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La letra con historieta entra

Fernando Cuevas de la Garza

La letra con historieta entra

Las perspectivas diversas y en ocasiones contrapuestas son un vital alimento para construir el propio criterio y mantenerlo en estado de interrogación: el pensamiento único y las verdades inamovibles sobre los hechos sociales, casi convertidas en dogmas, cancelan la posibilidad de reflexión y profundización. Es como querer adaptar todos los eventos a nuestro pequeño sistema de pensamiento, buscando justificaciones sólo para seguir teniendo la razón. O creer que la tenemos. Los casos de Cuba y Venezuela son claros ejemplos de cómo las opiniones e interpretaciones se polarizan, y pareciera que se está hablando de dos realidades totalmente distintas.

La versión “oficial” predominó en México durante muchos años, de la mano del partido hegemónico en simbiosis con el gobierno, de la única opción de televisión abierta y  de un sistema escolar diseñado para informar acerca de la “única” verdad histórica y social. Claro que había voces disidentes y cuestionadoras, pero el control de la información y de los medios de comunicación, así como la limitada libertad de expresión, hacía difícil que el debate alcanzara interlocutores más amplios. Sabemos que en este sentido, el movimiento de 1968 representó una ruptura en el poder, que empezó a sufrir un amplio proceso de descomposición, tanto desde la perspectiva política como económica.

Hoy ya no hay un partido hegemónico –aunque tristemente los demás han resultado más parecidos entre sí de lo que la ciudadanía se merece-, la información fluye por diversas fuentes y canales –si bien con distinto nivel de calidad investigativa- y la escuela, lo sabemos, ha disminuido su fuerza ideológica y de generación de pensamiento colectivo como institución social. Estas transformaciones son resultado de largos procesos sociales, políticos y tecnológicos, construidos por actores diversos en contextos posmodernos, donde las miradas y perspectivas explosionan, la centralidad se diluye y las subjetividades toman por asalto la arena pública.

Entre el humor y la crítica

Con base en un humor didáctico bien fundamentado, independientemente de coincidencias ideológicas, el zamorano Eduardo Humberto del Río García (1934-2017), conocido para principiantes y avanzados como Rius, se convirtió en un educador alternativo acaso sin proponérselo, analizando verdades dadas que de pronto no pasaban por el tamiz del cuestionamiento. Desde su consistente plataforma de creencias y marcos interpretativos, brindó una vertiente de análisis sobre temáticas diversas salpicadas de una corrosiva y disfrutable acidez, poniéndonos espejos para voltearnos a ver y preguntarnos acerca de qué tipo de país hemos construido, planteando cuestionamientos como ¿Cuándo se empezó a xoder Méjico? (2015).

Aunque sus posturas estaban claramente definidas y en algunos casos la orientación ideológica hacía que se perdiera la posibilidad de ampliar la crítica, sobre todo al inicio y en referencia al aparato gubernamental de la extinta Unión Soviética (¿Qué tal la URSS?, 1974; Lenin para principiantes, 1975), sus libros sabían librarse de esa pesada carga aleccionadora y el lector sentía que estaba aprendiendo, y no simplemente recibiendo un sermón manipulador para hacerlo pensar de determinada forma: el espíritu crítico se nutre del humor cual arma poderosa para desmantelar engaños, incongruencias y abusos, sobre todo en los volúmenes referentes al poder político mexicano y su amplio manto de corrupción y abuso.

Con esos dos pilares conocidos como Los Supermachos y Los Agachados, historietas de cercana y accesible crítica que le sacaban ronchas a los gobernantes y demás figuras del poder económico y religioso (El manual del perfecto ateo), complementadas por otras como El Chahuistle y El Chamuco y los hijos del averno, Rius fue construyendo una obra que se amplió a otros derroteros como el análisis histórico, la filosofía, los hábitos alimenticios, la sexualidad, la medicina alternativa, el jazz y el fútbol, entre otros, a partir de un estilo que apostaba por la sencillez tanto en los dibujos, a veces complementados por otras imágenes a manera de collage, como en la presentación de las ideas.

En Cuba para principiantes (1966) se mostró entusiasta por el movimiento revolucionario y, como muchos otros, sufrió una decepción plasmada en Es una lástima, Cuba (1994). Sus objetos principales de crítica fueron el gobierno mexicano, el imperialismo estadounidense, la iglesia católica (La iglesia y otros cuentos, 2014), a la que veía lejos de la doctrina de Jesús (Cristo de carne y hueso, 1972), y cualquier cosa que oliera a libre mercado y neoliberalismo (La trukulenta historia del kapitalismo, 1976), mientras mostraba sus filias en obras como Manifiesto comunista ilustrado (1975) y Marx para principiantes (1972), obra de proximidad para entender el pensamiento del influyente filósofo y economista alemán.

Sumamente prolífico e imaginativo para transparentar realidades asumidas, uno de los moneros mayores de este país se convirtió en un referente de la educación popular. Como bien apuntó Jorge F. Hernández, “en medio de tantos vacíos y vados de la imaginación, Rius era al menos el alivio para la estupidez humana que él mismo catalogó como un Humboldt de la estulticia ajena que siempre nos rodea, y un pequeño faro que llegó a hartarse de la irresoluble podredumbre de los caciques y mandamases que creen que siempre tienen la razón, siendo no más que irracionales de pura amnesia que ni a principiantes llegaban” (Milenio, 10/108/2017, p. 42).

Y en un acto de congruencia, también es válido mirar de manera crítica sus ideas y puntos de vista, sin que ello implique minar la gran importancia de este artista que aprovechó sus cualidades para proponer una pedagogía de la historieta.

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