, cuando la música rock se hizo parte de la cultura de masas que se formó durante la década de los cincuenta, cuando la cultura de masas comenzó a ser parte integrante de la vida cotidiana y de la biografía de las personas. Porque, como lo expresó Roger Silverstone (retomando a Isaiah Berlin) en su libro ¿Por qué estudiar los medios?, los medios de comunicación empezaron a ser la “textura general de la experiencia” de las personas, es decir, “una expresión que alude a la naturaleza fundada de la vida en el mundo, a los aspectos de la experiencia que damos por sentado y que debe sobrevivir si pretendemos vivir juntos y comunicarnos unos con otros”. Es decir, era parte de un movimiento que había comenzado años o décadas antes y que seguiría décadas después y que sigue hasta hoy cuando, como dice Giles Smith, nos perdimos en la música del pop porque se convirtió en la presencia envolvente de nuestras vidas.

Dos

[…] ¿sabías todo eso?, ¿y también que inventaron el fonógrafo y que tú
y yo podríamos irnos de día de campo los dos solos, y los dos y a la orilla del
Lago de Chapultepec escuchar el Danubio Azul tocado sólo para ti y
para mí sin que hubiera ningún músico trepado y escondido en las ramas
de los sabinos y los dos solos lo bailaríamos a la sombra dorada y violeta de los
 arcos vivos y temblorosos de la Avenida de los Poetas sin que hubiera
ninguna orquesta escondida bajo el puente del lago, Maximiliano?”

Fernando del Paso, Noticias del Imperio

La visión que se tiene del siglo XX es que comenzó muy tarde, entre 1914 y 1917, y concluyó muy temprano, en 1989. Para algunos historiadores y economistas entre esos años se definió y se desarrolló lo propio de un siglo cruzado y definido por guerras a escalas planetarias - y esto puede ayudar a comprender la emergencia de la cultura de masas y la cultura juvenil. En su libro Historia Mínima del Siglo XX, el historiador húngaro John Lukacs propone que el siglo XX concluyó en 1945, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, porque el mundo fue otro muy distinto, con un desarrollo impensable. De acuerdo al historiador inglés Eric Hobsbawm, lo que en gran parte marcó el fin de la modernidad creada por Europa y el comienzo de un nuevo mundo con nuevos rasgos fueron las culturas juveniles. Fue el periodo de tiempo en que la música rock nació, maduró y se extendió en gran parte del mundo. Desde entonces fue una de las sensibilidades para habitar y experimentar las transformaciones en todo el planeta.

La música rock fue un producto del siglo XX y eso no es cualquier cosa: fue parte de la cultura del siglo y un elemento fundamental para crear la cultura del mundo al cruzar al XXI. Así como no es posible pensar el siglo XIX sin la llegada del ferrocarril, la fotografía, la novela moderna, las vanguardias artísticas, el teléfono y la telegrafía, tampoco no es posible pensar el siglo XX sin el cine, la electricidad, el refrigerador, el televisor, el psicoanálisis, la informática, la radiograbadora y la música rock, porque todo ello habla de un sistema de objetos, de ideas, de vínculos por medio de los cuales construimos lazos estrechos pero invisibles, simbólicos e igualmente afectivos, con el mundo y con uno mismo; es, digámoslo así, una de las maneras en que el ser humano construye su realidad social, colectiva e histórica. Un tanto como aquello que expresa el personaje de Carlota en su diálogo imaginario con Maximiliano de Habsburgo en la novela Noticias del Imperio de Fernando del Paso:

[…] ¿te dijo alguien Maximiliano, que inventaron el teléfono?, ¿qué inventaron el gas neón?, ¿el automóvil, Max, y que tu hermano Francisco José que según él fue el último monarca europea de la vieja escuela sólo una vez en su vida se subió en un coche de motor y sabías, Maximiliano, que ya no volverás a ver en las calles de tu querida Viena los faetones y los coches a la Daumont, los forlones y las berlinas y ni siquiera esos caballos garañones con crines y colas entrelazados con cordones de oro porque las calles están llenas de automóviles, Max?

