martes. 12.11.2024
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Padres ausentes, terror presente

Fernando Cuevas de la Garza

Padres ausentes, terror presente

Un trío de películas en las que se plantea la batalla que establecen las madres con sus respectivos hijos para enfrentarse a seres del más allá que irremediablemente remiten a temores y angustias terrenales, provenientes del pasado pero insertadas en un presente difícil de sobrellevar. El rol culturalmente asumido por el hombre como el protector de la familia, se traslada a la figura materna que además tiene que luchar con sus propios demonios internos, entre el abandono y la responsabilidad de sacar adelante a la prole.

Los Warren atacan de nuevo

Una madre de familia (Frances O’Connor, estoica) vive con sus cinco hijos en Londres en la década de los setenta. En la casa empieza a percibirse una presencia fantasmal de un anciano que reclama como propia la morada, dado que ahí había vivido anteriormente. Mientras tanto, los Warren están trabajando en un intenso caso en Amytyville (villa retomada para otros filmes), en el que la viajera astral Lorraine (Vera Farmiga, asumiendo el papel) se encuentra con una siniestra entidad con aspecto de monja que le da un amenazante aviso, por lo que decide ya no seguir más con esta labor, sobre todo considerando el temor por la vida de su marido e hija.

No obstante, después de algunos sucesos, tanto ella como su esposo Ed (Patrick Wilson, mesurado) deciden acudir a la casa en Londres en donde se están experimentando los ataques sobrenaturales, a partir de que dos de las hijas en plena pubertad jugaron con una Ouija. La pareja lleva la encomienda de constatar la verosimilitud del caso, colaborar en lo posible y reportar el asunto, para lo cual se apoyan de una incrédula mujer “destapafraudes” (Franka Potente). Los propios fantasmas, un amenazante hombre roto, engaños bien fraguados y una caja de música los estarán esperando con las angustias abiertas.

Dirigida por el especialista malayo afincado en Los Ángeles James Wan (Stygian, 2000; Juego macabro, 2004; Sentenciado a morir, 2007; El títere, 2007; La noche del demonio, 2010; Rápidos y furisosos 7, 2015), El conjuro 2 (EU-Canadá, 2016) sigue la premisa base de su predecesora, poniendo por delante la idea de que se trata de casos documentados –no necesariamente ciertos- e incorporando algunas modificaciones, como por ejemplo el hecho de que en la realidad la pareja estadounidense no viajó a Inglaterra, sino que apoyó desde la distancia al hombre que ayudó a la familia (Simon McBurney), también con un pasado doloroso.

La continuidad en el trazo de los personajes conocidos y el diseño de los recién integrados en esta secuela, permite que las tribulaciones vividas sean signifcativas, así como la habilidad para relacionar las dos tramas del más allá, brindando una sensación de angustiosa coherencia narrativa, bien soportada por una puesta en escena, sutilmente acompañada por un inquietante score, que consigue generar escalofríos no solamente con base en sobresaltos, sino por el interés construido alrededor del incierto destino de los involucrados.

Amigas en lo oscurito

Un niño es testigo de cómo su madre, con problemas mentales, platica en penumbras con una amiga que pareciera imaginaria, mientras que empieza a experimentar difcultades para dormir ante el familiarizado temor por la oscuridad, aunque aquí totalmente justificado. Al percatarse en la escuela de que algo anda mal, aparece su joven hermana mayor, quien se fue de la casa tiempo antes. Ayudada por el novio (Alexander DiPersia), tomará cartas en el asunto para tratar de resolver la situación con su madre y hermano, también experimentada por ella cuando era niña.

Dirigida por David F. Sanberg con base en su propio corto, Cuando las luces se apagan (Lights Out, EU, 2016) en una ingeniosa intromisón en un tipo de miedo ampliamente extendido con el aderezo de los traumas infantiles, las amistades peligrosas y el tránsito entre este mundo y los que se encuentran lejos de nuestra comprensión. Desde la secuencia inicial, en donde el padre (Billy Burke) se encuentra trabajando entre maniquíes terroríficos, se empiezan a mostrar las cartas argumentales y la amenaza que enfrentará una familia en estado de quiebre perpetuo.

A la premisa argumental base se le añade un cuidado diseño de los personajes, interpretados con credibilidad por Maria Bello como la atribulada madre, Teresa Palmer como la hija entre punk y dark y Gabriel Bateman encarnando al niño protagonista, así como de sus relaciones presentes y pasadas de carácter cíclico. La necesaria cuota de suspenso se nutre con algunos flashbacks explicativos que resultan conducentes con la conclusión de la historia. El momento de apagar la luz puede abrir muchas posibilidades para descubrir que hay vida en el ecosistema de la mente y sus recuerdos.

Monstruo de cuento

Dirigida y escrita por la también actriz Jennifer Kent, The Babadook (Australia-Canadá, 2014) centra su atención en la relación que establece una madre en depresión creciente (Essie Davis, rumbo a la locura)  con su hijo, también con algunos comportamientos violentos y con interés por los actos de magia (Noah Wiseman, entre el capricho y la valentía). El padre murió cuando iba a nacer el pequeño y entre ambos tratan de sobrellevar las dificultades propias de la vida y de sus propias actitudes. Para aderezar el vínculo, un mosntruo salido de un cuento infantil parece estar dispuesto a irrumpir en la relación de ambos y meterse hasta la cocina.

El simbólico personaje de aspecto siniestro emanado del libro indestructible, que igual parece tomar formas diversas o insertarse en las personas, remite a la traumática muerte del esposo y al paulatino aislamiento y enajenación en la que van cayendo los dos personajes, ante una comunidad cada vez menos comprensiva de su situación y un vínculo maternofilial puesto a prueba: quizá la magia pueda rescatarlos o un alma que entienda la magnitud y dificultad que enfrentan. El miedo, paradójicamente, puede sacar a flote la relación perdida.

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