Es lo Cotidiano

Conversaciones con Figarito (un divertimento)

Roberto Castillo Udiarte

Conversaciones con Figarito (un divertimento)

-¿En base a qué o cómo acomodas los libros en tu biblioteca?-. Me preguntó una noche  mi amigo Figarito, sobrenombre que le endilgó Trilce, mi hija menor, especialista en bautizar a mis amigos.

Aunque nunca lo había pensado seriamente, generalmente  lo hacía por géneros: novela, cuento, poesía, ensayo, historia, varia o qué sé yo; o por tamaños a veces, o por colores; en ocasiones por idiomas; pero ahora no sabía cómo responderle. También lo había intentado por gustos, según la temporada de invierno, primavera, amores o lo contrario; o por abundancia emocional o sequías espirituales; le comenté que tenía una sección de libros que estaban dedicados por amigos y por otros que ni siquiera deseaba que lo hubieran hecho pero, pues ahí estaban en su sección, y que en el futuro valdrían más por ser famosos, o no; ¿porqué los escritores firman sus libros? ¿Para la posteridad? ¿Por corazón? ¿Porque sí? ¿Para llenar vacíos existenciales? Me quedé pensando un ratillo y volteé a mirar su cara mientras Fígaro me aventaba una segunda pregunta:

-Dime tus tres libros favoritos.

La pregunta era más bien imperativa.

-¿Cómo? ¿Mis tres libros favoritos? ¿Ahorita?

-¡Sí!-, me dijo demandante, -¡Ahorita!

De momento no sabía cómo contestarle; no estaba acostumbrado a que cualquiera me preguntara sobre mis gustos de lectura y menos en esta tarde de viernes en que deseaba más bien descansar del ajetreo de la semana pero, después unos segundos, le dije:

-Los cantos del oasis del Hoggar, anónimo; La Danza de la muerte, anónimo; y Los poemas de Francois Villon.

-¡Mmm!- musitó Figarito moviendo ligeramente los bigotes. Y continuó.

-Y de los tres, ¿cuál te gusta más?

- Creo que los Cantos del oasis del Hoggar, la literatura sensual de los nómadas tuaregs del norte de Africa. La literatura erótica de la antigüedad siempre ha llamado mi atención, al igual que la erotismo literario de los hindúes, los chinos y los japoneses; hay mucha poesía erótica de mujeres chinas y japonesas que se han reeditado últimamente y de excelente calidad. Sin embargo, pienso que los tres libros que te mencioné, que son tan distintos, son iguales en su calidad.

Yo sabía que él no estaba del todo convencido por la respuesta pero, después de todo, era una respuesta con la cual yo quedaba conforme, aunque fuera sólo momentáneamente. Luego recorrí con la mirada rápidamente los lomos de los libros verticales y agregué:

-O también podrían ser Firmin de Sam Savage; La casa de las bellas durmientes de Kawabata y The war works hard de la poeta iraquí Dunya Mikhail

Figarito seguía en la misma posición, sin sobresaltos, los músculos en reposo y la mirada perdida sobre el ventanal con vista al mar. Nunca lo había sentido así de frío, de arrogante pero, supuse, andaba como en esos días de pose intelectual que suele tomar cada tres meses, cuando cambian las estaciones del año. Eran los inicios del invierno y el frío pegaba en la ventana y el calor de la chimenea producía cierto vapor intelectualoide en el estudio. Me levanté y puse un cidí de Victoria Williams, Little honey. Abrí una botella de vino tinto y llené mi copa. La voz ronca de Victoria llenó cachondamente la tarde y olvidé por unos momentos las inquisiciones de Figarito, quien seguía en el viejo sillón de terciopelo que era el favorito de mi suegro don Ramón. Yo seguía pensando en mis tres lecturas favoritas, las cuales cambiaban a cada instante dependiendo en donde mis ojos se clavaran.

