The Exploding Hearts: ¿Los últimos románticos del wokandwoe?
Esteban Cisneros
Guitar Romantic es un gran título para un disco. Y más aún, si el disco lo honra. The Exploding Hearts es un gran nombre para una banda si esta vive así, TNT cardíaco, porque en definitiva al buen escucha, al wokandwoe romantic, le queda un agujero grande en el pecho. Como Bill en Kill Bill Vol. 2, tras el sutil ataque de The Bride.
The Exploding Hearts, un grupo de Portland que (como todos) comenzó en una habitación realmente pequeña, es un grupo de leyenda a pesar de que su único disco salió apenas en 2003. Por un lado, su música era afilada, vertiginosa y llena de guitarrazos de Rickenbacker ensordecedores. De esa que pone a brincar porque sí. Sus canciones eran tremendas, pura velocidad y juventud. Formación clásica: guitarra y voz (Adam Cox), una segunda guitarra (Terry Six), bajo (Matt Fitzgerald) y batería (Kidd Killer.) ¿Discos en su estante? Puedo apostar cualquier cosa a que había montones de 7” de punk ’77, glam, powerpop, MC5, The Clash, Big Star, The Jam, New York Dolls, Badfinger, Redd Kross, The Damned, Buzzcocks, Undertones…
De hecho temas como “Modern Kicks” y “Sleeping Aides and Razorblades” son, sin duda, herederos de la fuerza y calentura de aquel “Teenage Kicks”, el single favorito de John Peel. El único que se atrevía a repetir dos, tres, cuatro veces.
The Exploding Hearts son adictivos. Su disco, como debe ser, no se andaba con miramientos ni rodeos. Diez canciones. Dos o tres minutos. Estribillo, coro, estribillo, coro. Ritmo frenético. Mil veces escuchado, tal vez, pero quién necesita más. Dos guitarras. Voz urgente. Garganta raspada. Un bajo preciso, agitacaderas y profundo. Nada de pretensiones progresivas, nada de sermones. Pura armonía. Ruido que importa.
Levántate. Escucha. Mueve los pies. Agita la cabeza.
Guitar Romantic no es el álbum que cambiará al mundo. No es el mejor disco de todos los tiempos (o qué carajos, tal vez sí). No será tema de ninguna encíclica-de-crítico-de-rock que sigue escuchando a Pink Floyd y creyendo que Roger Waters es la leche (no lo es, por si hay alguna duda). Pero así mejor. Porque así puede seguir siendo tu disco, el que le gusta a tu chica porque la hace querer bailar e ir de fiesta; el que gusta a tus panas porque las cervezas saben mejor cuando suena; el que podrá molestar a padre, pero que madre amará secretamente porque le gusta un poco la voz y, venga, no está tan mal como lo demás que escuchas.
Uno de esos discos que adoptas. Que compras en cedé. En vinilo. Que descargas para tener a la mano en la PC.
Todo lo que una banda debería ser. Insisto, toma nota, rockstar de habitación alfombrada. Escucha muy bien. O mejor no. Sigue con tus grupos de popó. Y déjanos nuestra música en paz.
On the corner with the radio blastin’, they’re throwin’ money away on the boulevard, there’s too much trash in the way…
Como decía, The Exploding Hearts fueron grandes. Una razón más para creer en el rock and roll de guitarras y para abrazar la música del siglo XXI.
Pero las tragedias, esas bastardas, son las forjadoras de leyendas por excelencia. Apenas unos meses después del lanzamiento de Guitar Romantic, en julio de 2003, la banda regresaba a su ciudad por carretera. Habían tocado en San Francisco, California, con The Deadly Weapons. Era de madrugada y la camioneta en donde viajaban volcó, matando a Adam, Kidd y Matt. Terry, único sobreviviente, se prometió que el nombre The Exploding Hearts iba a ser sagrado.
En 2006, publicó, en Dirtnap Records, un recopilado de sencillos como homenaje a sus amigos muertos (absent friends, here’s to them). El cedé incluye grabaciones no lanzadas y un video de su penúltima actuación en San Francisco. Los primeros singles del grupo, “Making Teenage Faces” y “Modern Kicks”, se convirtieron en objetos de culto, lo mismo que cualquier grabación que pudiese surgir: demos, bootlegs, versiones alternas, ensayos, covers. La búsqueda se justificaba, claro, pues era el único legado de un grupo que pudo haber sido gigantesco.
C/S.
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Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.