Es lo Cotidiano

ESTUVE AHÍ [NOVELA POR ENTREGAS, III]

Las placas se miran a los ojos

Giselle Ruiz

Las placas se miran a los ojos

Se tiene el corazón que se trae por defecto
Así como Aquiles, por su talón, es Aquiles

Jorge Drexler

Cuando las rocas de la Tierra se embalan juntas lo más posible, deben expandirse por craqueo para aumentar la cantidad de espacio que ocupan. Este proceso se llama dilatancia. Como se forman pequeñas grietas, el agua y el aire dentro de los poros comienza a circular, obteniendo como resultado que las rocas se vuelvan más fuertes. El proceso permite aumentar la tensión elástica.

La tercera etapa de formación de un terremoto se produce cuando el agua que se ha filtrado en la roca se ve obligada a salir debido a la presión circundante. La afluencia de agua favorece la formación de grietas, lo que hace que, momentáneamente, se detenga la expansión. El agua entonces actúa al azar como un lubricante cuando se libera la deformación elástica que se ha acumulado con el tiempo. Es en este punto en el que se puede determinar la magnitud del choque de las placas, tal como se muestra en la siguiente imagen:

Eran las 5:17 p.m. Lo esperaba recargada en la puerta roja del bar que una noche antes nos vio salir tambaleando. Llevaba puesta una camisa blanca y zapatos bajos, pantalón negro, el cabello revuelto, mi uniforme para afrontar la vida.

Minutos después lo vi salir por el portón del Instituto de Literatura, no sabía lo que hacía allí. Traía sus libros bajo el brazo, fumaba mientras me comía con los ojos, faros circundados por ojeras.

Nos saludamos con besos en la mejilla y comenzamos a andar. En el café central (donde yo prácticamente vivía) nos aguardaba una mesa, dejamos los paquetes de cigarros al sentarnos y una mesera se acercó:

-Una ámbar y una copa de Oppenheimer- apenas levantó la vista sobre nosotros para agregar con una mueca incriminatoria -Que sorpresa verlos juntos- fuimos cómplices de una risa vergonzosa, él y yo, víctimas de nuestras costumbres.

-¿podrías darme mi multa?- abrí la conversación con el tema que nos tenía en ese lugar.

-Ya está pagada- daba un sorbo a su cerveza y dejaba el tema de lado.

-Si está pagada podrías entregármela y se acaba el asunto- insistí como cualquier ciudadana en problemas.

-¿Podrías confiar en mí?- esa pregunta fue un guiño a mi inseguridad.

Fuimos directo a otro tema, la literatura era parte central de nuestras recién conocidas voces y eso me gustaba, me gustaba de manera insoportable. Junto a él me sentía un Humbert Humbert babeando por Lolita, estábamos en una novela de papeles invertidos. En esta historia, Lolita hubiera sido una seductora de cuarenta y cinco años capaz de robar todos los novios de las millenialls, y yo sería otro tonto quinceañero enamorado de esa mujer.

Hablábamos de conocidos, de lugares donde probablemente nos encontramos y no nos dimos cuenta, hablamos de su trabajo y entendí porque salía del Instituto de Literatura, hablamos del mío y entendió el porqué de mis horas ausentes en el chat, hablamos de nuestros amigos y de que era ridículo llegar a contarles de nuestra extraña manera de conocernos.

Pedimos la segunda ronda, refrescamos sin querer la resaca, chocábamos las puntas de los dedos cuando sacábamos los cigarrillos de las cajas. No lo conocía ni el a mí y esa etapa de la seducción puede hacernos caer en las fauces de un lobo con piel de poeta.

Rompió el silencio al ver su reloj.

-Había olvidado que debo ir a una conferencia sobre ovnis

-¿Ovnis?- Me burlé echando la cabeza hacia atrás.

-Búrlate, pero ven conmigo

-No puedo, quedé con una amiga

-Te acompaño a verla

-No querrás, ella te conoce y no le caes bien

-Supongo que es por lo que dices de mí, pero nada es verdad, cariño- Dijo “cariño” y las manos empezaron a sudarme.

Sonriendo de lado conduje mi vista hacia el pasillo que conducía a la cocina abierta del café, giré mi rostro de manera más pronunciada en un intento de gesto seductor que jamás practiqué.

Salió mal, entre lentes imitación Ray Ban y ropones de bautizo, lo vi venir.

Tenía entre las manos un sombrero muy parecido a todos los que él solía usar, lentes de sol tipo aviador, zapatos de gamuza y la hermosa camisa Adolfo Domínguez talla 2 que le regalé un mes antes de separarnos.

Agua circulando entre los poros, grietas haciéndose más grandes, la placa tectónica que faltaba en todos mis continentes.

Comencé a marearme.

Pasó a un lado de nosotros sin mirarnos, al menos eso creí.

Mi expresión debía decir mucho ya que mi interlocutor tuvo que pasar su mano ante mis ojos para sacarme del trance.

Inconscientemente me tocaba esa parte del dedo anular de la mano izquierda, esa zona que portó como bandera un Swarovski talla 6.5 por muy poco tiempo.

Pedí otra copa a pesar de que él ya tenía la cuenta en la mesa.

-¿De qué se trata?- Preguntó mientras se ponía de pie y dejaba un billete en la mesa.

-Se trata de mi complicada historia de vida, de eso se trata- bajé la cabeza intentando no llorar.

-¿Te quedarás ahí pensando en el chico que pasó junto a nosotros? lo vi porque tú lo viste- continuaba de pie.

-Tengo una copa llena y no pienso desperdiciarla-

-Y yo tengo el propósito de acompañarte hasta el lugar donde está tu amiga sin importar que me golpee por mi reputación, pero si quieres quedarte aquí, no voy a insistir- Podía ver la rabia salir por sus fosas nasales.

Tomó los cigarros, los libros y las risas, se fue sin volver la mirada.

Vi mi reflejo en la superficie del vino blanco, la vibración de mis dedos tamborileando me borraban el rostro.

Me quedé ahí, inmóvil, entre la grieta de un posible futuro y el eco del choque de unas placas que jamás volverían a encajar.

[Ir a Estuve ahí II]
[Ir a la portada de Tachas 192]