Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Edward Nash

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Edward Nash

Cuando encontraron muerto a Edward Nash a los cuarenta y ocho años, sentando en la banca en la cima de la colina que miraba al mar en el pueblecito en el que vivía, pocos fueron los que se sorprendieron.

Un personaje conocido de su pueblito, Nash hablaba con pocos de sus vecinos pero siempre se le podía ver sentado en el banco, sin hacer nada más que mirar fijamente el mar y el cielo.

Durante muchos años, ya que una pequeña herencia y un estilo de vida frugal le habían dado la libertad de no tener que atarse a un trabajo, iba todos y cada uno de los días al mismo punto de la colina, a veces al crepúsculo, a veces al amanecer y a veces de uno a otro y se sentaba y miraba fijamente.

De él se contaban muchas historias. Que estaba esperando a que llegara un barco, que era un espía, un contrabandista, un traficante de droga. Que, simplemente, era un excéntrico o un hombre que luchaba contra sus problemas mentales a su propia manera. Ninguna de esas historias era cierta.

Tras observar fijamente el mar y las nubes durante, al menos, seis horas al día, Edward Nash regresaba a casa y comenzaba a escribir. Su propósito, al mismo tiempo diminuto y monumental, era describir tan fiel y acertadamente como fuese posible, el lento hincharse de una ola, desde el momento en que se comienza a formar hasta el punto en que se vuelve espuma, se alza y se rompe en la costa o sobre sí misma en el mismo agua que fue su fuente. Su propósito, al mismo tiempo, vasto e insignificante, era delinear la naturaleza de una nube, usar las palabras para atrapar su evanescencia y su eternidad.

Creía firmemente que una frase perfecta que capturara esos dos elementos esenciales podría capturar cualquier otra cosa que necesitara escribirse: el roce de los labios del amante, el recuerdo de la risa de un niño o la muerte de un amigo cercano, la naturaleza y el significado de nuestro lugar en este mundo milagroso, destructivo, hermoso y turbulento. Todo lo que necesita ser escrito, leído, recordado, pensaba, podría capturarse si encontraba las palabras precisas para describir esa ola, esa nube.

Puede que sea cierto que Nash tenía una monomanía, pero ¿qué escritura no lo es?

Al vaciar la caravana en la que vivía Nash los trabajadores sociales que se encargaron de los efectos personales de ese hombre sin familia ni amigos, encontraron una pila de cuadernos desde el suelo hasta el techo, que llenaban todo el pequeño espacio en el que había vivido. Cada uno de los cuadernos estaba llenos pero con palabras, líneas, fragmentos. Como una nube o un ola, las frases de Edward Nash nunca se completaban.

La banca permanece ahí hasta el día de hoy, aunque poca gente se sienta en ella porque el lugar es demasiado ventoso.

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