viernes. 19.04.2024
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De otras retaguardias

Andrés Baldíos

De otras retaguardias

I

El pequeño no había podido dormir desde que el loco bajo su cama salía y volvía para levantar sus cobijas con intencional ladeo y lamerle los pies con tan inesperada insolencia.

El pequeño yacía boca arriba, firme, muy firme, bien firme, con su espalda temblando caóticamente al ras de las sábanas mojadas, con ansias de amanecer y de llamar a sus padres a gritos. Pero el gélido efecto del terror lo mantuvo quieto para el deleite del loco, quien se manifestaba una y otra vez en distintas esquinas de la habitación.

Una pequeña vecina, aproximadamente de la misma edad del niño, observa desde su ventana la terrorífica escena con sus binoculares. ¡Rayos!, piensa la niña, está bajo la cama. ¡Rayos!, ahora por el escritorio. ¡Triple rayos!, ahora lo va a to… ¡lo volvió a tocar!

La niña atestigua el primer y último alarido del niño que se prolonga hasta la veloz entrada de sus padres. La niña observa desde la seguridad de su habitación el sedativo consentimiento de mamá y papá. Observa detenidamente cómo la madre le frota el pecho y la espalda a su pequeño repetidas veces mientras el padre revisa la habitación al tiempo que explica a su hijo que no hay… nada qué temer. Ese hombre no sabe buscar, piensa la niña. Mira al techo. ¡Al techo, zopenco! ¡Está en el techo!

II

La suciedad de la ventana creaba formas horrorosas: rostros empolvados haciendo muecas de alarma, animales muertos con las miradas fijas a la única mirada que las contemplaba: el cuerpo del anciano crepitaba como nunca en sus últimos años. Desde su cama miraba una ventana cuya suciedad tomaba las formas de gente mutilada tratando de salir del cristal, sombras mugrientas que se deslizaban en la superficie de la noche como anguilas cubiertas de sangre…

Y de repente… se lleva el más grande sobresalto (que milagrosamente no le quita la vida), realizado por un esqueleto fantasmal cubierto de telas rajadas y transparentes que asoma su figura abruptamente por la ventana.

Dos sujetos de aspecto universitario observaban atentamente el quehacer de los fantasmas que asustaban en la casa de los abuelos mientras se tomaban unos refrescos y compartían unos bocadillos.

Mira esas espaldas, dijo el de la izquierda. ¿Cuáles? Ni tienen, y si tienen ni se les ve, dijo el de la derecha. Lo único que oían eran los gritos viejos y agotados que provenían de la casa.

III

Un hombre de aspecto corriente fantaseaba secretamente una noche de toqueteos inolvidables, forcejeos deliciosos y descompostura empalagosa mientras se perdía en la total contemplación de una niña de… aproximadamente… cinco añitos de edad.

No había mucho público alrededor, por lo que el hombre, fría y cautelosamente, consiguió frotarse los genitales un par de veces con sus dedos mientras la faldita de la niñita ondulaba ingenuamente en el sube y baja. El niño que la acompañaba también le resultaba un bombón, un excelente postre.

Un hombre de aspecto corriente pasaba por donde el otro hombre de aspecto corriente se le notaba un cierto aire de estar… pensando en “algo más” con los niños. Lo miró extrañado, casi analizándolo sin la menor discreción, asegurándose de que su instinto no le traicionara… que sus sospechas eran correctas.

Demasiado sospechoso para ser el padre de alguno de ellos, se decía con sumo temor. ¿O se trata simplemente de un tosco familiar de esos niños? Sólo por si acaso, llamó a la policía.

IV

Querían grabar todo lo que sucedía en la casa. Todo. La idea fue del hombre de la casa. Sabía que algo extraño deambulaba por la casa en la madrugada, arrasando con la tranquilidad de los corredores y habitaciones, atrofiándolas con vibraciones terribles y posesiones constantes de los miembros de la familia. Quería averiguar el motivo de esos horrores de una vez por todas.

El descuidado hijo de puta convocó una reunión espiritual para acelerar la revelación del espíritu… o lo que sea que había espantado a su esposa e hijos al borde de la hospitalización durante los últimos meses.

Así que, después de la sesión, dejó la cámara encendida toda la noche. Revisaría la grabación y probaría la existencia de la energía maldita a la mañana siguiente, si no es que en algún momento de la noche. Por lo pronto a dormir… siempre en guardia.

Muy bien, gente, decía el director de la película desde la camioneta, donde el resto de la tripulación se alistaba para entrar a la casa y crear los efectos especiales. Nuestros actores ya están listos. Ya están dormidos y tienen la cámara encendida. ¡Entren y espanten! Si sale mal no se preocupen, repetiremos la escena.

(…)

***

Andrés Baldíos es escritor. Los primeros peldaños son peligrosos, su hasta ahora primer libro de cuentos, fue editado en 2012 por San Roque.

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