viernes. 19.04.2024
El Tiempo
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Reflexión sobre el tiempo

Angela Delgado Martínez

Reflexión sobre el tiempo

Y mi mamá dice que el día ya sólo dura dieciséis horas.

Yo pensé que mi mamá se hacía cada vez más grande (por no decir vieja) y que esas ideas extrañas que se leen en Internet se comienzan a creer con más facilidad en ciertas etapas de la vida, pero también pensé que podría ser cierto.

Estábamos en el Real Observatorio de Greenwich. Mi hermana y yo habíamos pagado nueve libras y cinco peniques cada una para entrar a ver una raya en el suelo, el meridiano de Greenwich, así que yo ponía mi mayor empeño en sacarle jugo al museo. Entramos a una sala llena de instrumentos de medición, de péndulos y de mecanismos dorados donde te explicaban la importancia del tamaño de las ventanas para la observación del cielo. Yo veía todo con detenimiento, incluso entrecerraba los ojos para lograr una verdadera apreciación.

Bajamos a otro lugar con un globo terráqueo, pinturas de naufragios famosos del siglo XVIII, más péndulos y más mecanismos dorados, y fue cuando la máquina que te explica el museo en tu propio idioma (la que los turistas asiáticos siempre piden) me dijo que esos naufragios obligaron al gobierno de Inglaterra a ofrecer una recompensa a quien descubriera un método para medir el tiempo que omitiera el retraso de los relojes, para que los navegantes pudieran ubicarse basándose en el tiempo que ya habían recorrido y el que les faltaba por recorrer.

Me acerqué a ver los mecanismos dorados, unas cosas enormes llenas de engranes y piezas pequeñísimas, muy complejas. Las observé un rato. Y otro más. Mi hermana, que se había atrasado porque había necesitado cambiar su máquina explicadora dos veces, me alcanzó en ese momento. “No entiendo”, le dije. Me miró a mí, luego a los mecanismos, y a mí de nuevo. “¿Qué no entiendes?” “¿Qué quería el gobierno inglés?” “¡Quería encontrar un método para que los barcos ya no se perdieran!” “¿Por qué se perdían?” “¡Porque los relojes se atrasaban y ya no podían medir el tiempo en medio del mar!”

Me quedé callada pensando y luego pregunté: “¿Los relojes se atrasan?”

Ese día aprendí muchas cosas sobre la vida, y créanme cuando digo que la más banal fue saber que los relojes de antes se atrasaban y que había que darles cuerda cada tanto. A partir de ahí no me separé de mi hermana ni dejé de escuchar a la máquina para poder entender todo lo que sucedía en ese museo. Me di cuenta de que no había entendido nada de lo que había visto antes, porque no comprendía ni siquiera el concepto mismo de la medición del tiempo. No sabía qué estaba haciendo en ese lugar, según yo, sólo iba a ver la raya en el suelo.

Mi hermana me explicó que los mecanismos enormes eran los “ensayos” del gran mecanismo final, que no era tan enorme, el que ganó la recompensa del gobierno inglés por tener un mínimo margen de error. Sí, el hombre que lo creó (mi hermana sabe cómo se llama, yo no) ganó una buena pasta por lo que hizo, y gracias a su invento se dejaron de perder vidas y cargas en el mar. Hasta había un mapa que señalaba viajes importantes que se hicieron utilizando ese reloj.

Yo ya quería ver la raya, así que baje corriendo a la última sala. Había un montón de relojes que se inventaron después del reloj-salvador-de-náufragos. Había hasta una réplica del mecanismo del Big Ben. Observé toda la sala y vi que había placas que decían “Tiempo local”, “Tiempo nacional”, “Tiempo internacional”. Me fui directo a “Tiempo internacional” y comencé a leer lo que había debajo, porque la máquina no tenía nada que decir en esa sala. Cuando acabé voltee a ver a mi hermana y le dije: “Todo es mentira, A”. 

Siempre creí que el tiempo tenía una razón física de ser porque los días duran veinticuatro horas por la medida de la circunferencia de la Tierra, la influencia de los fenómenos del día y la noche, la relación con el movimiento en la órbita y todo aquello. Pero lo que leí no tenía nada de físico, porque la verdad es que el tiempo se mide así, así como lo ves en tu celular o en tu computadora a diario, porque un día se reunieron unas personas y decidieron que la referencia a nivel mundial sería Greenwich.

