martes. 16.04.2024
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Los reflejos de la incomodidad. Sobre la figura literaria de Elfriede Jelinek

Rafael Cisneros

Los reflejos de la incomodidad. Sobre la figura literaria de Elfriede Jelinek

Existen novelas y autores con las que el lector no siente una aproximación gratificadora, lectores que no encuentran en esos autores las historias que buscaban y no por ello se perderán de algo esencial que otra lectura podría ofrecerles, adaptada a sus intereses. Aun así, existe la contraparte: quizás (sin la intención de repartir culpas) el lector tal vez no tenga la disposición ante un tema del que realmente necesita afrontar, perderse entre las peripecias del texto y transmutar la narrativa en contextos y contradicciones que puedan brindar distintos sentidos. Surge alguna incomodidad en relación a lo que leen, tratándose de una imagen que, aún desde la ficción, supone una verdad tan vivamente brutal (tangible) que le es difícil al lector procesarla como una historia posible, como algo que pudo haber sucedido, que puede suceder y que, peor aún, sucede. ¿Y qué tan terrible es esa historia como para oprimirla? ¿En qué momento ésta ficción se transformó en un auténtico retrato de un pasado y un presente que perdura, insaciable y destructivo, en la más severa intimidad de nuestra aún más severa civilización? ¿Cómo es que algo, supuestamente ficticio (una reinvención de la cotidianidad), puede retratar tan vívidamente algo de lo que se supone deseábamos escapar?

Elfriede Jelinek es una de esos tantos autores que, a través de su obra, su estrategia musical de lenguaje y su visión escaldada de los sexos, podemos encontrar los detalles que, enroscados en la intimidad de una civilización en constante pudrición y búsqueda, son los causantes de la herencia de estereotipos, unidad conceptual que la propia Academia Sueca nombró como clichés de la sociedad.

En Jelinek existe ese temor a la realidad, y su labor es subrayar (no gratuitamente como se sospecharía de una labor que otros han tachado de «pornográfica») sus cruentos contenidos, así como el método por el que han prevalecido a lo largo de las épocas. Lo que refleja tanto su obra como su figura no es solamente una denuncia lineal. Si sus párrafos han de rayar en aspectos moralistas (ya que cada «ismo» posee su rincón en la civilización con su perspectiva específica), lo hacen sin centrarse en parábolas de estantería que perjudicarían a la trama y hacer de sus maratónicos monólogos internos (su stream of consciousness es todo un x-treme of consciousness) una mera justificación para el twist-ending de moral rentada. Por el contrario, sus palabras abren las entrañas de las pesadillas domésticas donde las primeras influencias y las primeras normas corroen a los integrantes que desean ejercer sus cualidades en una libertad condicionada o imposibilitada, y que por ende, prueban la insaciable insatisfacción del crimen. Sus párrafos son fuertes extractos de la realidad cotidiana donde el hombre y la mujer, ensimismados en la afamada «guerra de los sexos» (ambos ladeándose en una brutal contienda de probar superioridades y denigrarse a la humillación de los atributos ajenos), forman una especie de complot inconsciente en el que ellos mismos son víctimas de sus causas y consecuencias, a su vez siendo victimarios de terceros: las generaciones venideras, los próximos en cargar con el peso del mundo.

Elfriede Jelinek es una tempestiva retratista social, cuya visión impone una atmósfera de constante presión física y psicológica, quebrando todo aquello que, acorde a los estereotipos, no es propia de una autora, ya que las mujeres deben «representar» la sensibilidad humana, como si fuera su obligación ser contraparte de las también estereotipadas brutalidades del hombre. He aquí uno de estos afamados clichés: los hombres son fieros, brutales; ellos pueden expresar la violencia dado que de ellos parte de manera casi primordial. Al parecer, la mujer ni siquiera puede describir las violencias del mundo con un lenguaje que no sea el impuesto por las escuelas para señoritas: dulcificar los horrores sociales para la posteridad de lo melodramático y el infortunio de perspectivas discretas, planas y limitadas por sus propios estilos rosados.

Pero Jelinek forma parte importante en la unidad de manifestantes femeninas que ejercen autopsias tanto del erotismo doméstico como del sadomasoquismo social. Ella sabe que el daño a terceros proviene de la imposición que éste dúo calculador (hombre y mujer) provee a los excluidos, la juventud que hallará las vías más extrañas para escaparse de dichos conceptos. Muchas de estas vías ni siquiera serán perjudiciales para la sociedad futura, pero los regañones pretéritos impedirán que la juventud cultive lo que antes se consideraba un temor, ni siquiera un tabú. Jelinek no ve honestidad alguna en describir con emociones amansadas el perturbador terrorismo detrás del telón contemporáneo, adornado con el famoso par de mascarillas, una sonriendo (el cliché) y la otra entristecida (la humanidad).

Susana Cañuelo Carrión y Jordi Jané-Lligé, traductores de su novela «Obsesión» (Gier, 2000, Editorial El Aleph), mencionan lo siguiente en su introducción:

 Precisamente una de las características destacadas de la obra de Jelinek es la intertextualidad, que se concibe no con voluntad erudita, sino vital. En el polifónico discurso de la narradora se integran las voces y los ecos que colman su vida, y la de todos: desde el poema hasta la página de Internet, pasando por el tratado de filosofía, el manual técnico, el talkshow estrella de la programación televisiva, etc.

Estas son las «contravoces». Con Jelinek, todos terminan siendo un personaje principal sin irrupciones de entreactos forzados, inclusive los objetos; todo es un río de sangre que fluye y se acrecienta a medida que va entrando a una civilización con tratamiento de aguas residuales. Jelinek hace hablar a los pensamientos y emociones de los personajes, más que infundirles líneas concretas, líneas que enuncian por el simple hecho de enunciar diálogos y satisfacer a un lector en busca de parlamentos qué aplicar a su cotidianidad.

¡Incomódese, lector! Que aquí no nos andamos con bondades.

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Rafael Cisneros
(León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.

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