martes. 23.04.2024
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DIARIO DE UNA MILLENNIAL MUSICÓMANA Y NOSTÁLGICA

El contrabajo y el tesoro

Daniela Aguilar

El contrabajo y el tesoro

Mi abuela es una señora chaparrita, más pícara que seria y a veces más sincera de lo que uno querría. Aunque su energía parece inagotable hay domingos en que llama a casa para decir que la visitemos, porque se ha tenido que acostar pero quiere hablar con alguien. Esa señora es de las que tiene que estar moviéndose.

Uno de esos domingos yo estaba en su casa porque había pasado la noche anterior allí. Luego de las tazas de café y las galletas Doraditas, muy típicas en su casa, dijo que lo demás debía esperar, que la acompañara. Se acostó en su vieja sala, la blanca, antes de que la cambiara por una más moderna, café. Buscó algo en la televisión y no me dijo qué, solo que no había nada bueno y que se iba a dormir, que me dejaba los controles a cargo (¡qué poder!), Se dio la vuelta. Cambié dos, tres veces de canal, estuve en uno un par de minutos y de nuevo cambié dos, tres canales, así hasta que me harté y lo dejé en uno, sólo para que la voz me hiciera compañía.

Nunca escuché el nombre de la película, era uno de esos canales donde no hay comerciales que anuncien algo, ni siquiera la programación.

La historia es simple si lo quieres: una chica cuyo padre vivía en el sofá mientras la madre era modelo de manos para comerciales de juguetes y se ganaba el pan. Y cuando el padre no estaba en el sofá, iba con el grupo de jazz (¿o blues?) más inútil de la era. Todos querían tocar pero nadie podía. Instrumentos viejos, descuidados, cochambrosos. Dueños que le hacían honor a aquella frase “se parece al dueño”. Ese grupo, el sueño roto del padre, el que ni siquiera se concretó en su cabeza y en la vida real nunca sería, pero se aferraba a él, a su contrabajo. Terco. Irreverente. Un día la madre no volvió, la mataron, desapareció, se fue con otro, pero no puso un pie de nuevo en aquel lugar.

La chica creció y el padre volvió. Quería buscar un tesoro con su hijita. Con palas y todo. No. No era un chiste. El tipo era un loco, cavó en terrenos privados, incluso propiedad de la nación, tuvo todas las infracciones posibles y ella ya no podía más, suficiente tenía con el olor a papas fritas (del restaurante en que trabajaba) en el cabello como para aguantar a un viejo y su tesoro, seguramente tan perdido como el juicio del que lo buscaba. Pensó que si le seguía el juego un rato podría quitárselo de encima. No.

No recuerdo el orden, sólo que en uno de esos arranques de euforia por encontrar ni él sabía bien qué, tomó el auto de la chica y lo empeñó para rentar una máquina de excavar. Explotó. Tantos pinches años detrás de una freidora para el abono de su carcacha y un día llega su padre y lo remata. Y entonces, antes de verse en la calle, el padre vende su contrabajo para recuperar el auto. ¿Y ahora a qué se aferra? El próximo paso es deshacerse de unos discos en el estante y lo hace. Vende todo, ahora sí, vende sus cosas y ella lo felicita.

Lloré, no crean que me lo propuse ni me preparé mentalmente para ello. De hecho, me sorprendió cuando noté que los ojos me ardían y la almohada tenía unas gotitas. Al final de la película él cree que el tesoro está debajo de una estantería de un Home Depot. La hija entra a trabajar allí para hacerse de amigos y conseguir las llaves para entrar por la noche. Lo logran. Excavan. Los descubren.

A pesar de todo, no va a dar a su hija. Para llegar al tesoro se metió por un ducto, y luego de decirle a su hija que corriera, cerró la tapa del ducto y le pidió que no lo esperara.

Nunca más volvió. Supongo que vender sus cosas fue como pulsar el botón de autodestrucción. Se fue y la historia de la película acaba allí. Porque ella ahora es feliz. ¿Y él? Ah, es que la música siempre se deja, tarde o temprano, porque esto es un pasatiempo que nunca deja nada bueno. Y un día te vas a dar cuenta, tu mamá tenía razón, los que te veían raro también. Y ahora no tienes la música ni puedes regresar con la que te miraba raro o con el que te reprochaba, o tal vez sí regreses y les des el gusto de retorcerse en el “te lo dije”.

Imagino a dónde se fue. Y si lo hizo porque de verdad decidió que la música nunca fue lo suyo y no hizo nada más que llevarlo a la ruina. “Estoy tan lejos, tan lejos de mi casa…”

¿Dónde es casa?

***
Daniela Aguilar
(León, Guanajuato, 2001) es estudiante, escritora en ciernes y entusiasta de los discos. La música pop transformó su vida. Siente una extraña nostalgia por épocas que no vivió, pero ama con intensidad su era de las redes sociales y la inmediatez.

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