Dejemos de lado el hecho de que se eligiera Greenwich como referencia y no la Pirámide del Sol, la mitad exacta del mapamundi oficial o la casa de tu vecino. Lo que hay que ver es que el día en que se decidió que Greenwich sería la referencia, se sistematizó el tiempo de la humanidad porque se inscribió a todos los territorios en las líneas imaginarias de quince grados que dividen al mundo en veinticuatro husos horarios. Claro, hay países donde no se respeta el sistema (como España, pero eso tiene que ver con las ideas de un loco), cada uno puede decidir, pero finalmente todos estamos regidos por él, porque se necesita una base temporal en la que todo el mundo pueda coexistir (y por eso el hombre más en contra del sistema siempre estará bajo su yugo, porque puede decidir que se vive de noche y se duerme de día (día y noche definidos con la aparición y desaparición del Sol), pero si quiere ir al súper (porque estoy segura de que, aunque tenga sus alimentos orgánicos producidos en casa para no ser parte del sistema, tiene un placer culposo como los Chetos) no puede, porque el súper pertenece al sistema (completamente) y abre de día (normalmente).

Mi hermana y yo nos quedamos ahí paradas viendo la placa de “Tiempo internacional”. Fue cuando me dijo que mi mamá dice que el día ya sólo dura dieciséis horas. “¿Por qué dice eso?” “¡Porque el mundo se está inclinando, dice!” “Pues sí, la órbita puede cambiar, ¿no?” “No sé, lo leyó en Internet, lo dicen en todos lados, ¿no sabías?, que por eso en invierno hace calor y en verano frío y las estaciones ya no duran lo mismo…” “¡Entonces es cierto que el cambio climático no existe, Trump tiene razón!” Y seguimos observando la placa. “¿Le acabas de dar la razón a Trump?”, me preguntó.

Salimos al frío del exterior a buscar la raya en el suelo y la encontramos gracias a todos los turistas que se estaban tomando fotos sobre ella. Acerqué la maquina a mi oído para escuchar lo que tenía que, decir y lo primero que dijo provocó una de las peores decepciones de mi vida: “el meridiano de Greenwich está aquí por el Real Observatorio y no al revés”. Tuve que volver a escucharlo para poder creérmelo. Otra disposición que no tenía nada que ver con la física. Me senté bajo la placa que indicaba el otro meridiano, el que está a unos metros del de Greenwich y que es en realidad el punto 0,0 (otra decepción, sí). Mi hermana se sentó junto a mí y volví a poner la grabación de la máquina para que escuchara la noticia. Cuando se calló, mi hermana estaba inmutable como siempre, y yo me sentía peor que antes.

A lo largo de la visita al Real Observatorio de Greenwich me percaté de que no sabía cómo funciona el accesorio que me pongo cada día en la muñeca, y de mi aberración hacia los husos horarios porque me hacen vivir siete horas antes que mi familia, pero lo peor fue darme cuenta de que soy una ignorante en todo lo que concierne a la medición del tiempo, y aceptar que hubiera preferido permanecer así, porque le tengo respeto a la física, a la ciencia, pero no a la institución ni a la institucionalización de algo como el tiempo. Así que concluí que habíamos gastado diecinueve libras para enterarnos de que el tiempo está sistematizado, de que el meridiano 0 está ahí por la importancia del lugar para el desarrollo de la física (es decir, por el poder político y económico de Inglaterra en esa época), de que el meridiano ni siquiera es el punto 0,0 y de que, probablemente, mi mamá tiene razón porque, ¿quién sabe?, yo creía que Greenwich tenía algo que ver con el espacio-tiempo y esas cosas.

Nos levantamos. Pasamos a la tienda de recuerditos. Agarré un mapa. Nos fuimos. Me di cuenta de que el mapa costaba una libra. No fui a devolver el mapa. Me robé un mapa.

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Angela Delgado Martínez
(Monterrey, 1996) es estudiante de Literatura, así que le gusta mucho leer y, de vez en cuando, escribir algo. Siente una admiración especial hacia los libros de Gabriel García Márquez.


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