RESEÑA
Argonauta 3: Tras la huella de Jasón
Leopoldo Navarro
Jasón, échate ese vellocino a la uña…
Yolcos
Lo primero que me viene a la cabeza sobre la revista Argonauta, que ha llegado a su número 3, es una pregunta: ¿Qué hay en las de esos locos que se embarcan, muy jasones ellos –bueno, algo de eso me tocará si me remonto a aquellos números 00 y 01 de un intento de revista llamado a que sí, publicados en 1979-? ¿Qué hay en la cabeza de ellos, dije, para ponerse en la bata del partero que deberá llevar a buen puerto la concepción de una revista?
Semejante pregunta sobre semejante tema se quedará sin respuesta por ahora, por lo menos de mi parte.
Lo que sí me atrevo a abordar –para admirar, por supuesto- es la capacidad de aventura de estos navegantes, que deciden poner en el barco sus filias y fobias en cuanto a producción escrita, plástica y musical –entre otras-, traducidas en invitaciones –a los miembros de la filialidad- y regateos o franco desprecio –a los despreciados-. Invitaciones que no siempre, no con facilidad, serán atendidas por las legiones de convocados, a menos que éstos a) estén plenamente invadidos por algo mal llamado ansias de novilllero, o b) confíen en el buen destino y el tratamiento pulcro que serán –por lo menos- buscados para su producción. (Confianza de los autores en el proyecto editorial, que le llaman.)
De quienes esperarían cobrar por haber aportado sus obras a la publicación, lo dejo para el apartado Los mandatos del optimismo, que no formará parte de esta no-reseña.
Lo que sí abordo también, pues se relaciona con la esencia de Argonauta, es algo denominado –poniéndonos muy siglo XXI, pues antes el término fue casi ciencia ficción- sustentabilidad: estamos ante un proyecto editorial que nace desde el esfuerzo de un conjunto de ciudadanos y se propone allegarse los recursos necesarios para pagar el diseño y la producción del impreso, su circulación y, si nos descuidamos y hacemos un guiño al párrafo anterior, hasta para pagar colaboraciones y, siendo aún más fantasiosos, gratificar con la correspondiente paga al cuerpo de redacción.
Y ya vamos en el número tres.
Y eso, señores, está a años luz de distancia de lo que desde las nóminas institucionales se destina –en forma justificada o no- a publicaciones de toda laya. Y eso se acomete –los espacios publicitarios de Argonauta lo hacen constar- picando piedra –o tocando puertas, si usted lo prefiere- entre los cómplices del esfuerzo editorial, y entre quienes hasta lo consideran una inversión publicitaria que tarde o temprano, de una u otra forma, les generará la respectiva ganancia.
Ahora habrán de disculpar las manías de lector, pero la responsabilidad de sentarme a escribir algo sobre Argonauta me hizo pensar que en materia de publicaciones –como sucede con cualquier tipo de amores- hay de todo:
- las hay que seducen –Artes de México y su exquisitez, Letras Libres y sus plumas, Replicante y su abigarrada exposición de las ideas, si es que alguna vez vuelve a existir la edición en papel;
- existen las desconcertantes y provocadoras con su aparente desorden de ‘vanguardia’, que una vez decodificado por el lector, pasan a ser sencillamente esos ductos que han de llevar a nuestras venas el placer del encuentro con la mancha tipográfica, la caja, la ilustración y, por supuesto, el texto armoniosamente presentado con sus cabezas, párrafos, pies de imágenes, folios...
- las mal hechas, las caóticas, las llenas de inmensos entusiasmos y romanticismos rampantes pero efímera existencia o perenne malhechura –o con todos esos atributos encima-, a las que nadie deberemos negarles el derecho al optimismo, y allá se lo haya a sus perpetradores si no empiezan a dotarse –por lo menos- con un manual de diseño y producción editorial.
- las hay, por supuesto, que se asumen mesuradamente como simples correos entre lo que un cuerpo editor decidió proponer a la complicidad de sus lectores, con lo que una comunidad de individualidades esperanzadas –me refiero a los autores- puso en manos de los editores, apostando a que sus obras lleguen a buen destino en semejante barco, y entonces esas revistas cumplen su papel con discreción, limpieza visual y el resultado de una suma de rigurosos oficios aplicados para la obtención de un armonioso producto editorial. Y por encima de esos pantanos veo el plumaje de Argonauta.
¿Qué ha de determinar el calibre de una publicación? asumamos que cada caso será distinto, pero...
- Su claridad como proyecto que busca qué tipo de público
- Su permanencia más allá del número uno, o dos, o tres, a costa de sus particulares avatares
- Su esquema de circulación (¿cómo, cuándo, por qué conductos?), salvo las que tienen una redacción pagada por nómina burocrática, igual que su estructura de distribución. Tal vez este tema –la circulación- da sólo para mencionarlo hasta aquí, para bordear el riesgo de caer en el lamento fatalista de que muchas revistas terminan siendo como los hijos de la simple calentura o como muchas mascotas: los engendras o adoptas, y luego tal vez los abandones en la oscuridad de tu sótano, o pagues un boleto de autobús a la ciudad más lejana posible, para ir abandonando ejemplar tras ejemplar desde la ventanilla. Y si así fuera, qué mejor destino que someter tu publicación al azar de un posible encuentro con su lector, o sirviendo francamente como abono para las milpas a un costado del camino.
Lo cierto, en medio de tanta certidumbre, es que me congratulo por estar refiriéndome aqui a Argonauta, proyecto concebido –eso se percibe, ojalá no me equivoque- desde la terquedad por vivir mejor esta vida que con tanta facilidad nos inconforma, y dar todo lo posible para aligerarle el enrarecimiento, para moverle a fuerza de soplidos la turbiedad del aire, y de paso hinchar las velas del bote. Y qué bien se siente viajar –aunque sea de rait- con estos argonautas.
De publicaciones digitales son un tema de indispensable comentario, pero a ver quiénes opinan porque de eso tampoco sabría qué decir.