Es decir, todo aquello que emergió en el siglo XX y fue propio para la realidad de ese siglo, no solamente fue parte del sistema de objetos que conforman los mundos simbólicos de la vida cotidiana, sino un mecanismo de producción de sujetos modernos que pudieran habitar, vivir y pensar los mundos emergentes del siglo XX. Cuando el sociólogo norteamericano Todd Gitlin se pregunta de cómo se ha llegado a un mundo saturado de medios de comunicación como sucede en la actualidad, parte de su respuesta es que los medios no solo son objetos, sino que son presencias con los que hemos interactuado a lo largo del tiempo y en esa interacción se ha conformado la vida diaria de las personas y gran parte de los mecanismos para conformar la subjetividad e identidad individual y colectiva. Ello ha sido un proceso histórico en el siglo XX, es decir, ha cambiado conforme ha cambiado la vida social, la tecnología, las personas y la vida de las personas.

Cuando apareció la música rock en los cincuenta se desarrolló y se expandió por el mundo dentro de un entorno que devino en la cultura de masas. Por ello el estrecho vínculo con la industria de la música, la prensa, la radio, la televisión, el cine, por donde aparecen las primeras manifestaciones de las culturas juveniles y, conforme se diversifica el universo de la música rock, es también perceptible la diversificación de las subculturas juveniles. Solo en los albores del siglo XXI, con la emergencia de la cultura digital, del ciberespacio y las ciberculturas  bajo un entorno diferente que Gilles Lipovetsky y Jean Serroy denominan la cultura-mundo es que se percibe la presencia de las post-subculturas, una explosión e hibridación de subculturas juveniles que alcanza una nueva configuración con la presencia reciente de las plataformas digitales desde las cuales se puede compartir y descargar música. Esto es un fenómeno muy reciente y que apenas comienza a manifestarse a través de la música que se está produciendo y en los públicos que las están consumiendo, pero que permanece sin un término que nombre y haga evidente lo que se está creando dentro el mundo de los jóvenes.

Lo anterior se puede ver en la manera en que ha variado la forma de escuchar música en el siglo XX y, sobre todo, a partir de la década de los cincuenta hasta el momento actual donde se puede observar que la música puede estar presente en la trayectoria cotidiana de las personas por la ciudad, moverse con ella en todo momento y en todo lugar, ser parte de los ambientes urbanos y los marcos de las relaciones entre las personas. Es ese paso como el que viví al escuchar She Loves You. Aunque antes para poder oír música había que acceder a las estaciones de radio, esperar algo en la programación de la televisión, comprar los discos y tener un aparato reproductor, mientras que ahora los sistemas de streaming, las tecnologías digitales, interactivas y móviles, permiten que uno pueda estar permanentemente en contacto con música.

Por ejemplo, a mediados de octubre del 2015 Spotify señalaba que en su plataforma se registran 1,360 géneros, de los cuales se encuentran los más usados por la industria hasta hace unos dos o tres años, pero la gran mayoría son neologismos para propuestas que han ido apareciendo recientemente. Esto manifiesta tanto la diversidad de la producción emergente en los últimos años como el estado de ánimo que cada género puede administrar al escucharlas. Música denominada como aggrotech, nerdcore, vegan straight edge, nintendocore, bubblegum dance, lowercase, fingerstyle, por mencionar solo algunos.

En los ochenta y noventa del siglo XX, sociólogos y antropólogos que abordaban las transformaciones culturales a nivel mundial proponían observar las clasificaciones de los géneros musicales en tiendas de música como Tower Records para tener una idea de cómo los términos conocidos y de dominio común comenzaban a crecer, fragmentarse y crear una dinámica caótica para poder abarcarlos y ubicarlos bajo una denominación. Con una sola probada de lo que uno puede encontrar en plataformas como Spotify, el mundo no parece estar cambiando, sino que es otro muy distinto al del siglo XX y que, más bien, está buscando aquello distinga su lugar dentro de la cultura del siglo XXI.

Continuará.

***

Héctor Gómez Vargas (León, Guanajuato, 1959) es autor de libros sobre cultura popular y subculturas, la radio, la música y los fans en el siglo XXI. Es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima, investigador del SNI y académico en la Universidad Iberoamericana León. 

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