miércoles. 17.04.2024
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CUADERNO DE NAVEGACIÓN

Abstinencia [XXXIII]

José Luis Justes Amador

Abstinencia [XXXIII]

Septiembre, 10

Lo más difícil de intentar la abstinencia son las recaídas.

Septiembre, 11

Suelo ser educado y preguntarle a los taxistas si les molesta que fume. La mayoría contestan educadamente sin importar si su respuesta es sí o no. Los que dicen que no a veces dan respuestas, cuanto menos, exóticas. Que si el olor del carro, que si los siguientes pasajeros, que si una gripa. Uno incluso me dijo que era alérgico al tabaco. Que había fumado mucho pero que al dejarlo se había vuelto, de repente, alérgico. No anti tabaco sino realmente, y diagnosticadamente, alérgico. Por dentro, claro, me reí.

Sin embargo, los peores taxistas son aquellos que contestan de un modo casi ofensivo a lo amable, creo, de la pregunta.

Siempre que me toca uno así me viene a la mente una de las citas en la libretita donde anoto todo lo que encuentro sobre el tema. “De los fumadores podemos aprender la tolerancia. Todavía no conozco uno solo que se haya quejado de los no fumadores”.

Septiembre, 12

Me llevo ese pequeño cuaderno conmigo en el trayecto de veinte minutos hasta mi trabajo. Repaso las frases que más me gustan. Hay dos de Mark Twain.

“Dejar de fumar es fácil. Yo ya lo dejé como cien veces”. Si no fuera porque aburriría al lector, y a mí mismo, debería inaugurar cada entrada del diario con eso. Y titularlo, tal vez, “Lo dejé noventa y nueve veces”. O trescientas sesenta y cinco. O n.

Y una cita me lleva a otra. Decía Paul Weller, the modfather, que lo peor de morirte es que ya no te invitan a fiestas. A lo que habría que añadir la segunda de las frases de Twain. “Si fumar no está permitido en el cielo, no iré”. El traductor se equivocó. Lo que dice la frase original es “no quiero ir”.

Septiembre, 13

En la universidad donde trabajo obligan, no sé por qué extraño misterio, a pesarse a los alumnos. Dos de ellos están más delgados que yo. Vuelvo a consultar mi agenda de citas que ya me acompaña en la badana.

“Baco, Venus y tabaco ponen al hombre flaco”.

Tabaco, no puedo evitar fijarme, está con minúscula.

Septiembre, 14

F., al que yo admiro por ser uno de los grandes poetas vivos, me habla de mi modo de fumar.

Septiembre, 15

M. envía una fotografía. Ni siquiera sabía que estaba en la ciudad. Hace dos años que no lo veo. Me envía una fotografía de un libro que conozco en un lugar que no conozco. Mejor dicho, que no reconozco. Recuerdo una de sus fotos de perfil, una sosteniendo un puro, caro, delicioso. Fumo por el reencuentro, aun cibernético. Prendo un cigarro para en cierto modo brindar con él. (Cuando al fin lo vea mañana será ley seca.) Me emociona. Igual que hice hace poco tiempo en una lectura, fumo para conjurar la emoción. Para concentrar los nervios, para espantarlos, para espantar el nudo en la garganta, me concentro en otra cosa. En el chute de nicotina aplaco la emoción. Me habla esa misma noche y dice que por supuesto que nos veremos. Lo admiro y lo quiero e intento expresarle mi admiración y mi cariño prendiendo otro cigarro. Con amigos así es imposible dejarlo.

Septiembre, 16

Lo más difícil de intentar la abstinencia son las recaídas. Mejor dicho, lo bien que se sienten las recaídas. En el fondo, dejar la nicotina e intentar olvidar un viejo amor no se diferencian en tanto. En el fondo, y me doy cuenta otro mes más, el tabaco no se diferencia tanto de la vida. O de eso que a falta de mejor nombre hemos dado en llamar vida.

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