-También podría decirte que pueden ser El manual de zoología fantástica de Borges; Flor de greguerías de don Ramón Gómez de la Serna y Residencia en la tierra de Pablo Neruda. Pero tú sabes bien, Fígaro, que las selecciones dependen de estados de ánimo, del momento, y que la literatura vale precisamente por eso, porque siempre llena los espacios de la vida inútil, porque reemplaza las ausencias de experiencia, porque la literatura es una manera de mirar al mundo, unos lentes que te hacen ver la realidad con otra mirada, o no?-. Dije.

-¡Sí!, ¡Ya lo sé!,-contestó-,pero creo que es una buena manera de que me cuentes porqué te gustan más unas lecturas que otras, qué es lo que encuentras de grandioso en un libro y en otro no. A mí, por ejemplo, me encanta Mark Twain, sobre todo en Cartas desde la Tierra y El diario de Adán y Eva; encuentro muy divertidos, a pesar de mi seriedad, la lectura de algunos cuentos de Arreola y Monterroso, en los artículos de Monsiváis o en ese libro, Giros negros, de Enrique Serna, los cuentos y novelas de Ibarguengoitia y los de Jardiel Poncela, aunque también me ataca de pronto la seriedad y leo por las noches a los franceses como Roussell, Barthes, Breton, y a los gringos como Hemingway, Steinbeck, Faulkner y, luego, me aliviano con el sarcasmo de Truman Capote y Tom Robbins.

Ya más relajado, me levanté y comencé a buscar música. Empecé a jugarla de dijey. Puse a Van Morrison. Con esto giraremos de tono, pensé, y comencé de hablar de poetas musicales.

-Mis tres poetas favoritos de la música son Bob Dylan, Joni Mitchell y Tom Waits-le dije con seguridad retadora.  

-Leonard Cohen, Jim Morrison y Patti Smith-, me respondió sin siquiera parpadear, mientras miraba a un cenzontle recién llegado al árbol pegado a la ventana. Le comenté que este cenzontle venía todas las tardes del año a despedir al sol con su canto.

-Neil Young, Annette Peacock y David Crosby-. Agregué.

-John Lennon, ciertas canciones de Donovan y la dupla Jagger y Richards.- Continuó Figarito sin quitar la mirada sobre el cenzontle detrás de la ventana.

-Lou Reed, Fiona Apple y las letras de Procol Harum, del Keith Reid.- Dije.

-Qué opinas de José Emilio Pacheco?-. Continuó Figaro, cuestionándome mientras el cenzontle se alejaba volando.

-Pues creo que es uno de los  mejores poetas mexicanos, creo que es el más honesto y humilde, el más comprometido con la cultura y la historia sin hacer alardes de su conocimiento. Creo, insisto, que Pacheco es, además, uno de los intelectuales, en el mejor sentido de la palabra, que sabe acomodar las palabras con el pensamiento, además….

Y entonces me dí cuenta que Fígaro ni siquiera estaba poniendo atención sino que, distraído, miraba el danzar del fuego en la chimenea mientras bostezaba. Me levanté, cambié el disco por uno de Jerry García y prendí un cigarrillo. El Jerry cantaba su versión de Shining star. Figarito se acomodó en el sillón, sacudió las orejas, colocó su cola peluda sobre sus patas, como si fuera una bufanda, y se quedó dormido.   

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Roberto Castillo Udiarte
(Tecate, 1951) es un poeta y narrador bajacaliforniano. Dos de sus temas recurrentes son los cuervos y el rock’n’roll. Ha sido llamado el Padrino de la contracultura tijuanense. Entre sus libros de poesía se cuentan Blues cola de lagarto (ganador del Premio Nacional de Poesía en 1984), Cartografía del alma (1987), Nuestras vidas son otras (1994), La pasión de Angélica según el Johnny Tecate (1996) y Elamoroso Guaguagá (2002); ha escrito ficción también, como en Pequeño bestiario y otras miniaturas (1982) y Arrimitos o los pequeños mundos en tu piel (1992). Entre sus textos más importantes sobre rock’n’roll se cuenta la antología Banquete de pordioseros: menú rockero para compas y compitas (1999). Es también traductor, especialmente de la obra de Charles Bukowski.

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